Fue uno de esos días terribles. Estaba a punto de llorar de tanto cansancio, ya no era capaz de soportar una noche más con mi hija despertándose a cada hora. Estaba exhausta. Hice una oración pidiendo a Dios que nos permitiera descansar un poco. Cerré los ojos, me quedé dormida, desperté, miré el reloj y ¡eran las 6:30! No podía creer que había dormido durante toda la noche. Estaba renovada, feliz y emocionada. Comencé a dar gracias a Dios, pues para mí estaba claro: Él había respondido mi oración.
Tenía toda la energía y motivación para orar, para leer algunos versículos y para tener una rutina impecable. Pero todo salió mal. Todo lo que tenía que hacer se volvió un caos y un desorden. Terminé el día agotada e irritada una vez más. Me sentí frustrada y culpable por no lograr ordenar bien mis tiempos y también me sentí avergonzada porque le había pedido a Dios una buena noche de descanso para priorizar al día siguiente un buen tiempo con Él. Sin embargo, lo único que hice fue elevar una tímida oración: «perdóname, Dios, ¡ayúdame!».
Sé que esto también puede estarle pasando a cualquier otra mamá con niños pequeños. Muchas mamás podrían resumir su relación con Dios como simplemente «peticiones de ayuda». He podido conversar con algunas madres sobre cómo se ve una vida devocional después de que los hijos nacen y casi siempre aparecen las mismas cosas: agotamiento, falta de tiempo, culpa por una mala organización del tiempo, oraciones rápidas y, a veces, un poco de lectura de algún versículo sin mayor profundidad. Una vez, una mamá, con vergüenza, me confesó: «las últimas oraciones que he estado haciendo son para enseñarle a mi hijo cómo orar, entonces, siempre comienzo con “Papá Dios…”. ¡Y ahora, ya no sé de qué manera orar como una mujer adulta!».
Si te has identificado con algo de lo que leíste hasta ahora, este texto es para ti. Hoy quiero compartir contigo cuatro cosas que he aprendido del Señor y también algunos pasos prácticos que nos ayudarán a tener, en este tiempo exigente de crianza, una mejor y más consistente vida devocional.
1. No más excusas
El tiempo devocional que tanto buscaba, se había vuelto un ídolo en mi corazón. Intenté convencerme de que se trataba de Dios, pero en realidad se trataba de mí. Quería un tiempo tranquilo, un tiempo que me hiciera sentir bien y restaurada. Claro que los tiempos a solas con Dios provocan todo esto, pero no es el propósito final y absoluto. El propósito de un tiempo devocional es conocer más a Dios y no hacernos sentir bien necesariamente. Más que cualquier otra cosa, yo estaba buscando una experiencia, y no a Dios.
Deja de buscar el ambiente y el tiempo perfecto para estar con Dios; tu vida ha cambiado, tienes nuevas responsabilidades y menos tiempo libre. Realmente, no necesitamos un ambiente tranquilo, es nuestra alma la que se debe aquietar y, con humildad, reconocer que necesitamos a Dios, no para que tengamos una noche de descanso, sino porque somos completamente dependientes de Él. Él es el alimento para nuestra alma, así que solo empieza a buscarlo como puedas.
2. Aprovecha bien el tiempo
La mayoría de las mamás con las que he hablado confiesan estar muy pendientes del celular y no es solamente porque quieran sacar fotos en el momento preciso a sus hijos, sino porque principalmente quieren estar en las redes sociales. Hay una sensación de desconexión y placer al mirar las fotos y videos divertidos de otras personas. No obstante, esto funciona como una trampa: comienza con unos pocos minutos (con la excusa de encontrar un pequeño relajo), pero se transforma rápidamente en horas y horas de tiempo perdido. Aunque al principio, las redes sociales nos traen una sensación de placer, estas pueden generar estrés y ansiedad (y muchas otras consecuencias en nuestros corazones).
Ahora, no todo está perdido, el celular también puede ser una herramienta poderosa para acercarnos a Dios. Puedes usar tu celular con sabiduría, por ejemplo, revisa las cuentas que sigues, prioriza solo las que te edifican. Si aún no la tienes, descarga la aplicación de la Biblia y busca un buen plan de lectura bíblica. Escucha prédicas o pódcast. Haz una playlist con tus alabanzas favoritas. Todo eso lo puedes hacer mientras amamantas, cambias el pañal o juegas con tu bebé. Léele la Biblia a tu hijo pequeño, además de edificarte, también lo estimularás.
3. Pide ayuda
No deberíamos estar solas, deberíamos poder contar con nuestra comunidad de la fe. Necesitamos amigas que nos recuerden el Evangelio, que nos escuchen y que oren junto a nosotras y por nosotras. Necesitamos amigas que nos visiten o que hagan una videollamada solo para hacer una oración o para compartir un devocional con nosotras. Así que, escríbele a una amiga y pídele que te ayude específicamente con esto.
Si hay otras mamás con hijos pequeños en tu iglesia, ¿qué tal empezar una red de apoyo entre ustedes? Pueden compartir sus luchas, orar juntas y leer la Biblia, aunque sea tan solo un versículo. Pidan el apoyo de sus esposos para esto.
Y, por último, pero no menos importante:
4.Recuerda el Evangelio en toda situación
Es muy importante tener un tiempo a solas con el Señor todos los días. Pero no se trata solo de eso, se trata de estar con el Señor todo el tiempo, aun durante la rutina más caótica que podamos tener. Se trata de aplicar el Evangelio a todas las situaciones de la vida, como cuando despiertas a tu hijo con alegría porque sabes que las misericordias del Señor se renovaron y le dices: «hijo, Dios nos regaló un día más de vida, aprovechémoslo»; o como cuando das gracias a Dios por lo que tienes en la mesa, pero no en modo automático como quien tiene afán para comer o para usar ese tiempo con el fin de enfriar la comida de tu bebé, sino para expresar gratitud y confianza en el Señor por el alimento provisto; o como cuando pides ayuda al Señor para recordar que, cuando tu hijo no te da espacio de tranquilidad, puedes ser paciente tal como Él te trata con paciencia aun en medio de las mismas equivocaciones; o como cuando, luego de que tu hijo te despertó de madrugada, lo atiendes con amor porque sabes que el Señor te amó primero; o como cuando, después de un día difícil en el trabajo y sabes que lo único que quieres es desconectarte, relajarte y hacer nada, dejas todas tus cosas, tus problemas y juegas con tu hijo, porque sabes que eso es lo que Jesús hizo por ti al despojarse de toda su gloria para servirte.
Descansa en la gracia. Estás experimentando un amor distinto e intenso por un bebé que recién nació y que no ha hecho nada para merecer tu amor. Lo estás amando no porque es obediente o porque hizo algo en especial, lo amas porque es tu hijo y tú eres su mamá. Así es el amor de Dios por sus hijos: desinteresado e incondicional.
Dios no te va a amar más porque leíste la Biblia ni te va bendecir más o menos por si tuviste, o no, un tiempo de oración. Aprende a descansar en el amor del Padre, quien te adoptó y te aceptó como hija, no porque hiciste algo especial, sino por su gracia.
Cuando entendemos que podemos disfrutar de la presencia de Dios en cualquier momento de nuestra vida, somos fortalecidas y podemos experimentar verdadero descanso, aun cuando estemos haciendo muchas cosas. Recordar el Evangelio en todas las situaciones de nuestra rutina nos llena de fuerza, porque recordamos que Él es quien nos fortalece.
Repitamos, entonces, las palabras del apóstol Pablo:
Por tanto, no nos desanimamos. Al contrario, aunque por fuera nos vamos desgastando, por dentro nos vamos renovando día tras día. Pues los sufrimientos ligeros y efímeros que ahora padecemos producen una gloria eterna que vale muchísimo más que todo sufrimiento. (2 Corintios 4:16-17, NVI)
Por favor, no desperdicies esta etapa de tu vida y aprovecha cada circunstancia como una oportunidad para profundizar tu relación con Cristo. En medio de llantos, pañales sucios, una casa desordenada, un cuerpo cansado, busca que tu corazón esté solamente atento a Él y no pierdas de vista que todo lo que haces hoy por tus hijos tendrá resultados eternos.
El mismo Dios que te dio la misión de ser mamá, de cuidar a un hijo, es el mismo Dios que te va a proveer los medios para hacerlo.