Podría ser la canción navideña más extraña que jamás se haya creado. Los cristianos modernos extraña vez la cantan, aunque a menudo vemos su letra y la escuchamos ser leída en voz alta.
Su autora no fue una fuente secundaria ni una observadora distante, sino que fue (más que) un testigo de lo que realmente ocurrió cuando Dios mismo vino al mundo, fue envuelto en pañales y acostado en un pesebre. De hecho, fue la misma compositora de la canción que lo dio a luz, lo envolvió y lo acostó ahí. La autora es la misma madre de Jesús.
La magnífica canción de María
Por demasiado tiempo, malentendí profundamente el villancico de María en Lucas 1:46-55, como si fuera solo un diario personal de una joven campesina. Después de todo, pensé, María tuvo que haber entendido muy poco en ese punto de la historia, ¿no?
Sin embargo, finalmente me estoy dando cuenta de que Lucas no tuvo la intención de que las poéticas palabras de María estuvieran aparte, pues son el clímax de su primer capítulo. Como el resto de su Evangelio pone de manifiesto, Lucas administró con gran cuidado el reducido espacio que tenía, no como un reportero imparcial, sino que como un vocero inspirado por el Cristo resucitado. Aunque el «Magníficant» de María, como la iglesia llegó a llamarlo (basado en su primera palabra en latín), podría sonarnos extraño hoy en comparación con otros villancicos más populares, su letra representa algunas de las líneas más importantes de Navidad que se hayan escrito jamás. Ellas también nos dan uno de los más profundos destellos del corazón de Dios en toda la Escritura.
Entonces María dijo:
«Mi alma engrandece al Señor,
Y mi espíritu se regocija en Dios mi Salvador.
Porque ha mirado la humilde condición de esta su sierva;
Pues desde ahora en adelante todas las generaciones me tendrán por bienaventurada.
Porque grandes cosas me ha hecho el Poderoso;
Y santo es su nombre.
Y de generación en generación es su misericordia
Para los que le temen.
Ha hecho proezas con su brazo;
Ha esparcido a los soberbios en el pensamiento de sus corazones.
Ha quitado a los poderosos de sus tronos;
Y ha exaltado a los humildes;
A los hambrientos ha colmado de bienes
Y ha despedido a los ricos con las manos vacías.
Ha ayudado a Israel, su siervo,
Para recuerdo de su misericordia
Tal como dijo a nuestros padres,
A Abraham y a su descendencia
para siempre» (Lucas 1:46–55).
La razón por la que ella escribió la canción
La canción tiene tres partes distintivas. Los versos 46-47 declaran lo que María está haciendo en el himno: alabando a Dios. Los versos 48-47 explican por qué: por lo que Dios ha hecho por ella. Finalmente, la mayor parte de la canción, versos 49-55, se maravilla ante la sorprendente gloria de su Dios, importante no solo para ella en la primera Navidad, sino que para todo su pueblo, todo el tiempo.
La sección final (versos 49-55), inusualmente centrada en Dios (Él es el sujeto de cada verbo), es el centro y la esencia del himno de María y una celebración extraordinaria de Dios y sus caminos, tan contrario a nuestras expectativas naturales humanas. María celebra el tipo de Dios que Él es (diferente a nosotros, quebrando nuestros paradigmas) mientras muestra su fuerza no al reclutar a los fuertes, sino que al rescatar a los débiles.
Cuando María da la razón de su alabanza (Lc 1:48-49), curiosamente es general. Esto no es un apunte enérgico en su diario personal, sino una canción diseñada para el pueblo de Dios, en todos los lugares, para las generaciones venideras. No es solo una profunda comprensión de lo que Dios estaba haciendo en esa primera Navidad, sino que es un resumen penetrante de toda la Biblia.
La gloria sorpresiva de Dios
Aquí, como una teóloga dotada (o simplemente como una canción bien impregnada de la Escritura —como la canción de Ana en 1 Samuel 2—), María muestra el corazón de la santidad de Dios («santo es su nombre», Lucas 1:49), que Él es, en sí mismo, de un orden diferente y más grande que sus criaturas, al mostrar cómo Él constantemente actúa de manera diferente a nuestros instintos humanos. Sus pensamientos no son los nuestros, tampoco sus caminos son nuestros caminos, sino que son mayores, como los cielos son más altos que la tierra (Is 55:8-9). En los patrones peculiares de Dios, el mayor sirve al menor (Gn 25:23; Ro 9:12). Este Dios solidariza con el débil, no con el fuerte.
Él escoge a lo necio del mundo para avergonzar a los sabios. Escoge lo que es débil en el mundo para avergonzar a los fuertes. Escoge lo vil y despreciado del mundo, incluso lo que no es (como un pueblo olvidado llamado Nazaret y una doncella soltera que llevaba un hijo concebido sin un padre humano) para anular lo que es (1Co 1.27-28). Él humilla al fuerte y magnifica su fuerza al exaltar al débil. La Navidad da vuelta al mundo.
¿No ha sido esta nuestra experiencia de este Dios y su mundo? Una y otra vez, justo cuando pensamos que lo hemos entendido con nuestras mentes humanas extremadamente pequeñas, Él quiebra nuestras suposiciones y planes. Él da vuelta al mundo. El propio hijo de María encarnaría literalmente esta peculiar gloria de Dios. Y para aquellos de nosotros con ojos para ver, es maravilloso ver, al igual que María, la misma sabiduría de Dios, digna de ser celebrada en canción y en una vida de adoración.
Dios magnificado en nuestro regocijo
Pero aún antes de su celebración del rescate de Dios de los débiles, María comienza con una comprensión que no debemos pasar por alto. Sus líneas introductorias no solo celebran que Dios magnifica su fuerza en la debilidad de su pueblo, sino que también cómo lo hace. ¿Cómo se magnifica Dios en nosotros? No por medio del orgullo ni la confianza humana, tampoco a través de las riquezas ni la fuerza humana, sino que por medio del corazón humilde que se regocija en Él.
«Mi alma engrandece al Señor,
Y mi espíritu se regocija en Dios mi Salvador» (Lucas 1:46-47).
Esta es una canción que cambia la vida si es que puedes entenderla, no solo en Navidad, sino que en toda la vida cristiana. Dios es magnificado en su pueblo débil cuando nosotros, como María, nos regocijamos en Él.
Podrías decir: «pero eso no es lo que dice la canción. Dice “y”, no “cuando” o “por” o “a través”». La pregunta, entonces, es ¿cómo la magnificencia se relaciona con el regocijo?
La respuesta es que nuestro espíritu que se regocija en Dios magnifica a Dios. Sin duda, su magnificación aumenta el regocijo de su pueblo, pero aquí el asunto para María es lo que su alma y espíritu hacen relacionado a la magnificación de Dios. Dios se muestra siendo magnífico en María a medida que ella se regocija en Él, porque nosotros magnificamos, glorificamos u honramos aquello que o a quien disfrutamos. Vemos en María lo que John Piper ha manifestado repetidas veces por décadas: Dios es más glorificado en nosotros cuando estamos más satisfechos en Él. Esta no es una verdad periférica para María, o para la Navidad, o para cualquier momento del año, pero es infinitamente relevante y lo será eternamente para el pueblo de Dios a medida que crecemos, expandimos, profundizamos y maduramos en nuestro disfrute de este Dios.
Lo que la Navidad canta sobre Dios
Haremos bien esta Navidad, y en cualquier momento del año, al escuchar cuidadosamente la extraña canción de María; extraña para los humanos acostumbrados a la música del mundo, pero profundamente emocionante para aquellos a los que se les ha dado un oído para el Dios que es, y no para el Dios de nuestra imaginación.
Ni la canción de María ni la Navidad en sí misma son una revelación periférica de la verdad de Dios. La Navidad es una ventana al mismo corazón de Dios, quien es todo el año y para siempre. Ciertamente, Él ve, con misericordia, a aquellos en su propio estado humilde, para exaltarlos. Mientras mira, con terrorífica justicia, al orgulloso para humillarlo. Para aquellos de nosotros que somos débiles y estamos cargados, es maravilloso a nuestros ojos y música para nuestros oídos.