He crecido en una cultura que pregona un extraño tema: la juventud es el ideal y lo viejo es un insulto. Este tema está profundamente arraigado entre el fango de las imágenes y las creencias que la cultura me transmite. Los medios de comunicación lo gritan desde los techos, explícita y, obviamente, implícitamente. El lugar de trabajo me lo dice; el gobierno me lo dice. Dicho de manera simple: esta cultura devalúa abrumadoramente la edad.
No creo que alguna vez pueda contar todos los productos antiedad vendidos en una tienda de cosméticos o cuántos comerciales de maquillaje he visto en el televisor. Esta cultura está obsesionada con la juventud. ¿Por qué crees que decirle a alguien «joven» es uno de los mayores cumplidos, mientras que decirle «vieja» es ofensivo y desubicado? Esta cultura, a diferencia de la mayoría en el pasado, valora lo joven por sobre lo viejo.
Ahora, no te equivoques: los efectos físicos del envejecimiento no son una bendición. Son una maldición, una consecuencia de la caída. No obstante, la madurez subyacente y el intenso valor social de quienes son mayores en edad es una bendición que ninguna persona joven puede tener. No obstante, la cultura se burla. Obsesionados con las apariencias, se deja de lado el rol extraordinario que los ancianos juegan en nuestra sociedad. Las personas jóvenes son más bonitas que las viejas por lo que, a los ojos de nuestra sociedad, hace que las personas jóvenes sean mejores.
Comencé este artículo llamándole extraño a este tema cultural, y lo es. Esta idea solo se ha vuelto dominante en los últimos cien años, y en comparación con la Biblia, demuestra ser claramente falsa.
Una y otra vez a lo largo de la Escritura, vemos el modelo de que los ancianos entrenan y enseñan a los jóvenes (por ejemplo, ver el consejo de Pablo en Tito 2:1-10 y la sabiduría de Salomón en Proverbios y Cantar de los Cantares, entre otros). Se les da tareas y responsabilidades mayores a las generaciones más viejas, y los jóvenes deberían mirarlos, aprender de ellos y crecer debido a ellos. Los más viejos son más sabios y más piadosos; los jóvenes, más necios y espiritualmente inmaduros. Así es como funciona el mundo. No obstante, en la economía de Dios, eso no determina que los viejos sean necesariamente mejores personas que los jóvenes. Todos tenemos igual valor y dignidad inherente a la vista de Dios.
Así es cómo Dios lo diseñó: los más viejos son mayores en sabiduría y madurez espiritual y los más jóvenes deben respetarlos y crecer gracias a ellos.
La cabeza canosa es corona de gloria, y se encuentra en el camino de la justicia (Pr 16:31).
Eso no significa que no haya personas jóvenes que sean sabias y maduras más allá de su edad o personas más viejas que carezcan de madurez. Sin embargo, sí quiere decir que con más años viene más sabiduría. ¡Debemos alabar eso! Debemos regocijarnos con la edad y celebrar los cumpleaños que marcan más madurez.
No obstante, recientemente, he descubierto que este peculiar tema cultural no solo está «allá afuera» en el mundo; al contrario, se ha filtrado a la iglesia. ¡Combatamos esto firmemente! La edad no es una maldición. La Escritura nos muestra que con ella viene sabiduría y abundante bendición.
Este extraño tema cultural ha tenido un enorme impacto en cómo nosotros (incluso como cristianos) vemos la edad. Rechacemos esta falsa trampa de que la juventud es el ideal y que envejecer es una maldición. Rechacemos la devaluación de la edad. Abracemos las ideas presentadas en la Escritura que dicen que con la edad vienen bendiciones y madurez, y que nosotros que aún somos jóvenes busquemos a quienes son más viejos que nosotros y aprendamos de la sabiduría que ellos tienen.