Si me has escuchado hablar o has leído alguno de mis libros, lo que estoy por escribir no debiese sorprenderte: si eres un hijo adoptado por Dios, tu llamado no es sólo a ser un receptor de la gracia salvadora, sino que también a participar de esa gracia redentora.
Dicho de otra manera, no son sólo los pastores los únicos cristianos llamados al ministerio.
El llamado al ministerio es para cada creyente, no necesariamente por vocación (como un trabajo remunerado) ni tampoco bajo algún tipo de organización (como maestro voluntario de la escuela dominical o líder del grupo de jóvenes), sino que llevándolo a cabo como un estilo de vida en donde somos intencionalmente embajadores de Cristo.
¿Qué quiere decir “ser intencionalmente embajadores de Cristo”? Pues bien, es lo que discutiremos en este artículo.
COMPORTÉMONOS COMO EMBAJADORES QUE ENCARNAN AL REY
Uno de mis versículos favoritos es 2 Corintios 5:20, “por tanto, somos embajadores de Cristo, como si Dios rogara por medio de nosotros, en nombre de Cristo les rogamos: ¡Reconcíliense con Dios!” (NBLH).
El apóstol Pablo no está escribiendo esta carta para que sea leída en una clase de seminaristas que aspiran a ser pastores, antes de que se gradúen. No, esta carta va dirigida a todos los cristianos, sin importar su ocupación: pastores, profesores de escuela, entrenadores personales, recolectores de basura, corredores de bolsa, madres, oficiales de policía. Todos, en todas partes, todo el tiempo.
Antes de continuar quisiera hacer un repaso básico sobre política y revisar qué significa “embajador”: el trabajo de un embajador es representar a alguien o algo. Todo lo que él o ella hace y dice debe representar intencionalmente al líder que no está físicamente presente. Un embajador no está limitado por cuarenta horas de trabajo a la semana, ni por algunos eventos de estado, ni por periodos de crisis internacional. Un embajador está siempre disponible, siempre representando al rey.
En otras palabras, el trabajo de un embajador se caracteriza por encarnar a quien representa. Sus actos, su carácter y sus palabras encarnan al rey que no está presente. De la misma forma, el apóstol Pablo enseña que Dios nos ha llamado a todos a vivir como sus embajadores encarnando su presencia. Todo lo que decimos y hacemos tiene influencia debido al Rey que representamos.
Este no es un llamado a medio tiempo, sino que un estilo de vida. Representamos los propósitos de Dios para aquellas personas que él pone en nuestras vidas. Por lo tanto, la primera pregunta que debemos hacernos es: “¿cómo puedo representar de mejor forma al Rey en este lugar, con esta persona específica?”. Esto es mucho más profundo que un compromiso con una actividad ministerial bien organizada que ocupa una porción de nuestro horario semanal.
Verás, estoy convencido de que muchos de nosotros hemos entendido mal lo que es el ministerio. Pensamos que es un trabajo normal, con horario de entrada y de salida; un trabajo remunerado o voluntario. Sin embargo, Dios tiene en mente algo totalmente diferente: quiere que estemos disponibles para cada conversación y cada interacción.
- ¿En qué formas has rebajado el ministerio a una actividad bien organizada en tu agenda?
VENGA TU MI REINO
Cuando nos convertimos en embajadores de Cristo, nuestras vidas dejan de ser nuestras. Necesitamos reconocer que ahora nuestras vidas le pertenecen a otra persona. No obstante, si fuésemos honestos, aquí es donde nos metemos en problemas porque no queremos vivir realmente como embajadores de Cristo, al menos no TODO el tiempo.
Es más, algunos días, preferiría vivir como un mini rey. Tengo claro lo que me gusta hacer y la gente con la que quiero estar; el tipo de casa que me gustaría tener y el auto que quiero conducir. Incluso, sin reconocerlo, caigo rápidamente en un estilo de vida que sigue la siguiente oración: “venga mi reino, hágase mi voluntad”.
¿Por qué pareciera que personas, cosas y situaciones se interponen en nuestro camino? ¿Por qué extrañamente pasamos el día sin conflicto? La respuesta es que vemos nuestras vidas como si fueran nuestras. A menudo, estamos más comprometidos con los propósitos de nuestro pequeño reino que con el reino eterno de Dios.
Esta es la razón por la que Cristo dijo que si queremos seguirlo, debemos morir a nosotros mismos (Lc 9:23, Gá 2:20) y por la que nadie puede servir a dos señores (Mt 6:24). Nosotros, como embajadores de él, debemos sacrificar nuestro propio reinado antes de poder representar apropiadamente al único y verdadero Rey.
La mayor razón por la que no existe sentido de ministerio en la iglesia y en nuestra cultura no es una falta de entrenamiento, sino que es nuestro corazón.
- ¿En qué áreas específicas te está llamando Dios para que mueras a ti mismo para así vivir por un reino mucho más grande que el tuyo?
HACIÉNDOLO CONOCIDO
Por lo tanto, si sabemos cuál es la intención de Dios para su ministerio (que participemos todos, en todas partes y todo el tiempo), y si sabemos cuál es el obstáculo más grande para llevarlo a cabo (nuestros corazones que buscan complacer al reino del yo), entonces ¿cuál es la mejor forma de ministrar a otros?
Lo encontramos ahí mismo, en el texto: “… en el nombre de Cristo les rogamos: ¡Reconcíliense con Dios!”.
Definitivamente, esta directriz tiene una aplicación evangelística: los creyentes debiésemos buscar más oportunidades para rogar a los no creyentes que se reconcilien con Dios y así puedan tener vida eterna. Sin embargo, en el contexto de este pasaje, Pablo sigue otra línea argumentativa.
Fíjate un verso más atrás: “pues el amor de Cristo nos apremia (nos controla), habiendo llegado a esta conclusión: que uno murió por todos, y por consiguiente, todos murieron. Y por todos murió, para que los que viven, ya no vivan para sí, sino para Aquel que murió y resucitó por ellos.” (2 Co 5:14-15).
Lo que Pablo está diciendo aquí es que el propósito de la cruz no es solamente asegurar la eternidad para los pecadores, sino que también recapturar los corazones del pueblo de Dios para servirle sólo a él. Nuestro pecado no nos separa únicamente de Dios, sino que incluso después de haber sido reconciliados con él por medio de la justificación, el pecado que aún vive en nosotros provoca que seamos increíblemente ensimismados, lo que nos hace unos adoradores idólatras del yo.
El centro de la obra de Cristo es liberarnos de nuestra esclavitud a nosotros mismos, ¡incluso después de ya haber sido salvos! Mientras el pecado siga viviendo en nosotros, cosa que será así hasta que Jesús vuelva o Dios nos lleve a casa, tendremos la tendencia a dejar de adorar a Dios para servirnos a nosotros mismos.
Dios quiere que nuestros corazones le pertenezcan a él sin cuestionarlo. Su propósito es que nuestras vidas sean moldeadas por la adoración a él y a nadie más. Además, él ha decidido enviarnos como sus embajadores para comunicar su mensaje a los corazones de la gente.
¡Qué llamado más emocionante!
- ¿Con quién te está llamando Dios a comprometerte para compartir el “ministerio de la reconciliación”?
Este recurso proviene de Paul Tripp Ministries. Si deseas recursos adicionales, visita www.paultripp.com. Usado con permiso. | Traducción: María José Ojeda

