Pero si buscando ser justificados en Cristo, también nosotros hemos sido hallados pecadores, ¿es Cristo, entonces, ministro de pecado? ¡De ningún modo! Porque si yo reedifico lo que en otro tiempo destruí, yo mismo resulto transgresor. (Gálatas 2:17-18)
Durante un episodio de Cheers, la vieja serie cómica, Frasier, presionado por su esposa a redactar un testamento, señala que prefiere no hacerlo. El disparatado diálogo concluye así:
—Mira, Lilith, toda mi vida he tenido problemas para hablar de la muerte. Sé que es irracional, pero no puedo evitar creer que, si hablas de ello, sucederá.
—Bueno, Frasier, va a suceder.
—¡Detente!
—¿Qué? ¿Crees que, si no lo hubiese mencionado, vivirías por siempre?
—Bueno, ahora jamás lo sabremos, ¿o sí?
Frasier, en un sentido, ilustra muy bien la actitud de los cristianos judíos a los cuales Pablo estaba contestando. Así como el personaje sugiere que, si evitas hablar de tu muerte, podrías librarte de ella, los judíos parecían pensar que, si optaban por un camino diferente a Cristo (es decir, la ley), evitarían ser contados entre los paganos: Cristo, pensaban, era la solución para los «verdaderos» pecadores (no para ellos), y lo que querían evitar era acogerse a un camino de salvación que descartara sus preciados privilegios nacionales (dejándolos, por así decirlo, sin la completa aprobación de Dios).
Pablo, por tanto, aclara este malentendido, y su objetivo consiste en descartar absolutamente la posibilidad de que Cristo sea insuficiente o responsable de mantener al hombre lejos de Dios: «¿es Cristo, entonces, ministro de pecado? ¡De ningún modo!»
Los judíos, para empezar, eran tan pecadores como los gentiles, y lo que ponía esto en evidencia era nada menos que la misma ley a la cual se aferraban con tanta pasión (pese a que no la cumplían de corazón). Los judíos, en consecuencia, no tenían escapatoria, y así, aferrarse a Cristo no les confería una menor categoría de la que tenían sino el único medio para ser salvos de la verdadera condición en que se hallaban.
Cristo, entonces, no estaba al servicio del pecado sino que, en realidad, había conseguido exactamente lo contrario: liberar al hombre de dicha esclavitud. Pablo quiere aclarar que nuestra culpa es denunciada por la ley, y en virtud de eso, insinúa que lo menos conveniente para nosotros es reinstaurarla como al principio: «Si yo reedifico lo que en otro tiempo destruí, yo mismo resulto transgresor».
Los judíos, por tanto, estaban tomando el camino equivocado, y es importante que nosotros evitemos caer en su error. Quizás no estamos regresando directamente a la ley judía (aunque hoy en día ciertos creyentes lo hacen en parte), pero es posible que estemos atesorando la ilusión de no ser «tan pecadores»: tendemos a creer que podemos ganarnos el favor de Dios con nuestras propias acciones, y cuando vivimos así, estamos implícitamente diciendo que Cristo no hizo todo lo necesario —que sólo nos dejó «a medio camino»—.
¿Estás tú queriendo «complementar» la obra de Cristo? ¿Crees que, día tras día, estás jugándote la aprobación de Dios en cada una de tus acciones? Si es tu caso, detente: Reconoce que no eres capaz y descansa en lo que sólo Cristo fue capaz de hacer —completa, perfecta y definitivamente—.