El qué
¿Qué es exactamente lo que prohíbe el tercer mandamiento? La palabra vano (como la traduce la versión NBLA) puede significar «vacío», «nada», «sin valor» o «sin ningún buen propósito». Tenemos prohibido, entonces, tomar el nombre de Dios (o usar el nombre o hacer mal uso del nombre, como podría traducirse la frase) de una manera que sea malvada, sin valor o para los propósitos equivocados. Esto no significa que debemos evitar del todo el nombre divino. El nombre YHWH (o Yahweh) —«el Señor», en la mayoría de las traducciones— aparece unas siete mil veces en el Antiguo Testamento. No necesitamos ser supersticiosos a la hora de pronunciar su nombre. Pero no debemos abusar de él.
El Antiguo Testamento identifica varias maneras en las que se puede violar el tercer mandamiento. La más obvia es blasfemar o maldecir el nombre de Dios, que ya hemos visto en Levítico 24:16. Sin embargo, no se limita a eso.
El tercer mandamiento también prohíbe juramentos vacíos o falsos: «Y no jurarán en falso por mi nombre, profanando así el nombre de tu Dios. Yo soy el Señor» (Lv 19:12; cf. Os 10:4). Cuando haces una declaración, jurando por el nombre de Dios, no debe ser una falsa promesa o una que no tengas la intención de cumplir.
El tercer mandamiento también prohíbe las falsas visiones y las falsas pretensiones de hablar de parte de Dios, pues tales profetas «profetizan mentira en mi nombre» (Jer 23:25). Por extraño que parezca, sacrificar los hijos al falso dios Moloc se consideraba una violación del tercer mandamiento porque profanaba el nombre de Dios (Lv 18:21). Los israelitas debían apedrear al hombre que sacrificara a sus hijos de esta manera. Si no lo hacían, la inmundicia se extendería por el campamento, mancillando así el nombre del Señor, quien habitaba en medio de su pueblo.
De manera similar, tocar ilegalmente las cosas santas se consideraba una violación del tercer mandamiento. Leemos en Levítico 22: «Dile a Aarón y a sus hijos que tengan cuidado con las cosas sagradas que los israelitas me consagran, para que no profanen mi santo nombre. Yo soy el Señor» (v. 2). Del mismo modo, los sacerdotes que estaban haciendo recortes en los días de Malaquías estaban devaluando el nombre de Dios por sus ofrendas contaminadas y sus corazones cínicos (Mal 1:10-14).
El porqué
Ya hemos visto que quebrantar el tercer mandamiento se considera un pecado terriblemente grave, pero ¿por qué? Después de todo, solo hay diez mandamientos. Solo diez palabras para resumir todo lo que Dios quiere de nosotros a modo de obediencia. ¿Cómo es que «cuida tu boca» llegó al top ten? ¿Cuál es el problema con el nombre de Dios?
Piensa en Éxodo 3, donde Dios le habla a Moisés desde la zarza ardiente. Moisés le preguntó a Dios: «“Si voy a los israelitas, y les digo: ‘El Dios de sus padres me ha enviado a ustedes’, tal vez me digan: ‘¿Cuál es su nombre?’, ¿qué les responderé?”. Y dijo Dios a Moisés: “YO SOY EL QUE SOY”, y añadió: “Así dirás a los israelitas: ‘YO SOY’ me ha enviado a ustedes”» (Ex 3:13-14). Dios se nombra a sí mismo como el soberano, el que existe por sí mismo. De hecho, el nombre del pacto YHWH probablemente esté relacionado con el verbo hebreo «ser». Dios es el que es. Ese es su nombre.
Vemos lo mismo en Éxodo 33. Moisés le pidió a Dios que le mostrara su gloria. Y en respuesta, Dios le pronunció su nombre: «Yo haré pasar toda mi bondad delante de ti, y proclamaré el nombre del Señor delante de ti» (v. 19a). La manera de ver la gloria de Dios es escuchar su nombre. Conocer el nombre YHWH, aquel que es misericordioso y lleno de gracia, no es simplemente saber algo acerca de Dios; es conocer a Dios mismo (Ex 34:6-8). Dios se muestra pronunciando su nombre.
Nuestro nombre no es tangencial a nuestro ser. Nos marca y nos identifica. Con el tiempo, a medida que la gente nos conoce, nuestro nombre encarna quiénes somos. Piensa en alguien a quien ames profundamente: tu hijo, tu nieto, tu padre, tu amigo o tu cónyuge. El nombre de esa persona representa algo más que unas marcas en una página. Cuando alguien dice el nombre de Trisha, me inundan los buenos pensamientos, porque no puedo separar a mi esposa de su nombre. Me inunda un torrente de emociones, experiencias, alegrías y deseos al ver o al escuchar esas seis letras juntas en ese nombre.
Los nombres son preciosos, por eso no nos gusta que ridiculicen, tergiversen o se burlen de nuestro nombre. Tengo un nombre que es bastante difícil de difamar. Con el segundo nombre «Lee», algunas personas me han llamado «Heavenly Kevinly» (Kevinly celestial), pero eso no es un insulto. El peor nombre que se me puso es el nombre que me dieron mis amigos en el seminario. Aunque «DeYoung» es un nombre holandés común, aparentemente no era familiar en Massachusetts, porque la gente allí me conocía y pensaba que mi apellido era Dion. Así que hasta el día de hoy mis amigos del seminario me llaman Celine. ¡Vaya amigos! Es el único apodo que he tenido. No es el mejor que podría esperar, pero mi corazón seguirá adelante.
No obstante, una cosa son los apodos divertidos que nos dan y otra es el uso irreverente del nombre de Dios. En todas partes de la Escritura, el nombre del Señor es exaltado en los términos más elevados posibles. «¡Oh Señor, Señor nuestro, cuán glorioso es tu nombre en toda la tierra!» (Sal 8:1a). «Adoren al Señor en la majestad de la santidad» (Sal 29:2b). La primera petición del Padre Nuestro es «santificado sea tu nombre» (Mt 6:9). Los apóstoles proclamaron que «no hay otro nombre bajo el cielo dado a los hombres, en el cual podamos ser salvos» (Hch 4:12). Pablo aseguró a los romanos que «todo aquel que invoque el nombre del Señor será salvo» (Ro 10:13). Y el evento culminante de toda la creación es cuando «ante el nombre de Jesús se doble toda rodilla en el cielo, y en la tierra, y debajo de la tierra, y toda lengua confiese que Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre» (Fil 2:10-11, NVI). La Biblia no quiere que olvidemos la santa importancia del nombre divino.