Y ustedes, padres, no provoquen a ira a sus hijos, sino críenlos en la disciplina e instrucción del Señor (Efesios 6:4).
Tras la advertencia negativa a los padres («no provoquen a ira a sus hijos»), Pablo captura una visión positiva para la crianza cristiana con dos términos clave: «disciplina e instrucción» en la NBLA. Las palabras griegas bajo ellas han sido sujetos de mucha discusión y han llevado a una variedad de traducciones. Podríamos capturar el significado con la misma precisión, si es que no mejor, al usar entrenamiento y consejo, lo que podría ayudar tanto a nuestra claridad de visión como a la aplicación práctica en la crianza.
El primer concepto: «disciplina» o «entrenamiento» (paideia), es el más amplio y el más completo de los dos. Probablemente habla del proceso educacional completo, desde niño a adulto, y los años de intencionalidad, iniciativa, energía y acompañamiento que toma entrenar a un niño para la adultez. Esto es un proceso a largo plazo, como entrenar para las Olimpiadas, pero con muchísimo más en juego.
Podríamos pensar esto como un entrenamiento de toda la vida (del cuerpo y del alma) y no como mera instrucción de aula. «El término paideia», comenta S. M. Baugh, «tiene asociaciones culturales ricas en el mundo griego para el entrenamiento y la educación de jóvenes en un amplio rango de temas y disciplinas»1. Este tipo de entrenamiento paternal, por tanto, involucra no sólo palabras, sino que ejemplo e imitación.
Entrenamiento hacia la madurez
Tal entrenamiento de vida completo es lo que Moisés recibió cuando fue «instruido en toda la sabiduría de los egipcios», haciendo de él, con el tiempo, «un hombre poderoso en palabras y en hechos» (Hch 7:22) [énfasis del autor]. Es lo que Pablo recibió, por años, mientras fue criado en Tarso, «educado bajo Gamaliel» (Hch 22:3). Tal entrenamiento de vida, como una preparación extendida para la adultez saludable, es nuestro llamado como padres cristianos: entrenar tanto a la persona externa y sus comportamientos así como también empujar el corazón para formar y volver a formar a la persona interior de nuestros hijos.
Así como Jesús hablaba del entrenamiento de sus discípulos mientras estaban con Él (Mt 13:52; Lc 6:40), así nosotros discipulamos a nuestros hijos hacia la madurez cristiana. La madurez, después de todo, en cualquier esfera de la vida humana, normalmente no viene de manera automática, sino que a través del entrenamiento (Heb 5:14). Discipular hace algo; cambia al discípulo, y de gran manera a lo largo del tiempo. Y tal entrenamiento a menudo no es fácil, pero requiere persistir en los momentos de incomodidad, incluso dolor, para soportar el camino hacia la recompensa puesta delante de nosotros (Heb 12:11).
La ética laboral, por ejemplo, no es automática; debemos enseñarles a nuestros hijos a trabajar. La santidad tampoco viene naturalmente, pero la gracia de Dios en Cristo nos entrena, y a nuestros hijos por medio de nosotros, «negando la impiedad y los deseos mundanos, vivamos en este mundo sobria, justa y piadosamente» (Tit 2:12).
Bien equipados para entrenar bien
Puede ser que seamos tan rápidos para descartar la naturaleza proverbial de este famoso versículo sobre crianza, que olvidamos detenernos y realmente reflexionar lo que el entrenamiento involucra. «Instruye al niño en el camino que debe andar, y aun cuando sea viejo no se apartará de él» (Pr 22:6). Podría haber mucho más en el entrenamiento (tanto para el cuerpo como para el alma más flexible) de lo que los padres modernos tienden a reconocer.
Y nuestro Dios se ha asegurado de que nosotros como padres seamos ampliamente suplidos y estemos completamente provistos para estos extensos años de entrenar a nuestros hijos: Él nos dio su Libro. En el corazón y en el centro del entrenamiento parental no está nuestra experiencia de vida ni nuestra sabiduría adquirida (por muy valiosa que sea), sino que la Escritura «inspirada por Dios y útil para enseñar, para reprender, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, equipado para toda buena obra» (2Ti 3:16-17) [énfasis del autor].
Este entrenamiento sin duda incluye lo que podríamos denominar con mayor precisión disciplina (Heb 12:3-11), aunque notamos bien la diferencia entre disciplina hacia un objetivo y castigo como un fin (1Co 11:32; 2Co 6:9; 1Ti 1:20; 2Ti 2:25; Ap 3:19). Sin embargo, el proceso completo de entrenamiento parental es exhaustivo y constructivo, no sólo responsivo; y holístico, no sólo intelectual.
Entrenamiento específico verbal
El segundo concepto, entonces, traducido como «instrucción» —o quizás «consejo» (nouthesia)— es más específico y está incluído bajo la categoría más amplia de entrenamiento.
Con este segundo término, el acento es verbal y menos práctico —específicamente sobre el rol de nuestras palabras como padres—. Ahora, vamos más allá de la enseñanza y la demostración visionaria al discurso correctivo, pero siempre como un medio para el bien a largo plazo del niño, no como un fin. Así es cómo a menudo usamos la palabra consejo hoy, aunque no sin el sentido de «reprender» o «advertir». Y el consejo parental normalmente resiste más allá de los años de entrenamiento inmediato. La crianza no termina cuando nuestros hijos se van de la casa. El entrenamiento parental, en ese punto, podría estar esencialmente completo, pero el consejo parental, esperamos, perdurará por mucho tiempo.
Tal consejo en el Nuevo Testamento cubre una variedad de circunstancias, ya sea el consejo más positivo que ofrecen los ejemplos del Antiguo Testamento para los cristianos hoy —«fueron escritas como enseñanza para nosotros» (1Co 10:11) [énfasis del autor]— o las advertencias más negativas que damos al «hombre que cause divisiones» (Tit 3:10). En general, hacemos bien en recordar el tipo de corazón del padre (tardo para reprender y presto a bendecir) de donde emanan tales advertencias y amonestaciones.
Consideremos, entonces, al menos cinco realidades que acompañarán al consejo piadoso.
Amigos del consejo paternal
Las primeras amigas del consejo paternal son nuestras lágrimas. En la playa de Mileto, cuando Pablo se despide de los ancianos efesios, él les recuerda que «por tres años, de noche y de día, no cesé de amonestar a cada uno con lágrimas» (Hch 20:21) [énfasis del autor]. Su consejo apostólico vino con lágrimas, no con revanchismo. Él no habló críticamente, desde el enojo o desde un corazón distante, sino que en amor habló sus palabras de corrección para su bien.
Segundo, y relacionado, está el buen corazón. Él les dice a los romanos que está confiado en que son «capaces también de amonestarse los unos a los otros», porque «ustedes, hermanos míos […] están llenos de bondad, llenos de todo conocimiento» (Ro 15:14). La plenitud tanto del conocimiento como de la bondad coexisten en un corazón que ofrece tal consejo. Es desde un corazón así de bueno que nuestros hijos necesitan nuestros consejos y advertencias.
Tercero, amor paternal. Cuando Pablo habla palabras duras, como lo hizo a los corintios, no lo hizo para «para avergonzarlos, sino para amonestarlos como a hijos míos amados». La razón que da es su corazón paternal por ellos: «porque aunque ustedes tengan innumerables maestros en Cristo, sin embargo no tienen muchos padres» (1Co 4:14-15). El consejo y las amonestaciones generales podrían tener su lugar, pero nuestros hijos tienen una necesidad especial de palabras correctivas que fluyen del amor peculiar de un padre.
Cuarto, enseñanza y sabiduría. Dos veces Colosenses habla de «amonestando a todos» y «amonestándose unos a otros» (es decir, el consejo cristiano) que va unido a la enseñanza y está acompañado de «toda sabiduría»:
A Él nosotros proclamamos, amonestando a todos los hombres, y enseñando a todos los hombres con toda sabiduría, a fin de poder presentar a todo hombre perfecto en Cristo. […] Que la palabra de Cristo habite en abundancia en ustedes, con toda sabiduría enseñándose y amonestándose unos a otros con salmos, himnos y canciones espirituales, cantando a Dios con acción de gracias en sus corazones (Colosenses 1:28; 3:16).
Como padres, también podríamos observar aquí el objetivo de nuestra crianza (madurez cristiana), el medio esencial de nuestro llamado (la Palabra de Cristo), y la correlación con cantar (el gozo hecho audible) y agradecimiento. Los padres agradecidos que cantan son buenos consejeros que corrigen y dan esperanza.
Finalmente, la advertencia fraternal. En 2 Tesalonicenses 3:15, Pablo contrasta el desdén que uno podría tener por un enemigo con el tipo de consejo de advertencia de un hermano. Y en 1 Tesalonicenses 5:12-14, este consejo de advertencia es nuevamente el tipo de discurso característico de los padres amorosos de una congregación —esto es, sus pastores y ancianos (versículo 12)— y merece la estima de la iglesia (versículo 13). Tal advertencia va acompañada de aliento, ayuda y paciencia (versículo 14).
Ejercer la paternidad cristiana
En la visión de un sólo versículo de la crianza, él termina con una frase final que no tiene desperdicio. En nuestros esfuerzos por entrenamiento y consejería paternal, no nos atrevemos a ignorarla. De hecho, la última nota es la más importante de todas. Todos nuestros años de entrenamiento, y todas nuestras palabras duras y preciosas de consejo, serán en vano a la luz de la eternidad sin el toque final: «del Señor».
La crianza cristiana apunta mucho más alto que adultos competentes y aparentemente saludables. La crianza cristiana apunta, en todo, a enseñarle a Cristo a nuestros hijos. Queremos que «aprendan a Cristo». Lo que encaja con la manera en que Pablo advierte a la iglesia en Efesios 4:20-21: «Pero ustedes no han aprendido a Cristo de esta manera. Si en verdad lo oyeron y han sido enseñados en Él, conforme a la verdad que hay en Jesús» [énfasis del autor].
En Cristo, queremos que toda nuestra crianza esté cubierta por la pancarta de enséñales a Cristo. Como Charles Hodge comenta sobre Efesios 6:4: «todo este proceso de educación debe ser religioso y no sólo religioso, sino que cristiano2». Nuestro entrenamiento parental es entrenar en Cristo. Y nuestro consejo parental, independientemente de si es animante o correctivo, es consejo en Cristo. En Él, por medio de Él y por Él es toda la crianza cristiana.
A medida que nutrimos a nuestros hijos en el entrenamiento y el consejo de nuestro Señor, hacemos que conocerlo y disfrutarlo sea el enfoque final de nuestros esfuerzos. A medida que lo hacemos, podemos ser instrumentos en sus manos y portavoces de sus palabras, en su causa por el gozo profundo y eternamente perdurable de nuestros hijos.