Si estamos en Cristo, Dios está rehaciendo nuestras mentes.
Una vez, tuvimos «entenebrecido [nuestros] pensamientos» (Ef 4:18). Podríamos haber sido inteligentes, incluso brillantes, pero cerramos las puertas y las ventanas de nuestras mentes al conocimiento de Dios. Preferimos ilusiones por sobre la verdad (Ro 1:18). Creamos realidades alternativas donde Dios no era glorioso, Cristo no era valioso, el pecado no era detestable y la santidad no era deseable. Nuestras mentes, creadas para ser como un jardín del Señor, se transformaron en un campo de espinos, en una tierra seca.
Sin embargo, en Cristo, Dios reclama su jardín. Él está abriendo las puertas y las ventanas dejando que la luz vuelva a entrar. Él nos ha dicho que uno de las grandes tareas de la vida cristiana es «que sean renovados en el espíritu de su mente» (Ef 4:23). Arrancar malezas y plantar árboles; reunir rocas y arar la tierra; podar las vides y construir murallas; purificar tu mente.
Purifica tu mente
La purificación de nuestras mentes sucede, en parte, mientras aprendemos a dirigir habitualmente nuestras mentes hacia ciertas direcciones, a medida que volvemos los ojos de nuestra mente de lo que no tiene valor a lo hermoso, de lo corrompido a lo puro, de lo falso a lo verdadero. Como todo arrepentimiento, esa vuelta no es un trabajo de una vez, sino que es uno que se hace a diario, a cada hora, incluso uno que se hace momento a momento. Tampoco es fácil: cambiar nuestros hábitos de pensamiento es como abrir nuevos surcos en viejas calles. No sucederá espontáneamente.
Mientras dirigimos nuestras mentes a ciertas direcciones y hacemos un hábito el pensamiento santo, el efecto será como el de abrir gradualmente las cortinas: entrarán la luz y el calor del Dios de gloria, haciendo que nuestros pensamientos florezcan como flores y crezcan como robles de justicia.
Dios nos dice, en el libro de Filipenses, que dirijamos nuestras mentes en tres direcciones: a la gloria de arriba, a la belleza de abajo y a las personas alrededor.
1. Pon tu mente en la gloria de arriba
Pablo le recuerda a los filipenses su ciudadanía celestial justo después de que les advierta que no fueran «enemigos de la cruz de Cristo», personas que «piensan solo en cosas terrenales» (Fil 3:18-19). Con cosas terrenales, Pablo no se refiere a los regalos en la buena creación de Dios, sino que a los placeres pecaminosos (ver Col 3:5). Aquellos que piensan en cosas terrenales han borrado al cielo del horizonte de sus mentes, prefiriendo llenar sus cabezas con placeres oscuros.
El antídoto es mirar hacia arriba: levantar tus ojos a la gloria del cielo y andar a menudo en los campos del cielo. Sin embargo, Pablo no nos permitirá hablar vagamente de «la gloria de arriba». Una mente puesta en las cosas de arriba no está llena de neblina espiritual, sino de una Persona: Jesucristo. «Nuestra ciudadanía está en los cielos, de donde también ansiosamente esperamos a un Salvador». «Poner la mente en las cosas de arriba», entonces, significa principalmente: «pongan su mente en Cristo y en todo lo que te pertenece en Él».
Piensa mucho en el Señor Jesús. Piensa en cómo Él dejó su lado junto al Padre y tomó forma de siervo.
Reflexiona en cómo Él renunció a sus derechos con el fin de morir por pecadores desesperados. Recuerda cómo está ahora vestido en un cuerpo glorificado, llevando las cicatrices de nuestra redención y coronado con el más alto nombre. Medita en cómo un día Él «transformará el cuerpo de nuestro estado de humillación en conformidad al cuerpo de su gloria» y todo lo que está roto en nosotros Él lo hará pleno (Fil 2:6-11; 3:21). Solo entonces, sabremos algo de lo que significa tener una «actitud que hubo también en Cristo Jesús» (Fil 2:5).
Busca a este Jesús mientras lees tu Biblia día a día. Vacía tu mente en el molde de su bondad. Lleva sus promesas contigo a todas las cámaras de tu cabeza. Vuelve frecuentemente a lo largo del día a pensar en la gloria de arriba.
2. Pon tu mente en la belleza de abajo
Por lo demás, hermanos, todo lo que es verdadero, todo lo digno, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo honorable, si hay alguna virtud o algo que merece elogio, en esto mediten (Fil 4:8).
Una mente puesta en el cielo no deja de pensar en la tierra. No, el cielo nos manda a buscar en la creación todas las marcas de la obra de nuestro Padre. Pensar en la belleza de la tierra es un asunto de obediencia cristiana.
Sin embargo, demasiado a menudo, sustituyo «todo lo amable» por «todo lo que me da inmediata gratificación». Muchos de nosotros nos contentamos con poner nuestras mentes en placeres que corren a través de nuestras almas sin dejar rastro. Necesitamos que el cielo recalibre nuestros gustos, para pasar de largo los deleites inmediatos y así «escoja[mos] lo mejor», verdadera y perdurablemente bueno (Fil 1:10).
Quienes ponen sus mentes en la gloria de arriba no serán satisfechos finalmente con las trivialidades de abajo. Buscaremos encontrar un eco más profundo de la melodía, algo que nos envíe más allá de la corteza de la vida hacia el centro. Buscaremos algo que nos despierte a la maravilla de ser portadores de la imagen del Dios altísimo, en un mundo roto pero hermoso, con el Evangelio en nuestros labios y la gloria en nuestros corazones (Fil 1:27). Queremos algo que nos absorba, que nos saque de nosotros mismos y nos envíe a la realidad con todos sus difíciles márgenes y aire vigorizante, toda su gran y compleja gloria, todo su puro y cultivado esplendor.
Podríamos, como nuestro Salvador tendía a hacer, salir constantemente bajo un gran cielo y mirar a las aves del aire, a las flores del campo, al movimiento de las nubes y a los hábitos de las ovejas. Podríamos perdernos en alguna historia que vuelva a encender en nosotros la gloria de cada día. Podríamos encontrar algún pasatiempo que nos llame la atención y, por unos momentos al menos, nos hagan olvidarnos de nosotros mismos mientras corremos, vamos de excursión, jugamos, arreglamos algo, escribimos, hacemos algo con nuestras manos, cocinamos y luego nos arrodillamos para dar gracias al Dador de todo.
3. Pon tu mente en las personas alrededor
No buscando cada uno sus propios intereses, sino más bien los intereses de los demás (Fil 2:4).
A medida que vamos en búsqueda de la belleza aquí abajo, seríamos unos ciegos si dejáramos pasar aquellas maravillas caminantes que nos rodean a todos; esos hijos de Adán, destinados para la inmortalidad ya sea en el cielo o en el infierno, cuyos intereses debemos buscar como nos dice Pablo (Fil 2:4).
Este mandamiento de buscar «los intereses de los demás» significa más que «satisfacer las necesidades de los demás si es que están en tu camino y tienes tiempo». Esta búsqueda es, más bien, una búsqueda proactiva, una búsqueda atenta, el tipo de búsqueda que no sucedería sin un pensamiento creativo y serio. Buscar significa: «pensar, soñar, planear y estudiar cómo hacer el mayor bien a aquellos que te rodean, y hacerlo».
Sabemos esto porque Pablo nos da a Jesús como nuestro modelo de buscar el interés de los demás (Fil 2:5-11). La cruz no era una buena obra con la que se cruzó Jesús, sino una obra ideada en la misericordiosa imaginación del Dios trino y ejecutada a un costo extremo por Él mismo. Buscamos los intereses de los demás solo si reflejamos algo del amor inicial, creativo y costoso de Jesús y que está «sinceramente interesado en el bienestar» de aquellos que nos rodean (Fil 2:20).
Las personas mejor balanceadas en este mundo son aquellas cuyas cabezas están llenas de Dios y de otros que tienen poco tiempo para darse vueltas en sus propias desgracias. Para muchos de nosotros, entonces, quizás lo más sano que podemos hacer con nuestras mentes es ocuparnos en las esperanzas, las luchas, los éxitos y los sufrimientos de otros.
Medita en esto
El llamado a purificar nuestras mentes es uno que solo comenzamos en esta vida. Aún el más santo entre nosotros debe hacer guardia de su propio jardín mental, continuamente disparándole a los cuervos de los pensamientos corruptos. Nuestro pensamiento florecerá como debe solo cuando enterremos nuestras mentes en la tierra del Monte de Sión.
Sin embargo, mucha de nuestra paz en esta vida, y mucho del fruto que damos para la gloria de Dios, viene a medida que hacemos caso del llamado a «meditar en esto»: poner nuestras mentes en la gloria de arriba, en la belleza de abajo y en las personas alrededor. Estas son las ventanas que hacen brillar la luz y dan calor a nuestras mentes, hasta el día que la Luz misma purifique nuestras mentes completamente.