Para muchos de nosotros, cuando atravesamos una prueba o un periodo de sufrimiento, este llega a su fin. Después de una temporada de desempleo, obtenemos un nuevo trabajo; después de un tiempo de enfermedad o de problemas de salud, nos mejoramos; después de un periodo difícil de conflicto matrimonial, lo resolvemos y salimos fortalecidos de la situación.
Sin embargo, a veces, para algunos de nosotros, los problemas no tienen fin. El sufrimiento no desaparece. No importa cuánto oremos y leamos la Biblia, la depresión aumenta; el cáncer resiste el tratamiento; nuestro hijo aun se resiste a Cristo; quebramos y perdemos la casa.
¿Qué hacemos con el sufrimiento que no desaparece? Algunos cristianos dirían que Dios no quiere que suframos, que necesitamos creer, reclamar las promesas, esperar que las cosas cambien, y hacer todo lo que podamos para eso. El problema está en que, cuando hacemos todas esas cosas y el sufrimiento no termina, ¿entonces qué? Para algunos creyentes, estas situaciones remecen la base de su fe, y así, tropiezan y caen.
NO CONSTRUYAS SOBRE LA ARENA
Una de las cosas favoritas que les gusta hacer a mis hijos en la playa es construir una torre de arena y crear túneles dentro y alrededor de ella para que el agua fluya. Luego, esperan que la marea suba para ver qué pasa. Al principio el agua sólo fluye por dentro y alrededor de la construcción, pero cuando las olas fuertes comienzan a llegar, su torre se derrumba.
Todos conocemos la canción de la Escuela Dominical: «El hombre sabio» (¡incluso podríamos recordar las mímicas que van con la canción!). Tiene sentido: no construyas una casa sobre la arena porque no es estable. No obstante, ¿con cuánta frecuencia construimos nuestra fe sobre la arena? ¿Cuántas veces descansamos en enseñanzas, creencias e incluso emociones que se mueven tan fácilmente como la arena con la subida de la marea? Nuestra fe necesita estar puesta en algo más real y sólido que lo que deseamos y anhelamos que pase. Necesita depender de algo más constante y firme que la última moda pasajera de tu cultura o de las enseñanzas que no concuerdan con la Palabra de Dios.
Tu fe necesita estar basada en el carácter de Dios.
CONSTRUYE SOBRE EL CARÁCTER DE DIOS
La verdad es que puede que nunca sepamos por qué nos pasó algo (lean el libro de Job, él nunca escuchó el trasfondo que todos conocemos). Puede que nunca veamos el fin de nuestro sufrimiento. Puede que hagamos todo lo que sabemos hacer y aún así terminar el día apenas.
No obstante, en medio de la oscuridad, la luz de la verdad sigue brillando (Jn 1:5). Podemos descansar en la verdad de quién es Dios y saber que, aunque quizás nunca sepamos por qué perdimos a un ser querido o cuándo terminará nuestro dolor o si nuestro dolor será aliviado, nuestro Dios es bueno, soberano, fiel, justo, santo, misericordioso y clemente. «Entonces pasó el Señor por delante de él y proclamó: “El Señor, el Señor, Dios compasivo y clemente, lento para la ira y abundante en misericordia y verdad» (Éx 34:6).
Esto era lo que el profeta Habacuc sabía y la razón por la que podía decir:
Aunque la higuera no eche brotes, ni haya fruto en las viñas; aunque falte el producto del olivo, y los campos no produzcan alimento; aunque falten las ovejas del redil, y no haya vacas en los establos, con todo yo me alegraré en el Señor, me regocijaré en el Dios de mi salvación. El Señor Dios es mi fortaleza; él ha hecho mis pies como los de las ciervas, y por las alturas me hace caminar (Habacuc 3:17-19).
Esto era lo que David sabía y la razón por la que pudo escribir:
El Señor es mi luz y mi salvación; ¿A quién temeré? El Señor es la fortaleza de mi vida; ¿De quién tendré temor? Cuando los malhechores vinieron sobre mí para devorar mis carnes, ellos, mis adversarios y mis enemigos, tropezaron y cayeron. Si un ejército acampa contra mí, no temerá mi corazón; si contra mí se levanta guerra, a pesar de ello, yo estaré confiado (Salmo 27:1-3).
Esto era lo que los hijos de Coré sabían y la razón por la que pudieron cantar:
Dios es nuestro refugio y fortaleza, nuestro pronto auxilio en las tribulaciones. Por tanto, no temeremos aunque la tierra sufra cambios, y aunque los montes se deslicen al fondo de los mares; aunque bramen y se agiten sus aguas, aunque tiemblen los montes con creciente enojo (Salmo 46:1-3).
Estos pasajes revelan un tema común. Todos tienen el supuesto “aunque”. Aunque no haya comida, aunque venga un ejército y nos ataque, aunque las montañas caigan en el mar, Dios es nuestra salvación. Debido a que estos autores conocían a Dios y su carácter, pasara lo que pasara en sus vidas, sabían que podían confiar en Él. Sabían que aunque lo más terrible sucediera en sus vidas, Dios seguía siendo Dios.
Nada nos garantiza que la vida será fácil, cómoda y libre de dolor. Como Jesús dijo: «Estas cosas les he hablado para que en Mí tengan paz. En el mundo tienen tribulación; pero confíen, Yo he vencido al mundo» (Jn 16:33). Nuestra paz no es el resultado de una vida libre de problemas, sino de nuestra unión con Cristo. De hecho, Él no nos promete una vida libre de llanto. No nos dice que, si lo seguimos, nuestra vida irá viento en popa y todos nuestros sueños se harán realidad. Al contrario, nos dice que enfrentaremos aflicciones en este mundo. Sin embargo, también nos llama a ver el panorama general: Cristo ha derrotado al mundo; ha conquistado el pecado y la muerte; nos ha redimido; es nuestra salvación. La eternidad nos espera.
Algunos de nosotros viviremos una vida de sufrimiento. Quizás luchemos contra un dolor crónico (como Pablo). Tal vez nunca seamos libres del dolor, del conflicto o de la lucha. Si enfrentamos ese sufrimiento parados sobre la arena, nos hundiremos. Al contrario, necesitamos estar sobre un terreno firme. Necesitamos conocer su carácter. Así podremos también decir junto a David: «El Señor es la fortaleza de mi vida; ¿De quién tendré temor?».