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El gozo del Señor

¿Qué alegra a Dios? Esta no es la pregunta que uno podría esperar cuando se considera la virtud del fruto del Espíritu. La pregunta más natural para nosotros podría ser: «¿qué me hará feliz a ?». 

Cuando se trata de la alegría, nos apasiona. Y esto no es problemático; Dios nos creó para ser buscadores de gozo. El problema está cuando lo buscamos en los lugares equivocados. Estamos mirando al fruto del Espíritu (fruto que crece y florece no debido a nosotros o de nosotros, sino porque estamos conectados a Dios, el ejemplo perfecto del gozo más alto). Somos receptores, así como un árbol plantado junto a corrientes de agua (Sal 1:3) y daremos el buen fruto de Dios de su buen Espíritu a medida que permanecemos plantados en Él.

Nuestro crecimiento en el gozo, entonces, vendrá de Dios; de su propio Espíritu de alegría infinita e invencible.

Qué no es gozo

Leemos sobre el gozo de Dios y pensamos: «me gustaría tener ese tipo de alegría». No obstante, ¿«infinita e invencible» suena demasiado cierto para ser verdad? En este mundo quebrado y triste, y lleno de sufrimiento, estamos más familiarizados con la felicidad «fantástica y fugaz» (una respuesta emocional al fluir y refluir de la existencia terrenal). «La humedad sobre las rosas y los cascabeles» podrían alegrarnos por un momento, pero sabemos que estas cosas favoritas no perduran.

Comencemos por describir lo que no es el gozo, según la Palabra de Dios:

  • El gozo no se encuentra en los placeres terrenales: «ni privé a mi corazón de ningún placer. […] y resultó que todo era vanidad y correr tras el viento» (Ec 2:10-11).
  • El gozo no depende de la ausencia de sufrimiento. «Tengan por sumo gozo, hermanos míos, cuando se hallen en diversas pruebas» (Stg 1:2).
  • El gozo no puede comprarse con dinero ni puede encontrarse en las posesiones: «mi fruto es mejor que el oro, que el oro puro, y mi ganancia es mejor que la plata escogida» (Pr 8:19).
  • El gozo no significa ponerse siempre una cara feliz: «Jesús lloró» (Jn 11:35).
  • El gozo no es superficial y no cambia: «ahora ustedes tienen también aflicción; pero Yo los veré otra vez, y su corazón se alegrará, y nadie les quitará su gozo» (Jn 16:22).

Es fácil pensar en el gozo como el efecto emocional de la abundancia y de las circunstancias ideales y placenteras. Aun cuando el gozo se relaciona con Dios, a veces pensamos de él como una disposición de «cristiano feliz». No obstante, debido a que Jesús promete gozo a su pueblo (¡el cual tienen muchas disposiciones diferentes!) en un mundo lleno de dolor, el gozo, entonces, no puede posiblemente ser ninguna de esas. «Estas cosas les he hablado, para que mi gozo esté en ustedes, y su gozo sea perfecto» (Jn 15:11).

Lo que sí es el gozo

Según nuestro Salvador, el gozo se encuentra no en nuestras circunstancias, sino en conocerlo a Él: «en tu presencia hay plenitud de gozo» (Sal 16:11). Nadie puede quitarnos nuestro gozo porque nadie puede quitarnos al Señor. El verdadero gozo cristiano, entonces, es la satisfacción en la presencia de Dios, que está lleno de alegría infinita e invencible en sí mismo.

¿Qué ocurre cuando nuestro Dios de gozo permanece en nosotros por su Espíritu? Su gozo viene a nosotros y luego fluye de nosotros. Entonces, de vuelta a nuestra pregunta: ¿qué alegra a Dios? Al igual que con su amor, Dios siempre ha existido en una alegría infinita e invencible dentro de sí mismo. Él es el «ser más feliz en el universo1», perfectamente satisfecho con su propia gloria: su hermoso esplendor y santa majestad. El gozo de Dios está en su buen placer para declarar y deleitarse en su propia hermosura y, asombrosamente, Él nos ha involucrado en su propósito. Él quiere «dar[nos] a conocer las riquezas de su gloria» (Ro 9:23). Él quiere que estemos verdaderamente alegres: ¡llenos de alegría satisfactoria en Él!

Nuestra alegría en Dios aumentará a medida que pasamos tiempo con Él, conociéndolo mejor y confiando más en Él (Sal 16:11). Su gozo vendrá a nosotros a medida que su Espíritu nos recuerda su carácter, sus obras y sus promesas por medio de la Escritura (Jn 15:11), y su gozo fluirá desde nosotros a otros a medida que obedecemos sus mandamientos vivificantes de recordarlo, de hablar con Él, de alegrarnos siempre y de ser agradecidos (Sal 100:4; Fil 4:4; 1Ts 5:16).

El gozo también está enraizado en la esperanza. Una persona desesperanzada no es una persona alegre. El Salmo 42:11 pregunta: «¿por qué te desesperas, alma mía, y por qué te turbas dentro de mí? Espera en Dios, pues lo he de alabar otra vez. ¡Él es la salvación de mi ser, y mi Dios!» [énfasis del autor]. Fue «por el gozo puesto delante de Él» que Jesús soportó la cruz (Heb 12:2). Mientras sufría y moría (un evento aparentemente desolador) el Hijo de Dios esperó en el gozoso propósito de Dios: darnos a conocer su gloria. Este era el gozo puesto ante Jesús, el gozo que lo capacitó a atravesar la oposición, la traición, el dolor y la muerte, y hasta la vida eterna.

Y es la misma alegría —el gozo de Dios— que nos capacitará a hacer lo mismo.

Fruto gozoso

Por lo tanto, cuando la oposición se levante, cuando la traición llegue, cuando el dolor ataque, cuando la prueba acometa, cuando la depresión descienda, cuando la muerte misma se acerque, ¿qué nos quedará? Nuestro profundo y perdurable gozo en Dios. Nadie puede quitarnos el gozo porque nadie puede arrebatarnos el Espíritu de Dios; nuestro gozo permanece porque Él lo hace. Esto no quiere decir que nunca lloraremos, nos afligiremos o estaremos tristes, puesto que incluso Jesús fue un «varón de dolores y experimentado en aflicción» (Is 53:3). No obstante, sí significa que sobre las nubes y la oscuridad el sol sigue ahí. Nuestra esperanza brilla con fuerza. Nuestra luz (la gloria de Dios de cara a Jesucristo) es nuestro gozo: «levántate, resplandece, porque ha llegado tu luz y la gloria del Señor ha amanecido sobre ti» (Is 60:1).

Una manera en la que podemos practicar la presencia de nuestro glorioso Señor y dar su fruto de gozo es al sacar diariamente «agua de los manantiales de la salvación» (Is 12:3). Recordamos el Evangelio: quién es Jesús y lo que ha logrado (Sal 92:1-4). Practicamos nuestras bendiciones espirituales (Ef 1:3-14). Contamos nuestros regalos terrenales (Stg 1:17). Alzamos nuestras voces en oración y adoración, Escritura y canciones (Sal 100:1-2). Cuando escogemos alegrarnos en Dios con nuestras mentes y bocas, nuestros corazones seguirán: «al Señor he puesto continuamente delante de mí […]. Por tanto, mi corazón se alegra y mi alma se regocija […]» (Sal 16:8-9).

Finalmente, pensemos en nuestro futuro: ¿qué ocurrirá cuando finalmente veamos a Cristo cara a cara y nuestra fe en Él se vuelva vista? Nuestra alegría será completa. Será infinita e inconquistable, una vez para siempre. A medida que nuestra esperanza se haga realidad, también lo hará nuestra satisfacción más alta y la alegría eterna, «y así estaremos con el Señor siempre» (1Ts 4:17), la fuente y el fin de toda nuestra alegría.

Este artículo es una adaptación de ESV Devotional Journal, Fruit of the Spirit: Joy [Diario devocional de ESV, fruto del Espíritu: gozo], escrito por Kristen Wetherell.

Este artículo fue publicado originalmente en inglés y traducido con el permiso de Crossway.
  1. Piper, John (2004). Seeing and Savoring Jesus Christ [Ver y saborear a Jesucristo], edición revisada. (Wheaton, IL: Crossway), p. 36. N. del T.: traducción propia.
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Kristen Wetherell

Kristen Wetherell es esposa, madre, escritora y conferencista. Es autora de muchos libros, entre los que se incluyen: Help for the Hungry Soul [Ayuda para el alma hambrienta] y es coautora del galardonado libro Esperanza en medio del dolor. Kristen es miembro de Orchard y vive en Chicagoland junto a su esposo y sus tres hijos.
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