La soledad no es exclusiva de la soltería. No puedo ni imaginarme lo dolorosa que debe ser la soledad al vivir con un esposo ausente emocionalmente o irse a dormir sola después de haber perdido a un cónyuge.
La soledad es la sensación más extraña que existe. Es física y emocional; no sé muy bien qué hacer con ella. Sé que no me va a matar, pero cuando la experimento, pareciera ser extrañamente insoportable. Siento que si no puedo arreglarla, si no puedo hacer que desaparezca, voy a morir.
Para mí, la soledad está arraigada al dolor que nace de sentir que nunca nadie me va conocer verdaderamente; de no tener a alguien con quien compartir mis miedos, mis sueños o mis anhelos más profundos. Y los solteros a veces creemos la fraudulenta realidad de que nadie ha intentado siquiera conocernos. Nos sentimos solos para tomar decisiones. Nos sentimos solos en nuestros miedos. Nos sentimos solos en nuestros sueños. Lo extraño de la soltería es que se supone que nadie nos conoce profundamente. Estoy en una etapa de mi vida en la que Dios me ha dicho que ningún ser mortal me conocerá íntimamente. Y eso me hace sentir muy sola.
El dolor de la soledad es un gran regalo. Como todo dolor, nos hace saber que algo en algún lugar no está del todo bien. Mi soledad me recuerda que este mundo es insatisfactorio e insuficiente. Es una señal que me impulsa a buscar ayuda fuera de mí misma.
Cada golpe de soledad pone a prueba mi corazón: ¿creo en la suficiencia de Dios? ¿Voy a creer lo que Él dice aun cuando la vida pareciera testificar lo contrario? Él dice que tengo todo lo que necesito. Él dice que satisfará los deseos de mi corazón. Y cada punzada de dolor me recuerda que debo volver mi mirada hacia el cielo y rehusarme a ser consolada por cualquier cosa que no sea Él.
Sin la soledad, nunca perseveraría. Me satisfago muy rápido. Si tuviera la opción, me conformaría con cualquier compañía que me ofreciera un sedante temporal para la soledad. Y en su gran bondad, el Señor no me ha dado eso. Un viernes por la noche, sola en mi departamento, cuando siento que nadie sabe que estoy viva, no hay otra esperanza de ser libre de la soledad aparte de la bondad de Dios y de la verdad del Evangelio. No tengo adónde más acudir. Estoy obligada a lidiar con Dios. Sus promesas son mi única esperanza.
Existen maneras en las que puedes desperdiciar tu soledad. Lo harás si permites que ella alimente un deseo por meros mortales en vez de tener un hambre por el Todopoderoso. Nuestra soledad no está diseñada para enseñarnos a anhelar un cónyuge. Matrimonio o soltería; compañía o soledad: todos fueron diseñados para enseñarnos a anhelar a Dios.
Desperdiciarás tu soledad si permites que te lleve a dudar de las promesas y de las bondades de Dios. La principal bendición de la soledad es que te enseña a anhelar a Dios profundamente y el Espíritu puede usar eso para aumentar y avivar tu fe con el fin de que puedas creer que Él es tu mayor alegría.
Desperdiciarás tu soledad si intentas forzar a que entren cosas en el lugar dentro de ti que tiene forma de Dios y te amargarás cuando fallen en satisfacer una necesidad que jamás tuvieron el propósito de suplir. Es como si te frustraras con Dios porque no te entregó los ídolos para volver a ellos en vez de a Él. Existe alguien que nos ama profundamente. Hay alguien que nos busca siempre y lo hace íntimamente. La soledad no viene porque Jesús no sea suficiente; la soledad viene porque no tenemos a Cristo como el todo suficiente. La encrucijada a la que llegamos, cuando el dolor viene, nos obliga a ver lo que realmente creemos. ¿Confiaremos en que Él es nuestro tesoro y nos acercaremos y suplicaremos más de Él? ¿O lo cambiaremos por un tesoro más tangible, pero más patético?
Oblígate a ver tu soledad y permítele que te recuerde que este no es tu hogar. Dios promete satisfacer los anhelos de tu corazón y colmar de cosas buenas a los hambrientos. No permitas jamás que tu soledad sea satisfecha con algo a este lado del cielo. Aprende a anhelar con un descontento santo. Nuestro Dios es el Dios de los hambrientos y de los sedientos. Por su gracia seguiré en esta condición. Dios no quiera que quede satisfecha alguna vez o engorde con los regalos que él da.
Cualquiera sea la etapa en la que te encuentres en tu vida, anímate cuando experimentes la soledad. No escapes de ella. Aprende a no buscar un cónyuge o amigos para hacer que este sentimiento se vaya; sino más bien, permite que el dolor te enseñe a anhelar aquello que aún no has visto.
Anhela al Único que te conocerá y te amará completa, inquebrantable y fielmente. Existe solo Uno. Su nombre es Jesús. Solo Él puede satisfacer los anhelos del corazón. Permite que tu soledad te lleve a anhelarlo a Él.