Si antes de ser mamá alguien me hubiera preguntado qué imaginaba que podría ser lo más difícil de la maternidad, seguramente, la soledad no habría sido mi respuesta. Cuando recién te conviertes en mamá, muchas personas, de una u otra forma, quieren participar del proceso que estás viviendo. Sin embargo, en medio de tantas opiniones y consejos, es difícil no sentirse perdida y la verdad es que pocos están dispuestos, sabia y verdaderamente, a tomarnos de la mano cuando realmente lo necesitamos.
Lo cierto es que esa sensación de soledad es transversal en medio de todos los desafíos de la maternidad: los cambios físicos del cuerpo, las expectativas y la lluvia de emociones por la alegría de tener un bebé en los brazos, junto con el miedo de ser responsable de otra pequeña y frágil persona. Lo triste es que, en medio de todo esto, preferimos quedarnos inmersas en nuestras dudas, pensamientos y emociones. El mismo agotamiento no nos ayuda mucho a compartir con otros cómo realmente estamos. Sabemos que sería bueno tener un poco de ayuda; sin embargo, ni siquiera nosotras mismas sabemos qué tipo de ayuda necesitamos.
Por otro lado, están nuestros esposos, familiares y amigos. Muchos de ellos no están sintiendo lo mismo y lo que estamos experimentando es algo tan único y particular que es fácil llegar a la conclusión de que, incluso cuando pudiéramos explicarlo, sería difícil de entender. Entonces, cada vez nos sentimos más solas.
Si te sientes exactamente así, tengo una buena noticia para ti: no estás tan sola como piensas. Dios te ha provisto de otras madres que comparten mucho de lo que tú estás viviendo hoy. Mi consejo es que busques en tu iglesia a otras mujeres y mamás. Escucha sus experiencias y aprendizajes, y caminen juntas para encontrar ánimo en medio de la etapa que ellas y tú están experimentando.
Sé que esto suena ideal, pero no es tan sencillo como parece. Quizás sientes que no tienes tiempo o que te cuesta exponer tus luchas con otras mujeres por vergüenza o porque simplemente no tienes ganas de hacerlo. Me gustaría compartir contigo dos razones por las cuales es tan difícil pedir ayuda a otras personas. Te pido que, a medida que las leas, puedas reflexionar y pedirle al Señor que sondee tu corazón.
1. La comparación
Puede ser que no te identifiques tanto con las mamás de tu iglesia local. Allí está la mamá que volvió al trabajo y que parece lograr un buen equilibrio entre ser madre y profesional y está la mamá que decidió quedarse en casa para criar a sus hijos; está la mamá que solo ofrece comida orgánica, hecha en casa, sin azúcar y que solo compra pañales ecológicos y está la mamá que envía papas fritas y bebidas azucaradas de colación cuando sus hijos van a la escuela; está la mamá que no tiene problema con que su bebé pase tiempo frente a una pantalla y está la mamá que tiene una rutina estricta para su bebé; está la mamá con el bebé que duerme toda la noche en su cuna y está la mamá que sigue durmiendo en su cama junto a su bebé; está la mamá que no tuvo ningún problema para amamantar, que se siente feliz y realizada por seguir lactando hasta el día de hoy y está la mamá que decidió dar fórmula a su bebé.
Existen tantas decisiones distintas que cada madre de tu iglesia local toma en la crianza de sus hijos, pero que cuando las comparamos con las nuestras, automáticamente nos sentimos malas madres o consideramos que frente a nosotras otras sí lo son. La vergüenza, la envidia y el orgullo salen a relucir. Entonces, es fácil llegar a la conclusión de que la mejor decisión es cerrarnos y no compartir, pues no queremos estar todo el tiempo dando explicaciones sobre lo que estamos haciendo o no como mamás. Sin embargo, cuando decidimos no compartir con otras mamás, por lo que sentimos frente a ellas y a su estilo de crianza, algo necesita ser tratado en nuestro corazón. La comparación siempre te dejará estancada, insatisfecha y con falta de gozo, porque al poner tu enfoque en los demás, dejas de ver lo que Dios está haciendo en tu propia vida.
Ahora, la solución no es dejar de mirar a las demás para enfocarte en ti misma, porque vas a seguir haciendo lo mismo: dejarás de ver a Dios y no buscarás conocerlo más. Fija, en cambio, tus ojos en Jesús, en lo que Él está haciendo y busca de todo corazón conocerlo más. Solo en la obra de Cristo serás libre para seguirlo junto a otras mujeres mientras buscas ser la mamá que Dios te ha llamado a ser.
2. El orgullo
El orgullo es otra cosa que nos impide compartir con otras mamás. Queremos ocultar la imperfección y proyectar la imagen de que somos madres perfectas que no necesitan ayuda. No queremos mostrar nuestras inseguridades, nuestras dudas, nuestro cansancio físico y emocional, porque tenemos temor de ser juzgadas como una mala madre. Incluso, nos cuestionamos si ya no es hora de que lo sepamos todo, ¿acaso la mujer no fue creada por Dios para ser madre y, por ende, las cosas que hace no deberían salir de manera natural o instintiva?
Pero Dios aborrece el orgullo (Pr 8:13). Eso ya es razón suficiente para examinar nuestros corazones y para arrepentirnos. Si no nos arrepentimos, el orgullo nos mantendrá lejos de Dios y de los demás. Reconozcamos que no sabemos todas las cosas, que no tenemos que hacer todo solas y que está bien celebrar a otras madres que saben más que nosotras y que nos pueden dar los consejos que necesitamos para amar más al Señor.
En medio de todo eso, recuerda a Jesús, quien:
[…] aunque existía en forma de Dios, no consideró el ser igual a Dios como algo a qué aferrarse, sino que se despojó a sí mismo tomando forma de siervo, haciéndose semejante a los hombres. Y hallándose en forma de hombre, se humilló Él mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz (Filipenses 2:6-8).
No lo olvides, no existen madres perfectas, solo Jesús fue perfecto en todo y Él nos invita a descansar en su perfección. Confesemos nuestro orgullo, arrepintámonos y aprendamos a disfrutar de una vida que solo busque la gloria de Dios.
Nunca estuviste sola en realidad
Finalmente, quiero animarte con esto: nunca estás sola y nunca estuviste sola en realidad. Jesús estuvo dispuesto a experimentar la más profunda soledad cuando estuvo en la cruz. Él tomó nuestro lugar y sintió el abandono de sus amigos y de su Padre que nosotros por nuestro pecado deberíamos haber experimentado. Su muerte fue para que, precisamente, nunca más estuviéramos solas por la eternidad. Hoy puedes disfrutar de la presencia de Dios, incluso en las madrugadas más difíciles.
La próxima vez que te sientas sola, recuerda que el Señor está contigo, trabajando en tu carácter y en tu corazón, no a pesar de la maternidad, sino a través de la maternidad. Y recuerda también que, en esos momentos de soledad que experimentarás, hay otras mamás sintiéndose igual que tú y que necesitan que les recuerden el mismo Evangelio que tú necesitas. Ora por ellas y escríbeles un mensaje.
El propósito de este artículo no es solo motivarte a que dejes de caminar sola al buscar simplemente un grupo de apoyo con otras mamás. Quiero animarte a que busques caminar con otras madres cristianas y mujeres de fe (aunque no sean madres), porque antes de ser mamá eres una cristiana en proceso de santificación y ese proceso se vive en comunidad. No serás capaz de hacer todo sola, porque no fuiste hecha para vivir sola. No busques un grupo de madres para compartir solamente tips y consejos, busca un grupo de mujeres de fe donde se animen unas a otras por medio de la Palabra de Dios para ser más como Jesús.
Quisiera terminar con esta cotidiana escena. Cuando mi hija era recién nacida y lloraba mucho, no lograba entender lo que ella necesitaba en ese momento. Debía descubrir si lloraba por hambre, por sueño o por algún dolor. Como madres, tenemos la responsabilidad de entender las necesidades de nuestros bebés porque ellos no son capaces de comunicarlas. Pero en Cristo, nosotras sí podemos comunicar lo que necesitamos.
Así que, no dejes que pase este día sin que llames a una amiga y hermana en la fe para pedir su compañía y para decirle cómo te sientes. Reconoce frente a ella que Dios te ha llamado a no caminar sola, que no sabes todo y que quieres aprender de sus experiencias. Pídele que camine contigo en este tiempo. Oren y estudien juntas la Biblia. Te sorprenderás al ver que tienes necesidades más profundas en tu alma que ni siquiera sabías que existían y que yendo juntas a Cristo encontrarán su plena satisfacción en Él.