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Hace poco, mi esposo me regaló una de esas bicicletas estáticas que vienen con un entrenador virtual. Al usarla, puedes ver en la pantalla a un entrenador que te dice cuán rápido debes ir y te anima a entrenar más duro. Una entrenadora en particular a menudo se entusiasma con la incomodidad que viene con el aumento de velocidad y resistencia. Frecuentemente dice: «¿no es esto grandioso? ¿Acaso no te sientes bien?».

Bueno, ¿tal vez?

Aún estoy decidiéndolo.

Si bien algunos podrían apreciar la incomodidad que viene con el ejercicio, sin duda no apreciamos la incomodidad, el dolor y la tristeza que acompañan a las aflicciones de la vida. Sé que yo no. No veo nada bueno en ellos. Son dificultades que evito, resisto y de las que huyo.

Sin embargo, al leer los Salmos, descubro otra perspectiva sobre la aflicción. En el Salmo 66, encontramos al salmista liderando al pueblo de Dios en un coro de adoración a Dios. Exaltan al Señor por quién es Él y por lo que Él ha hecho. Recuerdan sus obras pasadas y honran su gran nombre. Se maravillan del poder que tiene sobre sus enemigos. Luego, en esta doxología, alaban a Dios por su obra en sus aflicciones. El salmista dirige al coro a alabar a Dios por los sufrimientos que Él trajo sobre ellos:

Porque Tú nos has probado, oh Dios;

Nos has refinado cómo se refina la plata.

Nos metiste la red;

Carga pesada pusiste sobre nuestros lomos.

Hiciste cabalgar hombres sobre nuestras cabezas;

Pasamos por el fuego y por el agua,

Pero Tú no sacaste a un lugar de abundancia (Sal 66: 10-12).

El salmista ve que estas aflicciones provienen de la mano de Dios. No conocemos las circunstancias exactas de estos sufrimientos y podría referirse a múltiples aflicciones que el pueblo de Dios experimentó durante su historia, pero por las palabras que usa el salmista, vemos que son significativas. El pueblo de Dios fue rodeado y gobernado por tiranos. Fueron arrollados como animales. Así como la plata es acrisolada constantemente en el fuego, también, una y otra vez, ellos fueron puestos a prueba. 

Cualquiera que haya soportado una larga aflicción sabe cuán agotadora es; cuán difícil es resistir, seguir avanzando y no perder la esperanza; cuán a menudo se levanta un clamor a Dios por liberación y rescate; qué es llorar y lamentarse. Yo lo sé. Y, para ser honesta, rara vez estoy agradecida por las aflicciones que el Señor trae a mi vida. No aprecio la dificultad del refinamiento. Y, ciertamente, no canto alabanzas al Señor por ellas.

En este salmo, vemos que su aflicción fue provocada por la mano de Dios para su purificación. Así como un padre disciplina a su hijo, Dios disciplina a los suyos. Él los lleva por dificultades y pruebas para enseñarles y entrenarlos (Heb 12). Las palabras del salmista son un recordatorio de que Dios no ignora el sufrimiento de su pueblo y que usa incluso las injusticias de los impíos contra su pueblo para su bien. Asimismo, nos recuerda las famosas palabras de Pablo: «Y sabemos que para los que aman a Dios, todas las cosas cooperan para bien, esto es, para los que son llamados conforme a su propósito» (Ro 8:28). Del mismo modo, nos recuerda que no debemos sorprendernos cuando lleguen las dificultades y las aflicciones: «Amados, no se sorprendan del fuego de prueba que en medio de ustedes ha venido para probarlos, como si alguna cosa extraña les hubiera acontecido» (1P 4:12).

El salmista mira hacia atrás, al otro lado de su aflicción, y dirige al pueblo en una canción de alabanza a Dios por guiarlos en sus dificultades hacia un lugar de abundancia. Su sufrimiento sí llegó a un fin, pero no solo eso: los llevó a un lugar de abundancia. La palabra hebrea para abundancia aquí es revayah, que significa saturación. Imagina tanta bondad ¡que desborda! Como Juan Calvino señaló: «la verdad que se comunica es que Dios, aunque visita a sus hijos con severos castigos temporales, los coronará finalmente con gozo y prosperidad». Como creyentes, conocemos este gozo y esta abundancia tanto en esta vida como en la que vendrá. Experimentamos este gozo aquí y ahora a medida que Dios nos inunda con gracia sobre gracia. Lo experimentamos por medio de la obra del Espíritu en nosotros a medida que Él nos anima con la verdad de nuestra unión con Cristo. Lo experimentamos a través de los medios de gracia mientras permanecemos en Cristo. Todos estos son anticipos del gozo abundante que vendrá en la eternidad donde todas las aflicciones ya no existirán.

Entonces, el salmista cambia de una oración comunitaria de alabanza a una individual. El resto del salmo se enfoca en sus propias alabanzas al Señor, donde reflexiona en la respuesta de Dios a sus oraciones personales. Durante sus propios sufrimientos, hizo votos al Señor y, al otro lado de la dificultad, los cumplió (vv. 13-15). Entonces, él exhorta a la congregación a aprender de él, a escuchar su testimonio de la fidelidad a Dios: «Vengan y oigan, todos los que temen a Dios, y contaré lo que Él ha hecho por mi alma» (v. 16). Nos recuerda que Dios escucha las oraciones del afligido. Más aún, Dios no solo nos escucha; nos pone atención: «Pero ciertamente Dios me ha oído; Él atendió a la voz de mi oración» (v. 19). ¡Qué padre tan bueno y misericordioso! Gracias a Cristo, podemos acercarnos valientemente a nuestro Padre en el cielo y sabemos que nos escucha. Podemos clamar por ayuda y liberación, y recibir su gracia rescatadora. Es más, sabemos que no estamos solos en nuestros sufrimientos, puesto que nuestro Hermano Mayor anduvo antes que nosotros en el sufrimiento, soportando la máxima aflicción en nuestro lugar.

¡Gracia sobre gracia!

Aunque aún estoy indecisa sobre cómo me siento respecto al agotamiento y a la extenuación de ejercitarme en la bicicleta, confío y creo que las aflicciones que Dios trae a mi vida son para mi bien. Aunque las pruebas y los dolores no son buenos en sí mismos, Dios los usa para hacerme más como Cristo y para prepararme para la eternidad junto a Él. El Salmo 66 me recuerda la bondad de Dios y su gracia en esos sufrimientos. Como anima Hebreos, Dios solo disciplina a aquellos que Él ama (12:6). También me recuerda que la alabanza es la respuesta apropiada a la obra refinadora de Dios.

Como creyentes, exaltemos al Señor tanto en nuestros corazones como en la comunidad al testificarnos unos a otros la abundante gracia y fidelidad de Dios. ¿Cómo puedes alabar al Señor hoy por la obra que Él ha hecho en tu vida?

Este recurso fue publicado originalmente en el blog de Christina Fox.
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Christina Fox

Christina Fox escribe para muchos ministerios cristianos, dentro de los cuales se encuentran Desiring God, The Gospel Coalition, True Woman y ERLC. Es autora de Los ídolos en el corazón de una madre; Un temor santo: cómo el temor del Señor te proporciona gozo, seguridad y paz; Esperanza para el corazón de una madre. Puedes encontrar más de sus recursos en www.christinafox.com.
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