¿Cómo encontramos libertad de nuestras preocupaciones? Una de mis respuestas favoritas a esta pregunta es del apóstol Pablo en Romanos 8:13-15. Ahí él escribe esto: «Porque si ustedes viven conforme a la carne, habrán de morir; pero si por el Espíritu hacen morir las obras de la carne, vivirán. Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, los tales son hijos de Dios. Pues ustedes no han recibido un espíritu de esclavitud para volver otra vez al temor, sino que han recibido un espíritu de adopción como hijos, por el cual clamamos: “¡Abba, Padre!”». Batallamos con el pecado para ser liberados de la preocupación. Y en la batalla, demostramos nuestra fe en Jesucristo y su obra en nosotros. A continuación, veremos la prédica que el Pastor John hizo de este texto el año 2002.
Hazte la siguiente pregunta: ¿por qué la Biblia no me enseña a vencer el pecado pidiéndole al Espíritu Santo que lo haga? ¿Por qué la oración no es lo más importante de esta batalla? Entonces, aparece la tentación a sentirse desanimado por las finanzas o aterrado por una enfermedad; o la tentación a sentir orgullo porque hiciste algo correctamente. ¿Por qué, en ese momento, la manera de hacer morir esas tentaciones no es decir simplemente: «Espíritu Santo, te pido que vengas ahora y derrotes el pecado de mi vida. Amén»? Y listo. Pide y se te dará, ¿cierto? Incorrecto. ¿Por qué? Jesús no se lleva la gloria si lo haces de esa manera.
Resalta el fundamento
La razón por la cual en Gálatas 3:5 se dice que el Espíritu Santo es suministrado y se convierte en hacedor de milagros en poder «por el oír con fe» es que si dejas de lado la dimensión del oír —esto es, oír el Evangelio de Jesucristo y las promesas que Él trae para ti por su sangre— Jesús no obtiene crédito por esas promesas a las que te estás aferrando, entonces Él no obtendrá ninguna gloria. Está fuera de la ecuación.
Y de vez en cuando podrías pensar: «bueno, teológicamente, supongo que Él es el fundamento de todo». Bien, ¿sabes qué? Los fundamentos de tu casa no reciben ninguna atención. No pasas el día diciendo: «estoy tan agradecido de tener un enorme sótano. Me encantan esos bloques de cemento; son tan lindos». Ni siquiera piensas en los fundamentos de tu casa. Por tanto, dices de vez en cuando que «Jesús es el fundamento de todo», ¿y qué? Él no se lleva ninguna gloria si nunca hablas de ello, si nunca cantas de ello, si nunca contamos con su sangre para comprar las promesas para ti.
¿Recuerdas lo que dice 2 Corintios 1:20? «Pues tantas como sean las promesas de Dios, en Él [Jesús] todas son sí». Lo que esto significa es: cuando vives tu vida cristiana tomando una promesa, contando con ella, conectándote con ella, para que la fe vaya a la Palabra de Dios. ¿Sabes quién compró eso para ti? Jesús. Somos pecadores; yo soy un pecador. No merezco ninguna promesa de Dios cumplida en mi vida. ¿Cómo puedo contar con que las promesas de Dios serán cumplidas en mi vida? Una cosa: Cristo murió por mí. Cristo compró cada promesa para John Piper. Este es el nuevo pacto. Cristo derramó su sangre para que yo pudiera tomar cualquier parte de la Biblia y decir: «tomo esta promesa para hoy».
- «Te fortaleceré, ciertamente te ayudaré, sí, te sostendré con la diestra de mi justicia» (Is 41:10).
- «El Señor peleará por ustedes» (Ex 14:14).
- «Y mi Dios proveerá a todas sus necesidades» (Fil 4:19).
Puedo tomar esa promesa. ¿Por qué? ¿Porque lo merezco? De ninguna manera. Porque Jesús es digno, confío en Jesús y Él me la da.
Aférrate a la verdad de Dios
Permíteme terminar con un par de ilustraciones. Tenemos tres familias misioneras que han salido de esta iglesia y están navegando las aguas más oscuras de la expulsión de Tanzania, en este mismo momento, que nosotros jamás hemos navegado. Ponte en sus zapatos ahora mismo. Se les dio un aviso de treinta días: «salgan de aquí con toda su familia y con todas sus pertenencias». Es el único hogar que sus hijos han conocido. Denise nos escribió la Pascua pasada; escribió el correo electrónico la noche anterior a la Pascua. Esto es lo que dijo (ella se estaba imaginando a los discípulos entre el Viernes Santo y el Domingo de Resurrección):
Están sentados silenciosa y aturdidamente en la casa de alguien… y no saben que la resurrección está por venir. Así es cómo sentimos este tiempo en muchas maneras: oscuridad y un futuro incierto. Cuando menos lo esperábamos, estábamos empacando nuestras cosas y dejando el país, nuestro hogar por los últimos siete años, el único hogar que nuestros hijos habían conocido.
Ahora, pregúntate, ¿cuáles son los pecados que están amenazando aquí? Estos son algunos en los que yo pensé: enojo, desesperación, autocompasión, temor, impaciencia, irritabilidad. Esos son unos pocos pecados que amenazarían con aparecer en estos misioneros ahora. Escucha a uno de esos guerreros (Denise) en su correo, como la encarnación de este sermón. Ella comienza diciendo: «nos estamos aferrando a estas verdades». ¿Escuchas? «Nos estamos aferrando a la verdad». No es una noción vaga de un Dios allá afuera. Nos aferramos a verdades particulares.
Nos estamos aferrando a estas verdades: Dios es bueno; Él está en control; Él nos ama más de lo que podemos comprender y Él tiene planes para darnos una esperanza y un futuro, planes que nos prosperarán (Jr 29:11). Nuestros espíritus están comprensiblemente desanimados. Estamos emocional y espiritualmente agotados. Sin embargo, «las misericordias del Señor jamás terminan, pues nunca fallan sus bondades; son nuevas cada mañana» (Lm 3:22-23).
Y por consiguiente, hizo morir las obras de la carne.
Cómo la fe le habla al temor
Una ilustración más: Rich y Tricia estuvieron aquí por muchos años hasta que sea fueron a África el año pasado con tres niños pequeños. Trabajaron con los refugiados de la comunidad, aprendieron su idioma y así sucesivamente. Se fueron a un país que es tan frágil, tan hostil, que no podemos nombrarlo. Imaginen a tres niños y una pareja joven yendo a una tierra desposeída sin infraestructura. La religión es hostil para el cristianismo. ¿Qué tipo de cosas nacerían en tu mente a medida que haces un plan tan obediente? Permíteme citar su carta. Este es el boletín que recibí en febrero. Es una de las aplicaciones más poderosas de este mensaje en una carta misionera; y he leído muchas. Todos nuestros misioneros entienden esto, creo, y lo entretejen en sus cartas, pero esto es extraordinario:
Mientras que la constitución de este país podría declarar una cosa, la Palabra de Dios dice: «Porque mayor es Aquel que está en ustedes que el que está en el mundo» (1Jn 4:4). Donde el temor dice: «¿qué si tal cosa ocurre?, la fe dice: «No temas, porque Yo estoy contigo; no te desalientes, porque Yo soy tu Dios. Te fortaleceré, ciertamente te ayudaré, sí, te sostendré con la diestra de mi justicia» (Is 41:10). Donde la preocupación emerge, la fe responde: «La paz les dejo, mi paz les doy; no se la doy a ustedes como el mundo la da. No se turbe su corazón ni tenga miedo» (Jn 14:27). Cuando la duda y la frustración se mofan, diciendo: «¡nunca cambiarán; esto es una pérdida de tiempo!». Jesús nos mira a los ojos y responde: «Para los hombres eso es imposible, pero para Dios todo es posible» (Mt 19:26).
Promesas específicas, pronunciadas por Cristo
Necesitamos convertirnos en el tipo de personas que, cuando cruzamos un puente o vamos de una oficina a otra y entramos a una sala de clases —jóvenes, quizás están nerviosos por algún examen o algo, o quizás estás caminando por el pasillo y te preguntas: «¡rayos!, ¿usé el color incorrecto hoy?» o lo que sea, «¿me verán raro?»—, y que si crees que Dios está justo aquí («Nunca te dejaré ni te desampararé» (Heb 13:5), y Él dice: «Todas las cosas son posibles conmigo. Confía en mí. Te amo. Cuidaré de ti. Supliré todas tus necesidades. Me agradas. Morí por ti. Te he contado por justo»), ¿acaso no serías libre? No escuchar las promesas específicas y habladas por Cristo momento a momento a lo largo del día provoca que nos hundamos miserablemente.
Aprende de nuestros misioneros; aprende del apóstol Pablo. Haz morir las obras del cuerpo, haz morir a la carne, haz morir al pecado por el Espíritu; esto es, al poner tu mente en las cosas del Espíritu, en la Palabra de Dios («escuchando con fe»), y confiando en ellas. De esta manera, vendrá la paz, fluirá el Espíritu Santo, se dará poder, se dará muerte al pecado, se hará retroceder a Satanás, y Jesucristo que compró todas esas promesas, será magnificado.