Como de costumbre, fue un día ajetreado en casa. Tras la jornada de escuela en casa hicimos las actividades posteriores habituales, unos pocos trámites y después deportes. Al caer la noche, todos estábamos cansados. O eso pensé.
Después de acostar a los niños, tuve que volver a su cuarto varias veces para decirles que se callaran, que dejaran de molestarse, que no siguieran haciendo sonidos raros y que dejaran de insultarse. Al seguir la noche tuve que sacar a uno del cuarto para acostarlo en el sofá hasta que el otro se durmiera. La noche avanzó mientras trataba de dormirlos a ambos. Aparentemente, ninguno de ellos recibió el memo diciendo que la mamá estaba cansada y quería irse a dormir temprano.
Últimamente, pareciera que nada está saliendo como quiero. Siempre ando atrasada, se me olvidan las cosas, y pareciera que la ropa sucia se cuadruplica todos los días. Mi esposo está más ocupado que nunca con su trabajo, en la casa sigue habiendo cosas que se descomponen, y creo que me puedo estar enfermando, pero no tengo tiempo para ir al doctor.
Mi única forma de encontrar paz es buscando calma y tranquilidad en la Palabra. Abro la Biblia, y leo esto: «Alégrense siempre en el Señor. Insisto: ¡Alégrense!» (Fil 4:4). ¿Alégrense? ¿En serio?
Los pasajes de la Escritura que nos dicen que hagamos ciertas cosas de manera continua siempre me han hecho detenerme a pensar: «¿En verdad es así? ¿Cómo se puede hacer?». La Biblia nos llama a orar sin cesar, perdonar setenta veces siete, dar gracias en todo y alegrarnos siempre. Pero, ¿cómo puedo alegrarme siempre, y aun cuando mis hijos no hacen lo que les digo o la aspiradora se descompone? ¿Cómo hacerlo cuando el doctor ordena más exámenes o chocan mi automóvil por detrás? ¿También debo hacerlo ahí? ¿Qué pasa cuando mis amigos me rechazan o mis sueños para el futuro mueren como las plantas que siempre olvido regar?
Siendo Pablo el que escribió eso en Filipenses, recuerdo que su vida no fue fácil. Soportó golpizas, privaciones, naufragios, encarcelamientos y, finalmente, el martirio. A pesar de su sufrimiento, siguió alegrándose. «…también [nos regocijamos] en nuestros sufrimientos, porque sabemos que el sufrimiento produce perseverancia; la perseverancia, entereza de carácter; la entereza de carácter, esperanza. Y esta esperanza no nos defrauda, porque Dios ha derramado su amor en nuestro corazón por el Espíritu Santo que nos ha dado» (Ro 5:3-5).
Al buscar entender lo que significa «alegrarse siempre», he aprendido que alegrarse es un verbo, la acción de vivir el gozo. Habitualmente pienso en el gozo como el fruto de una buena experiencia. Dios bendice mi vida de alguna forma y esto me pone feliz o me alegra. Sin embargo, resulta que alegrarse es algo que uno hace; una respuesta intencional a Dios . . . aun en las calamidades.
Esta respuesta ante la vida se opone completamente a lo que nuestros corazones tienden a creer. Tendemos a pensar que la felicidad se produce cuando la vida transcurre de la forma en que queremos. «Seré feliz cuando tenga el trabajo que quiero» o «seré feliz cuando tengamos la casa de nuestros sueños». «Si mis hijos durmieran toda la noche, sería más feliz» o «si mi marido ayudara más en la casa, yo no andaría tan irritable».
Fue Cristo quien nos mostró que el camino del gozo nos hace frecuentemente atravesar pruebas y sufrimientos. En Mateo 5, les dijo a sus seguidores: «Benditos los que lloran». En este sermón, «benditos» puede traducirse también como «felices». «Felices los pobres en espíritu»; «felices los que son perseguidos». Gracias a Cristo, el gozo es nuestro sin importar las circunstancias, porque su gracia soberana es la realidad general en la que vivimos.
Después de todo, ¿no es nuestra máxima felicidad el resultado directo de que Jesús derramara su sangre en la cruz? La cruz, señal y símbolo de maldición, se ha convertido para nosotros en un símbolo de esperanza y gozo gracias al sacrificio de Jesús. Hebreos 12:2 nos dice que Jesús se dirigió al sufrimiento por el gozo que le esperaba, es decir, la restauración de su pueblo ante el Padre. «Fijemos la mirada en Jesús, el iniciador y perfeccionador de nuestra fe, quien por el gozo que le esperaba, soportó la cruz, menospreciando la vergüenza que ella significaba, y ahora está sentado a la derecha del trono de Dios».
Cuando Pablo nos dice que nos alegremos siempre, dice que lo hagamos en el Señor. Tenemos gozo gracias a Él, a través de Él, por Él, y en Él. Cuando se trata de mis propios líos y desafíos, he aprendido que me es posible vivir intencionalmente el gozo. Aun cuando tenga falta de sueño, mi automóvil no quiera partir o nada salga como quiero, puedo alegrarme simplemente por la promesa y esperanza de que tengo en Cristo a mi Salvador.
Publicado originalmente en el blog Domestic Kingdom.

