Esta es una súplica de la generación joven a la generación mayor: los necesitamos desesperadamente.
Por favor, no se alejen de nosotros hasta cuando el Rey los esté por llamar. No se jubilen de acuerdo con los términos del mundo ni abandonen sus iglesias locales.
A medida que el tsunami de la explosión de natalidad después de la Segunda Guerra Mundial comienza a inundar las riberas de la jubilación, por favor, no dejen que nosotros, los mileniales, tengamos que valernos por nosotros mismos y cometamos los mismos errores de nuevo. Únanse a John Piper para reconsiderar su jubilación[1] y terminen el camino hasta la meta, proclamando el poder de Jesús a esta generación (Sal 71:18).
Su sabiduría
Para su gozo y nuestro bien, los necesitamos en esta familia llamada «iglesia». Ustedes son nuestros padres (1Ti 5:1). El apóstol no solo les escribió a los jóvenes, sino también a ustedes, no solo a la generación más joven, sino también a los «padres» (1Jn 2:12-14). No nos dejen huérfanos.
Necesitamos su sabiduría. Necesitamos su experiencia. Ustedes han hecho un largo viaje, han visto nuevas tendencias llegar e irse; se han regocijado con los que se regocijan, han llorado con los que lloran, han soportado la noche oscura del alma. Tal como los jóvenes ven visiones, necesitamos que ustedes sueñen sueños (Hch 2:17), que se acerquen a nosotros y no que se alejen. Ayúdennos a tener coraje cuando necesitemos ser valientes y, con delicadeza, cambien nuestro rumbo cuando debamos dar un paso atrás.
¿Qué haremos los hobbitses sin nuestros Gandalfs?
Su ejemplo
Necesitamos su ejemplo. Los jovencitos necesitamos que nos discipulen y nos alienten para aprender autocontrol (Tit 2:6), para «[huir] de las pasiones juveniles y [seguir] la justicia, la fe, el amor y la paz» (2Ti 2:22). Necesitamos que sean nuestros modelos para «no ser rencillosos, sino amables para con todos, aptos para enseñar, sufridos» (2Ti 2:24).
Necesitamos que ustedes sean «sobrios, dignos, prudentes, sanos en la fe, en el amor, en la perseverancia» (Tit 2:2), para moderar la energía de nuestra juventud con su paciencia y para complementar la ambición de los jóvenes con la perspectiva del anciano contento que ya ha recorrido el camino varias veces.
Su gracia
Necesitamos su perdón. En nuestro fervor por crear el futuro, a menudo hemos visto las cosas en forma distorsionada. A veces hemos sido tan ingenuos que hemos pensado que todo sería mejor si su generación se quitara del medio. Podría ser más fácil, pero categóricamente no sería mejor. ¡Qué horrible es cuando el ardor espiritual fermenta arrogancia! Hemos sido unos insensatos. Hemos pecado contra ustedes. Necesitamos su misericordia.
Necesitamos su paciencia. Necesitamos su gracia. No siempre es fácil entenderse con los líderes jóvenes. Les pedimos que recuerden lo que era ser más joven, especialmente porque nosotros tenemos en cuenta que un día no muy lejano seremos mayores. Les pedimos que escuchen, que realmente escuchen, y que nos den el beneficio de la duda a aquellos de nosotros que claramente amamos a Jesús. No estamos tratando de arruinar su iglesia, sino preparando el camino para cosas más grandes que aún están por venir. No estamos tratando de eliminar su legado evangélico, sino mantenerlo vivo.
Y los necesitamos para lograr todo esto, no en nuestra propia fortaleza, sino en la que Dios nos da para que en todo Él sea glorificado mediante Jesucristo (1P 4:11). Él nos promete explícitamente que nunca nos desamparará (Sal 71:18), por el contrario, Él nos cargará aun en nuestra vejez y avanzada edad (Is 46:4). Él nos dará el poder y nos guardará para que lo escuchemos decir: «Bien, siervo bueno y fiel» (Mt 25:21, 23).
Ahora más que nunca
Desde hace décadas ustedes han caminado como «extranjeros y peregrinos sobre la tierra» (Heb 11:13). Y ahora, que están disminuyendo el ritmo y se están volviendo más frágiles, que más que nunca se sienten más cerca del cielo y «buscan una patria propia» (Heb 11:14) más que en cualquier otro momento, mientras «anhelan una patria mejor, es decir, la celestial», una ciudad preparada para ustedes por Dios mismo (Heb 11:16), por favor no se conformen con solo sentarse a relajarse los domingos al atardecer.
Los necesitamos tal como son: comunes y corrientes, imperfectos y normales. Claro que anhelamos a los Raymond Lull (martirizado por los musulmanes a los 80 años), a los Policarpo (obispo de Esmirna, quemado vivo en el año 155 a los 86 años) y a los J. Oswald Sanders (quien escribió un libro cada año a partir de los 70 años y falleció una semana después de haber cumplido 100). Pero también necesitamos fervientemente a esos desconocidos sabios mayores, a los que han trabajado sin ningún renombre en alejadas iglesias locales, a los que han participado sin ocupar ninguna posición privilegiada, a los que se han comprometido sin ser quienes tomen decisiones finales, sin importarles jugar un papel secundario.
«La mayoría de los hombres ya no mueren de vejez», dice Ralph Winter, «sino por jubilarse».
Por favor, no se jubilen de la iglesia local. Los necesitamos más que nunca.
David Mathis © 2013 Desiring God. Publicado originalmente en esta dirección. Usado con permiso. Traducción: Marcela Basualto
[1] N. del T.: el escritor está haciendo alusión al título del libro Rethinking Retirement [Reconsiderando la jubilación] escrito por John Piper.