Las malas noticias nos rodean. Si revisas tu canal de noticias en tus redes sociales, prendes la televisión para ver las noticias reales o incluso si haces la fila para pagar en el supermercado, eres confrontado con malas noticias: guerra y amenazas de guerra; asesinato; injusticia; dolor. En circunstancias normales, las malas noticias ya estaban alrededor de nosotros. Ahora, en medio de una pandemia, las malas noticias son casi un amigo fiel.
En nuestra sociedad conectada, nos hemos acostumbrado a este tipo de malas noticias. Su distancia de nosotros nos ayuda a lidiar con ellas un poco mejor. Tal vez podríamos estar tristes a primera vista o la primera vez que las escuchamos, pero luego, con nuestro pulgar, deslizamos por la pantalla. El gran volumen de las malas noticias nos adormece ante su horror.
Sin embargo, otro tipo de malas noticias que son difíciles de llevar son las personales. Son inesperadas; puede ser devastador. Una visita rutinaria al médico, te envía al hospital. Una esposa regresa a casa para descubrir que su esposo se fue, llevándose su amor y sus pertenencias con él. Una llamada telefónica contándonos el fallecimiento de un padre, un amigo, un hermano. Un trabajo que alguna vez fue seguro, se desvanece en medio del agitamiento económico. En un instante, el mundo se torna confuso y se llena de terror. La vida cambia con la presencia de las malas noticias.
Sorprendidos por las malas noticias
He tenido una buena cantidad de malas noticias en mi vida adulta. He estado en una consulta realizándome una ecografía y escuchando al técnico decirme que no pudo encontrar los latidos del corazón de mi bebé. He llevado a un hijo al doctor, solo para descubrir que realmente necesitaba cirugía, terapia extendida, o un ingreso hospitalario. He escuchado a doctores explicarme la fragilidad de mi propia vida. He recibido correos electrónicos decepcionantes y cartas de rechazo. Es por eso que este verso ha sido mi lema estos dos últimos años:
No temerá recibir malas noticias;
Su corazón está firme, confiado en el Señor (Sal 112:7).
Sin embargo, con toda estas entregas inesperadas de malas noticias, hubo una para la cual no estaba preparada: «tienes cáncer». He pasado la mejor parte de la última década intentando asimilar lo que parece ser un ciclo sin fin de malas noticias. Esta fue una que me dejó tambaleando, intentando aferrarme a la fe cuando el futuro parecía sombrío.
Quizás podría manejar una situación difícil si me he preparado mentalmente para ella, pero cuando soy sorprendida por las malas noticias, descubro que no tengo asidero. He enfrentado muchas circunstancias que son completamente aterradoras, incluso para quienes están llenos de entre nosotros. Tal vez tú también has pasado por esto: un diagnóstico médico que amenaza tu vida, una necesidad repentina de someterte a una cirugía, enfermedad tras enfermedad, múltiples falsas alarmas. Dios continúa forzándome a lidiar con la respuesta de mi corazón ante las malas noticias.
El límite
Mi límite ocurrió en un momento particular del año pasado. Sufrimos un susto con uno de nuestros hijos que podría haber terminado en una cirugía de emergencia. No podía convencerme de siquiera imaginar que él saldría de ese hospital sin haber sido operado. Estaba preparada para lo peor, porque a menudo pareciera que estuviéramos lidiando con el peor de los casos. Después de meses de visitas al hospital, cirugías, exámenes sorpresivos y facturas de los médicos, estaba convencida de que, una vez más, nuestra familia volvería a estar en el hospital.
Sin embargo, no fue así.Aún no puedo dejar de revivir ese momento en mi cabeza. Quiero el tipo de confianza que el salmista tiene en el Salmo 112: no tener miedo a las malas noticias, sino que arrojarme sobre el Señor. Poco a poco, Dios trabaja esto en mí. Con cada visita al doctor, donde ansiosamente aguanto la respiración mientras el doctor examina a mi hijo, me veo obligada a creer esto nuevamente.
Entonces, Dios me dio otra oportunidad de vivir este versículo, pero esta vez no salí de la consulta del doctor con buenas noticias. Salí con un diagnóstico de cáncer y una repentina cirugía. En esos aterradores días y semanas, mientras esperaba la patología final y me recuperaba de la cirugía, Dios trabajó este salmo en mi corazón nuevamente. «Puedo confiar en Él. Las malas noticias podrían venir, pero Él es digno de confianza». Mientras pude haber creído lo peor, puedo ver ahora que en estos sufrimientos persistentes, Dios está obrando profundamente en mí algo que no habría entendido si no hubiera sido sorprendida por el sufrimiento.
Se puede confiar en Dios, incluso cuando vengan las malas noticias. Esa es la parte difícil de este salmo; nos fuerza a enfrentar la incertidumbre de la vida, pero lo hace desde el lugar estratégico de la confianza.
Un mundo de fabricación propia
El salmista habla desde la experiencia. Él ve el buen fruto que produce en una persona confiar en el Señor. Él prospera en la tierra (Sal 112:2-3); y porque ha confiado en el Señor, su vida bendice directamente a quienes lo rodean (Sal 112:9-10). El salmista puede hacer una valiente declaración como aquella en el Salmo 112:7, porque ha visto lo que hace una vida de confianza en una persona. Y Él quiere que tengamos esa vida también.
He pasado mucho tiempo creando posibilidades en mi cabeza, para que cuando lleguen las malas noticias, pueda estar preparada. Sin embargo, lo que está diciendo el salmista es completamente diferente a una confianza preparada.
Cualquiera puede tener una confianza preparada enraizada en un ambiente controlado (o en uno que nosotros pensamos que está controlado). Es solo cuando llega lo imprevisto que te das cuenta de que en realidad estuviste confiando en un mundo de fabricación propia y no en el Dios que es soberano sobre todo. Cuando fabrico escenarios en mi cabeza, no puedo vivir la vida fructífera de la que habla el salmista: una vida de confianza en el Señor que lleva a una vida de bendición hacia quienes me rodean.
Nuestra realidad inalterable
Llegar a este punto no significa que finjamos que lo peor no puede ocurrirnos. Solo significa que confiamos en una realidad inalterable que no puede ser movida cuando llegan las malas noticias.
Sabemos que el mundo es un lugar peligroso. Sabemos que la vida en un mundo caído significa que nuestra peor pesadilla puede suceder en cualquier momento. El antídoto a temer lo peor no es ignorar esta realidad. Eso no nos sostendrá cuando recibamos ese llamado o ese diagnóstico. Al contrario, el corazón del salmista está enraizado en Dios, que es inmutable. Por tanto, pase lo que pase, él confiará.
Pueden venir las malas noticias, pero no temeremos por lo que Dios ha dicho ser y no por el control que pudiéramos tener. El salmista es capaz de permanecer firme gracias a algo fuera de él. Las malas noticias podrían llegar, pero él está anclado en el Señor. Su confianza reposa en Dios, por lo que aun cuando la tormenta de malas noticias brame a su alrededor, él está firme y seguro.
La Palabra inmutable de Dios
¿Qué tiene el Señor que ayudó al salmista a confiar en Él cuando pensaba en las malas noticias? Al principio del salmo, él nos cuenta que la vida bienaventurada es una que se deleita en los mandamientos de Dios (Sal 112:1). Este es un mensaje entretejido a lo largo del libro de Los Salmos. El Salmo 1 comienza:
¡Cuán bienaventurado es el hombre que no anda en el consejo de los impíos,
Ni se detiene en el camino de los pecadores,
Ni se sienta en la silla de los escarnecedores,
Sino que en la ley del Señor está su deleite,
Y en su ley medita de día y de noche! (Sal 1:1-2).
Los salmistas no encubren la realidad de la vida en un mundo quebrantado. A menudo, confrontan esta vida cara a cara. A veces, lo hacen con una oleada de preguntas que derraman en Dios. En ocasiones, lo hacen con una confianza resuelta. Otras veces, lo mezclan todo, porque la vida puede ser un embrollo de confusión y dolor. No obstante, el fundamento que los mantiene avanzando es su deleite en la Palabra de Dios.
Meditan en ella; la conocen; son sustentados por ella. Como resultado, no temen cuando llegan las malas noticias. No naufragan en su fe cuando el sufrimiento los atormenta. Esperan en Dios, sabiendo que un día lo adorarán, incluso si ahora no lo están haciendo (Sal 42:5, 11; 43:5).
Similitud en el sufrimiento
Me gustaría poder decir que superé mi temor a las malas noticias. Estoy mejorando, pero mi corazón aún parece detenerse cuando entro a la consulta del doctor. Quizás siempre lo hará. El cáncer parece hacerle eso a una persona. El mundo es un lugar aterrador, y aun cuando confío en que Dios permanecerá fiel en cualquier tormenta que venga, no amo las malas noticias. Estoy segura de que tú tampoco las amas.
Sin embargo, los Salmos pueden ayudarnos a saber que no estamos solos. No somos los primeros que hemos recibido un diagnóstico difícil o un resultado incierto. No somos los primeros en mirar fijamente al túnel del sufrimiento, preguntándonos cómo Dios lo resolverá todo. No obstante, estamos unidos a una gran nube de testigos para quienes Él fue suficiente para sostenerlos hasta el final. Esa es nuestra ancla cuando las malas noticias nos aterran.
Cuando tememos al resultado de un diagnóstico, recordamos que Dios es bueno con todos (Sal 145:9). Cuando los temores no nos dejan, podemos recordar el Salmo 46:1: «Dios es […] nuestro pronto auxilio en las tribulaciones». Cuando parece que no caminaremos ante el Señor en la tierra de los vivientes (Sal 27:13), recordamos cómo comienzan los Salmos: «El Señor conoce el camino de los justos» (Sal 1:6). La manera en que pueden llevar esto es al conocer a Dios, y la manera en que ellos conocen a Dios es al conocer su Palabra.
Las malas noticias están a nuestro alrededor. Vienen camino a nosotros, y con ellas viene una multitud de temores. Sin embargo, como nos recuerda el Salmo 2, hay un Rey gobernando sobre todas las cosas. Él nos libera del temor y nos da palabras para poder llevar nuestra lucha. Las malas noticias podrían asustarnos, pero finalmente jamás nos destruirán.