1. Lidera
Estos tres verbos describen el amor dado libremente: liderar, sacrificar y cuidar. Permítanme hablarle directamente a los hombres con cada una de estas palabras.
Esposos, lideren a sus esposas. Recuerdo que John Piper dijo en más de una ocasión que el esposo debe ser quien más a menudo dice: «vamos». Ese simple consejo se me quedó grabado para siempre. «Cariño, vamos a dar un paseo». «Vamos a orar». «Vamos a acostar a los niños». Hombres, tomen la iniciativa. Esto no se trata de tomar todas las decisiones o creer que escuchar a tu esposa es una señal de debilidad. John Witherspoon lo dice bien: «por lo tanto, me tomo la libertad de rescatar de entre algunos que han quedado relegados, aquellos que piden el consejo y siguen la dirección de sus esposas en la mayoría de los casos, porque en realidad son mejores que cualquier consejo que podrían darse a sí mismos». Los buenos líderes a veces siguen a otros, y los seguidores capaces a veces se les da la oportunidad de liderar. El punto sobre la iniciativa es que sea la postura del hombre, su entusiasmo para planificar, tomar riesgos y estar completamente involucrado en la relación matrimonial.
Esto es especialmente cierto cuando se trata del liderazgo espiritual. Los esposos cristianos pueden ser proactivos y asertivos en relación a generar ingresos, abordar problemas en el trabajo o ir tras sus pasatiempos, pero cuando se trata de un liderazgo amoroso en casa, demasiado a menudo son pasivos. Asumen cero responsabilidad por el bienestar espiritual de su hogar.
Sin embargo, Dios pide cuentas a los hombres por el bienestar espiritual de sus esposas.
Amen a sus mujeres, así como Cristo amó a la iglesia y se dio Él mismo por ella, para santificarla, habiéndola purificado por el lavamiento del agua con la palabra, a fin de presentársela a sí mismo, una iglesia en toda su gloria, sin que tenga mancha ni arruga ni cosa semejante, sino que fuera santa e inmaculada (Efesios 5:25).
Soy responsable de la santidad de mi esposa. El matrimonio de Trisha conmigo debe ser un instrumento de edificación, purificación y santificación.
Ser el líder espiritual significa tomar la iniciativa para reparar la ruptura cuando la relación se ha dañado. Si Cristo ama a la iglesia, su novia desobediente, y continuamente la atrae de vuelta de sus adulterios espirituales, ¿cuánto más deberías buscar reconquistar a tu esposa después de una discusión cuando la mitad del tiempo será tu culpa de todas maneras? Siempre es 100 % culpa de la iglesia; nunca es 100 % culpa de tu esposa. Los esposos deben dar el primer paso hacia la reconciliación cuando el matrimonio se ha enfriado por causa de heridas y desilusiones.
2. Sacrifícate
Esposos, hagan sacrificios por sus esposas. Tal vez la cosa más importante para tu matrimonio es que comprendas la doctrina de la expiación. Jesús murió por la iglesia. Tu liderazgo como esposo es un liderazgo que se sacrifica por el otro.
Esto puede traducirse en pequeños detalles: llegar a casa temprano, cuidar a los niños, participar con alegría en algo que a ella le gusta hacer, pasar por alto una ofensa, hacer trámites, arreglar algo en la casa, limpiar la casa. Amar a tu esposa también puede conllevar sacrificios más grandes. Tal vez tengas que renunciar a escalar corporativamente a fin de ser un buen esposo. Tal vez tengas que renunciar a tus esperanzas y sueños para cuidar de tu esposa porque se enfermó o está herida. Tal vez tengas que sacrificar la gran casa o el mejor vecindario para vivir un estilo de vida más sencillo para que tu esposa pueda quedarse en casa con los niños. Crisóstomo estaba en lo correcto cuando exhortó a los esposos a dar sus vidas por sus esposas: «sí, incluso si fuera necesario que entregues tu vida por ella; sí, y ser cortado en pedazos diez mil veces; sí, y soportar y experimentar cualquier sufrimiento, no te rehúses. Aunque debas pasar por todo esto, ni siquiera así habrás hecho algo parecido a lo que hizo Cristo».
3. Cuida
Finalmente, esposos, cuiden a sus esposas. Cuídala como a tu propio cuerpo (Ef 5:28). Ella no es meramente tu compañera. Ella es tu otra mitad, carne de tu carne y hueso de tus huesos. Tú no maltratas tu cuerpo; lo fortaleces, lo proteges y lo nutres. De igual manera, cuida y preocúpate de tu esposa. «Maridos, amen a sus mujeres y no sean ásperos con ellas» (Col 3:19). No vas a darte un puño en tu propia cara; por tanto, con esa misma disposición, no trates con aspereza a tu esposa. «El hombre que no ama a su esposa», dice Calvino, «es un monstruo». Cuida sus necesidades de comida, ropa y seguridad. No existe una ley que diga que prohíba a la esposa ganar más dinero que su esposo, pero sí existe un mandamiento para los esposos de alimentar y cuidar de sus esposas.
Tu esposa debe sentirse segura en tu provisión y protección. Como Edgar Rice Burroughs escribió en Tarzán de los monos cuando el personaje del título vio por primera vez a Jane Porter: «él supo que ella había sido creada para ser protegida, y que él había sido creado para protegerla». Tal sentimiento en la actualidad podría parecerles a muchos anticuado, si es que directamente sexista. No obstante, existen cosas mucho peores que hombres que tienen el profundo sentimiento de que las mujeres deben ser protegidas y no explotadas, defendidas y no humilladas, tratadas con un honor especial en lugar de recibir un trato ordinario. Es más, Mary Eberstadt argumenta que la revolución sexual —con su actitud liberal hacia el sexo y su insistencia en afirmar que los hombres y las mujeres son lo mismo cuando se trata de sexo— ha dejado a las mujeres vulnerables y frustradas. «La retórica furiosa, arrogante y malhumorada del feminismo promete a las mujeres lo que no pueden encontrar en otros lugares: protección». Las mujeres, más que nunca, necesitan saber que los hombres las tratarán con un conjunto de reglas diferentes y buscarán su bienestar por sobre el propio.
Quizás existe algo correcto en todas esas historias de caballería de hombres que peleaban por el honor de una mujer, defendiéndola hasta el final, tratándola como una reina. En el libro Retorno al pudor, la autora judía Wendy Shalit comenta las pintorescas reglas de etiqueta del pasado, reglas como: «el hombre siempre se adelanta a abrirle la puerta a la mujer» o «el hombre debe llevar los paquetes o las maletas de la mujer» o «el hombre debe levantarse cuando una mujer entra en la habitación» o «si una mujer deja caer un guante en la calle, ciertamente debes recogerlo» o tú nunca debes «tratar de llegar antes que una mujer, joven o mayor a un asiento libre». Shalit reconoce que «estas reglas podrían ser criticadas por ser sexistas, y muchos lo han hecho». Sin embargo, ella dice: «el hecho, bien sencillo, es que el hombre que cumpliera todas las reglas que se han citado anteriormente trataba a las mujeres con respeto, era un hombre incapaz de ser grosero». Las mujeres no deberían ser tratadas como hombres; deberían ser tratadas de manera diferente, como mujeres. Por consiguiente, «según la opinión de las épocas pasadas, si no se era considerado con las mujeres no se era realmente un hombre».
Si los hombres en general deben tratar a las mujeres con especial cuidado y amabilidad, ¿cuánto más a nuestras propias esposas? D. L. Moody remarcó una vez: «si yo quisiera saber si un hombre es o no un cristiano, no le preguntaría a su pastor. Iría a preguntarle a su esposa […]. Si un hombre no trata a su esposa correctamente, no quiero escucharlo hablar de cristianismo». ¿Te sentirías cómodo al incluir el nombre de tu esposa como referencia en tu currículum cristiano? Desecha todas las formas en que nuestra cultura confunde el amor con sentimientos y euforia; ¿tu esposa podría mirarte a los ojos y decir con toda sinceridad y ternura: «cariño, me amas bien, como Cristo lo hace con la iglesia»?