Sabemos que la maternidad trae consigo miles de desafíos y a las madres que también son cristianas se les añade un desafío más: llevar a su bebé a la iglesia cada semana.
Yo te entiendo, madre con hijos pequeños, salir de la casa conlleva mucho trabajo. Tenemos que estar preparadas para una variedad de posibilidades y necesidades: lluvia, frío, calor, ropa sucia, cambio de pañales, juguetes, comida, agua, etc. Súmale a todo eso la necesidad de salir a un cierto horario que, en la mayoría de las ocasiones, no resulta. Y para rematar, debemos enfrentarnos al constante ajuste de horarios y rutinas entre el momento que comienza el servicio y la siesta de nuestro bebé o su colación.
¿Realmente vale la pena tanto trabajo?
Muchas madres durante el servicio de su iglesia se sienten incómodas porque tienen la sensación de que sus bebés están estorbando a los demás. Asisten con la preocupación de que en cualquier momento sus pequeños hijos comiencen a llorar y de que, por más esfuerzo que pongan en calmarlos, griten con aun más fuerza. Ellas saben que tendrán que lidiar con varios hermanos que mirarán en su dirección. Se sentirán juzgadas y comenzarán a imaginar en sus mentes lo que ellos podrían estar pensando: «pobre mamá, no es capaz de calmar a su propio bebé», «¡qué bebé más ruidoso! ¿Por qué no salen afuera del salón?». Probablemente, recibirán de una amable hermana la sugerencia de salir un rato del lugar, debido a que su bebé está distrayendo a los demás.
Quizás tú ya optaste por quedarte cada domingo en una sala aparte, lejos de tus hermanos, donde intentarás cada semana escuchar la predicación. O quizás ya, luego de tanto estrés, decidiste quedarte en casa para ver la transmisión del servicio en vivo.
Sí, es mucho más cómodo estar en la casa, la pandemia nos mostró eso. Basta solo con conectarse unos segundos antes de que comience el servicio y ya estás lista. No hay que preparar nada, no hay miradas de otros hermanos y no hay estrés. Pensar que lo mejor es ir cuando tu hijo ya esté un poco mayor y pueda entender mejor las cosas, puede ser bastante tentador.
Hoy quiero recordarte la importancia de que te reúnas con tu iglesia local. Pero quiero que sepas que, mientras no entiendas cuál es el verdadero propósito de reunirse con otros hermanos, no tendrás esto como prioridad y, como consecuencia, tus hijos no aprenderán o al menos algún día no se podrán adaptar.
¿Por qué nos reunimos como iglesia?
La Biblia tiene varios pasajes que nos muestran cómo debe ser nuestra relación con nuestros hermanos de la fe. Mira que interesante son las palabras del apóstol Pablo:
Porque así como el cuerpo es uno, y tiene muchos miembros, pero, todos los miembros del cuerpo, aunque son muchos, constituyen un solo cuerpo, así también es Cristo. Porque el cuerpo no es un solo miembro, sino muchos. Por el contrario, la verdad es que los miembros del cuerpo que parecen ser los más débiles, son los más necesarios […]. Si un miembro sufre, todos los miembros sufren con él; y si un miembro es honrado, todos los miembros se regocijan con él. Ahora bien, ustedes son el cuerpo de Cristo, y cada uno individualmente un miembro de él (1 Corintios 12:12, 14, 22, 26-27).
Estas palabras están dirigidas a todos los que han sido llamados por Dios para ser su pueblo santo. Así que debes saber que si estás en Cristo eres parte y miembro esencial de su cuerpo, lo cual es cierto también para tu bebé. Tu hijo es parte de la comunidad y debe ser tratado como tal, hasta que él, algún día, diga personalmente lo contrario. Mientras tanto la familia de la fe debe saber que no puede funcionar correctamente sin ustedes.
La vida cristiana se vive en comunidad
No fuiste alcanzada por el Señor para vivir de manera aislada y privada. Cuando el Señor nos alcanza, Él nos introduce en una comunidad que es su propio cuerpo y del cual Él es el fundamento. Dejar de reunirte con tu iglesia te hará vivir un cristianismo deficiente, porque la vida en comunidad refleja la naturaleza de nuestro Dios trinitario, quien tiene una comunión perfecta y eterna entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.
Además, también hay una serie de mandamientos llamados recíprocos, conocidos por la fórmula «los unos a los otros». Todos estos mandamientos solo pueden ser obedecidos cuando estamos juntos, cuando vivimos los unos con los otros. Si no hay comunidad, no podemos honrarnos (Ro 12:10), aceptarnos (Ro 15:73), soportarnos (Ef 4:2; Col 3:13), perdonarnos (Ef 4:32; Col 3:13), orar unos por otros y confesar nuestros pecados mutuamente (Stg 5:16), animarnos y exhortarnos (Heb 3:13), y tampoco amonestarnos y confrontarnos (Ro 15:14; Col 3:16; Gá 6:1-6).
Las personas con las que participas cada domingo son tus hermanos en Cristo. Tú le perteneces a ellos y ellos a ti. Son miembros los unos de los otros, los necesitas tanto como ellos te necesitan a ti y a tu bebé. Cuando dejas de reunirte con tu iglesia, no solo evitas encontrarte con tus hermanos, sino que también dejas de ser bendecida por ellos y los privas a ellos de que sean bendecidos por ti y tus hijos.
Ahora que ya sabes cuán importante es reunirte con tu iglesia, te animo a prepararte cada semana de manera intencional para disfrutar de ella, el cuerpo de Cristo.
Prepárate con tu familia
Ora antes de salir de casa, aunque sea una corta oración. Pide al Señor que les permita tener una buena experiencia como familia. Explica a tus hijos lo que sucede en cada momento del servicio; permíteles que miren lo que está sucediendo alrededor: cómo gesticula el pastor, cómo están funcionando los instrumentos musicales, etc. Asegúrate de que todos lleven sus Biblias y que participen activamente de cada momento litúrgico.
Ya sea que tu iglesia continúe su servicio en línea o todavía te sientas insegura de participar de manera presencial, te animo a que lo hagas como si estuvieras allí. Elige un lugar apropiado para sentarte con tu bebé y busca participar de cada momento del servicio, no solo asistir. Cierra los ojos en los momentos de oración, canta los himnos y escucha con atención la predicación. Busca que tu pequeño hijo perciba lo importante que es este tiempo. Y, por favor, busca que tu participación en línea sea solo algo momentáneo, como ya vimos, es muy importante que participes y disfrutes del cuerpo de Cristo y que otros disfruten de ti presencialmente.
Sé un ejemplo
Si tu hijo aún es muy pequeño, no asumas que es muy temprano para hacer todo esto. Los bebés aprenden por imitación, empieza con él desde ya. Que tu hijo se acostumbre con el sonido de las canciones, con la voz del pastor, que vaya aprendiendo que la iglesia es un lugar familiar.
En uno de los primeros servicios presenciales donde asistí con mi hija de un año, ya cansada de estar corriendo detrás de ella tratando de que no molestara a los demás, finalmente, la dejé caminar durante la alabanza. A dos sillas frente a ella, estaba una hermana alabando con mucha emoción, con sus ojos cerrados y brazos en alto. Mi hija se quedó el resto de la música allí, mirándola atentamente. Al final del culto, cantamos un himno y mi hija, que estaba en mis brazos, apenas comenzó la melodía, cerró sus ojitos con fuerza, levantó una de sus manos al cielo y empezó a balbucear: «aaah… maaa…».
Ella estaba imitando a aquella hermana, obviamente, sin entender el significado de lo que estaba sucediendo. Sin embargo, si te das cuenta, solo algunos minutos de observación fueron suficientes para que ella aprendiera que cuando hay música en la iglesia es tiempo de cantar, no de jugar o de salir a caminar.
Yo estaba tan preocupada de mantenerla en silencio que no disfruté y no participé de los tiempos de la liturgia y tampoco de buscar ser un ejemplo para mi hija. Pero, gracias a Dios, ella pudo aprender de esa otra hermana. Ahora, durante los momentos de música en mi iglesia, la sostengo en mis brazos (para que no se escape), canto con todo mi corazón y ella me acompaña con sus palabritas tratando de seguir la melodía.
Persevera
Claro que es imposible que un bebé o un niño pequeño pueda estar atento y en silencio durante toda una predicación. No hay problema en que lleves algo para que se distraiga, como un juguete, por ejemplo. Pero no permitas que ese juguete lo distraiga de todos los momentos del servicio, utilízalo en momentos específicos cuando percibas que tu hijo ya está cansado o irritado. No te preocupes si tienes que salir en algún momento, hazlo, pero vuelve pronto. Y no lo hagas creyendo que los hermanos estarán mejor allá adentro sin tu bebé. Recuerda que la iglesia no es un lugar exclusivo para adultos, es para todos, incluso para ti, querida madre cansada con tu bebé llorón.
Al principio, como cualquier actividad nueva, requerirá perseverancia para hacerlo una costumbre. Puede que algunos domingos sean más difíciles que otros, pero te animo a que no dejes de perseverar. Lucha cuando venga el desánimo y recuerda los beneficios que vendrán cuando finalmente tus hijos sean mayores y puedan repetir como David en el Salmo 122: «Yo me alegré cuando me dijeron: “Vamos a la casa del Señor”».
Un llamado a todos los cristianos
Queridos hermanos, valoren a los niños y miren con amor a las mamás de su iglesia. Cuando escuchen a un niño llorar o gritar durante el servicio, alégrense de que son parte de una iglesia que está viva y que está creciendo. Si se sienten molestos por el ruido, recuerden que este bebé es parte del pueblo de Dios, es parte de tu familia espiritual. Así como los padres, ellos también tienen derecho de estar allí con ustedes. Sonrían a los padres para que se sientan acogidos y sepan que están en familia, acérquense a preguntar si pueden ayudar con algo y si tienen un poco más de confianza ofrezcan cargar el bebé en brazos un rato. Sean amables con cada niño para que desde pequeños se sientan bienvenidos en la familia de Dios, de ese modo ellos aprenderán a amar la comunión con sus hermanos.
Uno de los relatos de los evangelios nos muestra que algunos padres llevaron a sus hijos hasta Jesús; sin embargo, los discípulos consideraron que era una mala idea, así que los reprendieron. No obstante, cuando Jesús se dio cuenta de lo que estaba pasando, se indignó con sus discípulos y les dijo que dejaran a los niños ir hacia Él. Acto seguido los bendijo e hizo reflexionar a todos los que estaban presentes diciendo que deberían ser más parecidos a aquellos niños.
Queridos hermanos, dejen que los niños estén presentes y que ellos sean un recordatorio vivo de cómo debemos ser para recibir el Reino de Dios (Mr 10:15).