Cada vez que intento decorar una pieza, crear un centro de mesa o poner flores en las macetas de la entrada de la casa, trato de encontrar una imagen que pueda replicar. No soy una de esas mujeres talentosas que pueden inventar un diseño sin ayuda, así que me beneficio grandemente al tener una imagen que puedo copiar. Aunque el producto final rara vez se ve tan bien como la imagen (¡a veces ni siquiera se acerca!), al menos se ve mejor de lo que yo hubiese hecho sin tener una.
¿Sabían que Dios misericordiosamente entrega a mamás (y a papás) una imagen que podemos copiar? En el Salmo 144:12 encontramos una sorprendente imagen que refleja cómo deben ser nuestros hijos a medida que entran a sus primeros años de adultez: «Sean nuestros hijos en su juventud como plantíos florecientes, y nuestras hijas como columnas de esquinas labradas como las de un palacio». Ahora, es cierto que «plantíos» y «columnas» no son las primeras imágenes que se nos vienen a la mente cuando pensamos en una jovencita con sus altibajos emocionales o en un chico que tiene su cuarto cubierto de ropa. Así que miremos detenidamente esta imagen y descubramos lo que podemos aprender.
Nuestros hijos. Deben parecerse a un plantío. Éste no está lleno de vástagos ni son plantas que crecen con lentitud. Se trata de una planta que creció completamente y que tiene profundas raíces. Puesto que es una planta resistente, puede aguantar el calor, soportar el frío y tolerar condiciones climáticas difíciles. Ésta es una imagen de fortaleza y resistencia. Nuestros hijos deben crecer anticipada y rápidamente en madurez y ser capaces de enfrentar las tormentas de la vida. En otras palabras, los jóvenes no deben pasar sus años en una adolescencia perpetua, sino que deben crecer completamente en su juventud. ¡Obviamente, un hijo necesita muchísimo a su papá (u otro hombre piadoso, si es que el padre no se involucra en la vida del hijo) para este proyecto! Sin embargo, ¿cómo influye en mi maternidad esta imagen?
Primero debemos resistir el deseo de proteger a nuestros hijos cuando ellos necesitan enfrentar sus miedos. Debemos rehusarnos a consentirlos cuando en realidad necesitan ser fuertes. Debemos dejar que tomen tareas difíciles, ellos solos, sin nuestra ayuda o intromisión. En síntesis, no debemos tener miedo de poner a nuestros hijos en situaciones incómodas. Esto no significa que debemos enviarlos a los leones de la cultura, sino más bien debemos entrenarlos a dar pasos de valentía, de coraje y de fuerte resistencia.
Nuestras hijas. Ellas deben ser como columnas de esquinas. Una columna de esquina no sólo soporta el peso del palacio, sino que también une las murallas de éste. Lo adorna con hermosura. Ésta es una imagen de fuerza y de belleza. Por lo que en vez de cerrar nuestros ojos y de apretar los dientes hasta que los años de adolescencia se hayan acabado, debemos comenzar a enseñarle a nuestras hijas cómo ser fuertes y hermosas.
En primer lugar, nuestras hijas deben tener un carácter fuerte. Deben ser capaces de cargar con responsabilidades y de sobrellevar la presión y la adversidad. No obstante, ellas no se fortalecerán al satisfacer sus deseos egoístas, así que ahora es el tiempo de enseñarles a sacrificarse y a negarse a sí mismas. Nuestras hijas también deben ser fuertes relacionalmente. Como columnas de esquinas, deben conectar personas, reuniendo y manteniendo a otros unidos. Por lo tanto, en vez de darles un reino libre para juntarse con quienes ellas quieran, debemos animarlas a acercarse a aquellos que están solos, lo que incluye a la chica nueva, y a mantenerse cerca de amigas que la animarán en piedad. Por último, necesitamos enseñarles a nuestras hijas el significado de la verdadera belleza: contemplar y reflejar la belleza de Dios. Una columna de esquina no sólo sostiene el edificio, sino que también atrae a otros. Por esta razón, queremos que nuestras hijas sean hermosas de adentro hacia afuera para que así hagan notar la belleza de Dios.
Antes de que cualquier mamá se intimide por las expectativas de cumplir con tal imagen, o quizás se desanime porque sus hijos mayores no la reflejan, permítanme llevar su atención a esta maravillosa verdad: esta imagen es más que eso; es una oración.
No somos responsables —tampoco capaces— de criar hijos e hijas como éstos con nuestras propias fuerzas. «Si el Señor no edifica la casa, en vano trabajan los que la edifican» (Sal 127:1). Es por esta razón que este versículo es ante todo una petición a Dios para que él forme a nuestros hijos conforme a esta imagen; que haga que nuestros hijos sean personas que marquen una diferencia en el mundo por el nombre del Evangelio.
Así como J.C. Ryle le recuerda a los padres sobre la importancia y la efectividad de sus oraciones:
Sin la bendición del Señor, tus mejores esfuerzos no serán de ninguna bendición. Él tiene los corazones de todos los hombres en sus manos. A menos que el toque los corazones de tus hijos por medio de su Espíritu, te agotarás sin propósito. Riega, por lo tanto, con incesante oración la semilla que sembraste en sus mentes. El Señor está mucho más dispuesto a escuchar de lo que nosotros lo estamos a orar; él está mucho más dispuesto a bendecir de lo que nosotros lo estamos para pedirle que nos bendiga; sin embargo, él ama que roguemos por nuestros hijos.
Por lo tanto, mamás, hagamos de esta nuestra oración: «que nuestros hijos sean en su juventud como plantíos florecientes, y nuestras hijas como columnas de esquinas labradas como las de un palacio».