Si no aprendemos cómo acumular tesoros en el cielo, inevitablemente nos conformaremos con los tesoros de la tierra y nos perderemos de algo mucho más perdurable y satisfactorio.
Cuando escuchamos: «acumulen tesoros en el cielo», podría sonar como: «asegúrense de apartar dinero para sus jubilaciones»; «prioriza tu seguridad financiera a largo plazo por sobre las ganancias y adquisiciones a corto plazo». Jesús, sin embargo, no está vendiendo un seguro de vida o negociando planes de jubilación aquí. Invertir en el cielo no significa renunciar a la felicidad presente. Significa relocalizar y profundizar nuestra felicidad, ahora y en la eternidad.
Cada vez que hacemos sacrificios terrenales en el proceso, Jesús dice:
En verdad les digo, que no hay nadie que haya dejado casa, o hermanos, o hermanas, o madre, o padre, o hijos o tierras por causa de mí y por causa del evangelio, que no reciba cien veces más ahora en este tiempo: casas, y hermanos, y hermanas, y madres, e hijos, y tierras junto con persecuciones; y en el siglo venidero, la vida eterna (Marcos 10:29-30) [énfasis del autor].
Cualquier inversión que hagamos en el cielo a costa de alguna experiencia en la tierra será generosamente recompensada ahora en este tiempo y en la era venidera. Cien veces ahora en este tiempo. ¿Crees que Dios hará eso cuando entregues lo que tienes?
Nuevamente, Jesús dice: «[…] Más bienaventurado» —ahora, hoy, en este momento— «es dar que recibir» (Hch 20:35) [énfasis del autor]. Cuando acumulamos tesoros en el cielo, no estamos asegurando el futuro; estamos obteniendo bendición ahora y en el futuro. Las personas más felices en el mundo no son aquellas que gastan y compran para sí mismas —vemos esto una y otra vez en los titulares de nuestra sociedad consumista—, sino las que gastan y dan para el bien de los demás.
Buscar la felicidad de esta manera, sin embargo, nos hará extraños en un mundo de compradores, gastadores y ahorradores. Aquellos que han guardado sus tesoros en el cielo confundirán, y probablemente ofenderán, a aquellos que se aferran a lo que tienen aquí en la tierra.
¿Qué se te ha dado?
Nuestro tesoro, aquí y en otra parte de la Escritura, es lo que sea que ganemos o adquiramos por nosotros mismos con lo que Dios nos ha dado. ¿En qué gastamos nuestro dinero, tiempo y energía?
Así que, primero, ¿qué te ha dado Dios? Bien, todo lo que tienes. «¿Qué tienes que no recibiste?», pregunta el apóstol Pablo. «Y si lo recibiste, ¿por qué te jactas como si no lo hubieras recibido?» (1Co 4:7). Con demasiada facilidad, comenzamos a dar los regalos de Dios por sentado, hasta que con el tiempo comenzamos a llevarnos el mérito de ellos. La administración fiel comienza con una convicción de que todo lo que tenemos nos ha sido dado (Stg 1:17) y que todo lo que se nos ha dado, ha sido dado con el fin de hacer mucho para Dios (1Co 10:31)
Entonces, nuevamente, ¿qué te ha dado Dios? «[…] Él da a todos vida y aliento y todas las cosas» (Hch 17:25). Primero, Él te ha dado vida, un regalo impresionante e inmensurable con un enorme potencial. Asumiendo que sobrevives el día, Dios te ha dado otros 20 000 alientos. Y, si es su voluntad, Él te dará otros 20 000 mañana. ¿En qué gastarás esos alientos?
Dios te ha dado vida, aliento y todo. Si lo tienes, Dios te lo dio. Cada moneda de cada sueldo. Cada metro cuadrado de tu hogar. Cada pedazo de algodón en tu clóset. Cada último centavo en tus ahorros. Y un día, cada uno dará cuenta de cómo gastamos y usamos todo lo que tuvimos (y a la mayoría de nosotros, especialmente en Occidente, se nos ha dado mucho). ¿Qué habremos comprado con nuestro mucho? ¿Qué dirá nuestro mucho sobre lo que realmente atesoramos y buscamos? ¿Nuestro mucho sugerirá que vivimos para el cielo en la tierra o que silenciosamente deseamos que el cielo nos permita pasar un par de años más aquí primero?
Recuerda a los pobres
¿Qué significa acumular tesoros en el cielo? Significa dar todo lo que podamos en la tierra por el bien de otros en el nombre de Jesús. Jesús dijo:
Vendan sus posesiones y den limosnas; háganse bolsas que no se deterioran, un tesoro en los cielos que no se agota, donde no se acerca ningún ladrón ni la polilla destruye. Porque donde esté el tesoro de ustedes, allí también estará su corazón (Lucas 12:33-34).
¿Quieres un tesoro que nunca se agote? ¿Quieres cuentas financieras que nunca se deterioren? ¿Quieres seguridad, libertad y placer que crezcan y aumenten mucho después de que hayas muerto? Entonces, vende lo que tienes para darlo a quienes no tienen. Jesús dijo en otra parte a un jovencito rico: «[…] Si quieres ser perfecto, ve y vende lo que posees y da a los pobres, y tendrás tesoro en los cielos; y ven, sé mi discípulo» (Mt 19:21) [énfasis del autor]. No podemos comenzar a acumular tesoros en el cielo si no estamos listos para sacrificar nuestros tesoros terrenales por aquellos en necesidad.
Obedecer a Jesús realmente comienza aquí: proveer para los pobres. Esto se verá diferente en cada familia, ciudad, siglo, pero Jesús nos asegura: «[…] a los pobres siempre los tendrán […]» (Mr 14:7). Y así ha sido, incluso en las naciones más acaudaladas. Y como los apóstoles le pidieron a Pablo, así Dios nos pide: «[…] ac[uérdense] de los pobres […]» (Gá 2:10). Por lo tanto, ¿quiénes son los pobres donde tú estás y cómo lo que tienes podría cubrir sus necesidades?
Generosidad ambiciosa
Aparte de los pobres (nunca pasando por alto o evitando a los pobres), acumulamos riquezas en una gran variedad de generosidades.
Damos para otro tipo de necesidades a nuestro alrededor, especialmente de creyentes: abrimos nuestros hogares en hospitalidad, cubrimos facturas en una crisis, proveemos comidas después de una cirugía, sorprendemos a alguien con un regalo considerado. Apoyamos el avance del Evangelio, primero por medio de nuestras propias iglesias, pero luego mucho más allá, por medio de las misiones al mundo. ¿Hay dólares que produzcan más tesoros en el cielo que los que ayudan a atraer a los no alcanzados al Reino?
Damos y también hacemos el bien: pasando tiempo con los que están solos, llevando cajas en una mudanza, enseñando en la Escuela Dominical, cuidando niños de papás cansados, ayudando a alguien con sus proyectos de casa, cocinando para un vecino. «No nos cansemos de hacer el bien» —dice Pablo— «pues a su tiempo, si no nos cansamos, segaremos» (Gá 6:9) [énfasis del autor]. Por tanto, acumular riquezas en el cielo a veces significa prestar nuestro tiempo y manos en lugar de nuestro dinero.
El llamado aquí no es sólo a un estilo de vida de generosidad, sino que de generosidad ambiciosa. No está diciendo que «te asegures de cubrir tus cosas básicas y luego veas si te queda algo para dar», sino que acumules tesoros en el cielo. Anda tras este tesoro. Busca maneras creativas de obtener más de este tesoro. Haz lo que sea que puedas para tener este tesoro. No una generosidad sobrante, sino que una generosidad radical (del tipo que sólo tiene sentido si Jesús realmente murió, realmente resucitó y realmente recompensará a quienes dan y se sacrifican de estas maneras). No incluyas simplemente al cielo en tu presupuesto, más bien dirige tu presupuesto —todo tu presupuesto— al cielo.
No temas
¿De dónde viene este tipo de generosidad ambiciosa? ¿Cómo peleamos contra los temores que nos hacen egoístas, cortos de vista y tacaños? Noten lo que Jesús dice inmediatamente antes de que nos llame a dar todo lo que tenemos:
No temas, rebaño pequeño, porque el Padre de ustedes ha decidido darles el reino. Vendan sus posesiones y den limosnas […] (Lucas 12:32-33) [énfasis del autor].
Si luchas con acumular tesoros en el cielo, recuerda, primero, que tienes un Padre en el cielo. En Cristo, el gobernador del cielo que te espera no es meramente tu rey compasivo o juez misericordioso, sino que te ha hecho su propio hijo. Aquel que tiene tu herencia (1P 1:4) y a ti por herencia (1P 1:5), te ama con el amor de un Padre devoto y cariñoso.
Tu Padre no es tacaño, sino que generoso. Él quiere darte el Reino. Si tú eres suyo, «[…] todo es de ustedes: ya sea […] el mundo, o la vida, o la muerte, o lo presente, o lo por venir, todo es suyo, y ustedes de Cristo, y Cristo de Dios» (1Co 3:21-23) [énfasis del autor]. ¡Qué insensatos somos, cuando la necesidad real y urgente nos confronta y nos aferramos a unos pocos dólares o a unas pocas horas inesperadas mientras Dios nos entrega todo en Cristo! Él literalmente no retendrá nada. La generosidad ambiciosa crece en la imaginación y en los bolsillos de aquellos que están asombrados con la generosidad de Dios. Medita en todo lo que Dios te dará. Nunca podrás contar o cuantificar lo que Él ha prometido.
No sólo nuestro Padre es generoso, sino que también está complacido en darte el Reino. Él no da de mala gana, sino que da con entusiasmo y alegría. Con la sonrisa más grande y más cálida. ¿Por qué Dios ama al dador alegre (2Co 9:7)? El siguiente verso nos lo dice: porque Dios mismo es un dador alegre y generoso (2Co 9:8). La generosidad alegre en nosotros se enciende brillantemente con la generosidad gozosa del cielo hacia nosotros.
Al final, Dios no sólo nos recompensará por acumular tesoros en el cielo, sino que Él será la gran recompensa del cielo. Como los creyentes perseguidos en Hebreos, podemos dar con alegría lo que tenemos en la tierra a aquellos en necesidad e incluso aceptar la expropiación de nuestra propiedad, puesto que sabemos que tenemos «[…] una mejor y más duradera posesión» (Heb 10:34). Y la mejor y más duradera posesión en última instancia no es algo que Él da, sino Alguien que Él es.