Cuando una amiga lucha con su apariencia, muchos de nosotros diríamos algo así: “Eres hermosa tal y como eres. Dios te creó y te ve hermosa. Yo también pienso lo mismo. Sólo tienes que creer que es verdad.”
Sin lugar a dudas, este consejo encierra importantes verdades. La dignidad de cada ser humano hecho a imagen de Dios significa que todos tenemos una belleza inherente. Pero esta gloriosa verdad no siempre nos ayuda cuando nos sentimos poco atractivas o nuestra apariencia nos produce ansiedad.
En cuanto a mí, puedo convencerme de que soy hermosa sólo por un momento. Basta con que mi pesa registre unos kilos de más o pase junto a una mujer más joven y bella que yo, y esa burbuja estalla rápidamente.
¿Por qué esta verdad no se queda grabada? ¿Por qué esta asombrosa información —de que somos hermosas porque fuimos hechas a imagen de Dios— no erradica de una vez por todas nuestros sentimientos de insuficiencia e inseguridad?
Una de las razones es que frecuente y erradamente convertimos esta verdad sobre Dios en clichés sobre nosotros. Cuando cambiamos el foco y lo desviamos de Dios hacia nosotros, estamos distorsionando la verdad.
Así, “Dios es hermoso y nos creó a su imagen” se convierte en “Tú eres hermosa porque Dios te creó”.
Aquí es donde se encuentra el defecto de nuestro bien intencionado consejo: Éste comienza y termina en nosotros.
Cuando nos enfocamos en nosotros mismos, sólo empeoramos el problema. Eso es porque nuestro problema es el egocentrismo. Cuando la confianza en nosotros mismos languidece, a menudo revela una preocupación por el “yo”. La lucha con las comparaciones, las expectativas ajenas y el deseo de calzar con el resto revela nuestro ensimismamiento.
“La baja autoestima generalmente significa que tengo un concepto demasiado elevado de mí”, explica Ed Welch. “Me preocupo demasiado de mí mismo, y siento que me merezco más de lo que tengo. La razón por la que me siento mal conmigo mismo es que aspiro a algo más. Sólo quiero unos minutos de grandeza.”
Los sentimientos de insuficiencia con respecto a nuestra apariencia frecuentemente surgen porque sentimos que merecemos más de lo que tenemos. Aspiramos a algo más.
Podemos pensar que no estamos en busca de grandeza —que sólo queremos calzar con el resto de las mamás o las chicas populares de la escuela—, pero entonces, una vez más, pareciera que nunca les agradamos lo suficiente ni nos incluyen lo suficiente como para sentirnos felices. Nunca obtenemos lo que, según nosotras, merecemos.
Esta es la razón por la que nuestros problemas con la belleza parecen repetirse constantemente: nuestro “yo” jamás está satisfecho.
Pero hay esperanza para ti y para mí. Cuando diagnosticamos certeramente nuestras luchas con la belleza, podemos salir de este círculo destructivo y encontrar la verdad liberadora en el evangelio de Jesucristo.