Después de escuchar la oscura historia del Anillo y del regreso del malvado señor Sauron, Frodo exclamó: «espero que no suceda en mi época» (La comunidad del anillo, 73).
«También yo lo espero —dijo Gandalf—, lo mismo que todos los que viven en este tiempo. Pero no depende de nosotros. Todo lo que podemos decidir es qué haremos con el tiempo que nos dieron».
Es casi como escuchar el eco de la propia experiencia de Tolkien en la Primera Guerra Mundial: ojalá no hubiese sucedido en mi época. No mucho después, este mismo sentir resonaría en la generación de la Segunda Guerra Mundial. En un sentido, cada generación, por más pacífica y próspera que sea, puede ser propensa a lamentar las dificultades del presente. Los desastres del pasado, ahora ya resueltos, pueden ser mucho más fáciles de soportar. Las palabras de Gandalf le hablan a cada generación.
Tal como dice el mago, nuestro día y lugar de nacimiento determinan épocas, lugares y circunstancias especiales. Así lo proclamó el apóstol Pablo en Atenas: «El Dios que hizo el mundo y todo lo que en él hay […] habiendo determinado [nuestros] tiempos y las fronteras de los lugares donde viv[imos…]» (Hch 17:24-26, [énfasis del autor]). Se nos da el presente, no el pasado ni el futuro. Los únicos desafíos que podemos enfrentar, los únicos problemas que podemos confrontar, las únicas dificultades que podemos vencer, son las que nos salen al encuentro aquí y ahora.
De Frodo a Bilbro
En nuestros días, enfrentamos un secularismo creciente, un islam extremista, tiroteos masivos, una racialización aparentemente intratable y una pandemia global.
Y en medio de todo esto, surge el desafío de la creciente crisis de información que hace que muchos deseen, como Frodo, que no sucediera en nuestra época. Los últimos años no solo nos han enseñado que los recursos en Internet son poco confiables, sino que también el constante flujo de información nos ha tentado a no vivir en la realidad donde Dios nos ha puesto. A menudo, estamos mucho más informados de los acontecimientos nacionales y globales que de los locales más cercanos a nosotros. Día a día, podemos perder oportunidades reales de hacer el bien a otros en el nombre de Cristo. Podemos cerrarles nuestras puertas y oídos a nuestro prójimo para escuchar un sinfín de programas de noticias sobre otras personas.
Pablo descubrió en Atenas que «[…] todos los atenienses y los extranjeros de visita allí, no pasaban el tiempo en otra cosa sino en decir o en oír algo nuevo» (Hch 17:21, [énfasis del autor]). El problema no era que ellos no fuesen hombres de su tiempo, sino que «no pasaban el tiempo en otra cosa sino en» novedades. Eran prisioneros de sus conversaciones diarias. ¿Qué tanto, o peor aún, cuánto más hemos caído nosotros en esta misma trampa de los antiguos atenienses? Cada vez nos reunimos con menos frecuencia para conversar cara a cara. En la actualidad no solo somos prisioneros del presente, sino que también de la era digital.
En su libro sobre nuestra moderna obsesión con las noticias, Reading the Times [Leyendo los tiempos] publicado en 2021, el profesor Jeffrey Bilbro señala que en esta avalancha de información en la que vivimos, a menudo nos «involucramos en dramas distantes» en los cuales no tenemos ninguna posibilidad de contribuir con algo significativo. Bilbro nos aconseja que haríamos bien en escribir la siguiente advertencia en la parte inferior de nuestros dispositivos electrónicos: «Los objetos en la pantalla están más distantes de lo que parecen».
Entendiendo los tiempos
A este creciente desafío de acceder a tanta información, debemos agregar el hecho de que tendemos a tener reacciones extremas. Algunos, atrapados por la información y opciones de contenido a niveles sin precedentes, se sumergen con gusto en los tiempos, sin orientación alguna. Otros, conscientes del desastre que nuestros nuevos medios de comunicación pueden ocasionar, con gusto ignoran los tiempos tanto como pueden. Encontramos algo admirable en una u otra dirección, aunque también poca visión.
Para empezar, la Palabra de Dios habla con esperanza y aliento sobre aquellos que conocen sus tiempos. En los días de David, los hombres de Isacar, «expertos en discernir los tiempos, con conocimiento de lo que Israel debía hacer», fueron elogiados por ser de gran valor para el rey y la nación (1Cr 12:32). «Porque el corazón del sabio conoce el tiempo y el modo de hacerlo», dice el Predicador (Ec 8:5). Jesús reprendió a los fariseos y saduceos que lo pusieron a prueba pidiéndole que les mostrara una señal: «¿Saben ustedes discernir el aspecto del cielo, pero no pueden discernir las señales de los tiempos?» (Mt 16:3). La ignorancia que decidieron demostrar los hizo culpables. Deberían haberlo sabido. «¡Hipócritas! Saben examinar el aspecto de la tierra y del cielo; entonces, ¿por qué no examinan este tiempo presente?» (Lc 12:56). Y Jesús lamentó que Jerusalén «no conoc[ió] el tiempo de [su] visitación» (Lc 19:44).
Aun cuando luchamos por saber qué batallas elegir en nuestra propia generación, sabemos, tal como la iglesia lo ha hecho durante dos milenios, que nuestros tiempos son los llamados «últimos días» (Hch 2:17; Heb 1:1-2; Stg 5:3). El fin de todas las cosas (1P 4:7) y la venida del Señor están cerca (Stg 5:8; Fil 4:5). Dios quiere que nuestros «tiempos difíciles» (2Ti 3:1) así como la llegada de los burladores con su sarcasmo (2P 3:3) nos recuerden esto y no que nos conduzcan a la desesperación. Incluso Satanás conoce el tiempo en este sentido: «[…] sabiendo que tiene poco tiempo» (Ap 12:12). Entonces, nosotros también, en Cristo, deberíamos «conoc[er] el tiempo, que ya es hora de despertarse del sueño» (Ro 13:11).
No les corresponde a ustedes conocer los tiempos
Sin embargo, al igual como no nos atañe decidir nuestros tiempos, Jesús también nos dice: «No les corresponde a ustedes saber los tiempos ni las épocas que el Padre ha fijado con su propia autoridad» (Hch 1:7, [énfasis del autor]). Desde luego que, en Cristo, algo podemos entender de nuestros tiempos, pero, en general, el Predicador dice que «el hombre tampoco conoce su tiempo» (Ec 9:12).
Por un lado, conocemos los tiempos lo suficiente como para mantenernos alertas (Ro 13:11); por otro, estamos «alertas» y «en vela» porque no sabemos «cuándo es el tiempo señalado» (Mr 13:33). Nuestro entendimiento del tiempo nunca es completo y, dada todas las complejidades y dificultades bajo la mano soberana de Dios, tampoco es muy extenso. Aunque eso no tiene por qué paralizarnos.
Quién sabe
En el capítulo 4 del libro de Ester, Mardoqueo se acercó a la reina Ester con el fin de revelarle el complot de Amán que buscaba destruir a los judíos y de pedirle arriesgar su cercanía al rey para que él los ayudara. Le dijo a su sobrina: «¿Y quién sabe si para una ocasión como esta tú habrás llegado a ser reina?» (Est 4:14). Antes de saber cómo se desarrollarían los acontecimientos, Ester seguramente dijo al igual que Frodo: «espero que no suceda en mi época». Sin embargo, no le correspondía a ella decidir. Lo que sí tenía era el momento y la posición que se le habían dado. Quizás Dios la había puesto allí para una ocasión como esa, como sugirió Mardoqueo. No era una certeza, sino una oportunidad.
¿Quién sabe? Tal vez Dios también te ha puesto a ti donde estás y en la posición que tienes para una ocasión como esa. Dios sabe. Y ya sea de manera modesta o significativa, Él no quiere que seamos cristianos de nuestro tiempo, sino para nuestro tiempo. No del mundo, sino en el mundo —y mejor aún— no del mundo, sino enviados al mundo bajo los términos de Dios, por su llamamiento y para sus propósitos.
Para un tiempo como este
¿Qué haremos con los tiempos complicados, confusos y frustrantes en los cuales vivimos? En primer lugar, no debemos ignorar nuestros dos llamados como cristianos: amar a Dios y a nuestro prójimo, el primer y segundo mandamiento, como Jesús los llamó (Mt 22:37-39). Amar al que está más allá de nuestros tiempos y a los que están sujetos a ellos. En especial, a aquellos cercanos a nosotros, nuestro prójimo en la vida real, no los «dramas distantes» que constantemente nos atraen a través de nuestras pantallas.
También debemos invertir intencionalmente nuestro tiempo en otros tiempos, primordialmente en la Escritura, que son las palabras mismas de Dios; además, leer textos de historia acreditados y libros antiguos, especialmente esos escritos por y sobre aquellos que siguieron a Cristo antes que nosotros. La inmersión total en el presente, tal como lo hicieron los atenienses, reduce nuestra efectividad. No podemos atraer el amor desde lo alto si nos dejamos enclaustrar en el presente. Necesitamos pautas, seguras y estables, desde fuera de nuestros tiempos para poder ser de beneficio para nuestros tiempos. Solo seremos hombres fructíferos para nuestros tiempos en el largo plazo si extraemos poder y perspectiva de otros tiempos.
Puede que nosotros, los hobbits, deseemos al igual que Frodo que las crisis actuales no hubiesen acontecido en nuestra época. Incluso los grandes magos podrían agregar a eso un efusivo: «también yo». Pero no nos corresponde a nosotros decidir eso. ¿Qué haremos con los tiempos que Dios nos ha dado?