Paz con Dios
«Ella es diferente». Una paz profundamente arraigada hará esto. Hará a una persona salir de este mundo ansioso. La hará capaz de tomar una siesta en medio de una violenta tormenta, a manejar el conflicto con confianza y a mirar de frente a la muerte. La paz cristiana simplemente no tiene sentido, a menos que venga de otro mundo.
La paz describe al corazón que sabe que está a salvo en Dios. La tercera virtud del fruto del Espíritu se trata de lo que el amor y el gozo de Dios han alcanzado para su pueblo: «paz para con Dios» (Ro 5:1), una relación reconciliada y restaurada de seguridad total e inquebrantable en Él.
Furiosos contra Dios
La guerra puede ser la expresión terrenal máxima de inquietud y peligro. Dos grupos o dos naciones están en conflicto, furiosos entre ellos, provocándose los unos a los otros, buscando destruirse. La confusión reina y se establecerá la paz sólo por medio de la rendición o un acuerdo mutuo.
¿Hemos considerado que una enemistad similar definió nuestra relación con Dios alguna vez? No obstante, la nuestra siempre es una causa perdida (lejos de su intervención pacificadora). El Salmo 2 nos desafía: «¿por qué se sublevan las naciones, y los pueblos traman cosas vanas? Se levantan los reyes de la tierra, y los gobernantes traman unidos contra el Señor y contra su Ungido, diciendo: “¡rompamos sus cadenas y echemos de nosotros sus cuerdas!”» (Sal 2:1-3). Por naturaleza, este es nuestro himno. Nos rebelamos contra el señorío de Dios, puesto que el pecado nos ha mentido y nos ha dicho que estamos mejor sin su autoridad o ley. Al hacer nuestras propias reglas y gobernar los unos sobre los otros, queremos estar a cargo y despreciamos cualquier cosa o cualquier persona que se interponga en nuestro camino.
Por naturaleza, odiamos a Dios (Ro 1:30; Tit 3:3). No obstante, el Salmo 2 nos recuerda que nuestra rebelión es vana: «el que se sienta como Rey en los cielos se ríe, el Señor se burla de ellos» (Sal 2:4). No hay duda: Dios siempre gana. Él vence a sus enemigos y humilla a aquellos que lo odian. Todos nosotros caeremos de rodillas, nos guste o no (Fil 2:10-11). La pregunta inherente es: si somos enemigos rebeldes de Dios, que lo odian y merecen su ira, ¿hay alguna esperanza de tener paz?
Restaurados para Dios
La respuesta es sí, pero la iniciativa no es nuestra; siempre es de Dios: «y aunque ustedes antes estaban alejados y eran de ánimo hostil, ocupados en malas obras, [Cristo] los ha reconciliado en Cristo en su cuerpo de carne, mediante su muerte […]» (Col 1:21-22). Nuestro Dios de misericordia actúa misericordiosamente hacia sus enemigos (Ro 5:10). Nuestro Dios de generosidad entregó a su Hijo para hacer la paz entre nosotros (Col 1:20). Por lo tanto, voluntariamente Jesús se puso a sí mismo en manos hostiles y bajo la ira de su Padre, tomando el castigo que nuestra rebelión y enemistad merecían.
Nosotros rechazamos; Jesús se acerca. Nosotros despreciamos; Jesús salva. Nosotros nos enfurecemos; Él rescata. Nuestro Dios es pacificador y maravilloso.
Saber, entonces, que Dios está por nosotros y no contra nosotros lo cambia todo (Ro 8:31-39). Puesto que sabemos que nuestro Padre nos ama y ha hecho lo que es necesario para restaurarnos para sí, confiamos en que estamos seguros en su cuidado y abrazo, sin importar lo que podría venir: «El eterno Dios es tu refugio, y debajo están los brazos eternos […]» (Dt 33:27). Él se convierte en nuestra paz (nuestra seguridad total e inquebrantable) y confiere paz por medio de su Espíritu en cada escenario y dentro de cada tormenta (2Ts 3:16).
Sin embargo, esta paz no es automática, sino que una búsqueda activa (Sal 34:14; 1P 3:11). Cuando el temor aparece y llegan los problemas, tenemos una opción. Podemos escucharnos a nosotros mismos (a nuestros pensamientos inquietantes, a nuestras críticas amargas y a los fantasmas de nuestro pasado) o podemos conversar con nosotros mismos y con nuestro Dios. Pablo escribe que buscar la paz inquebrantable de Dios es una actividad cristiana activa:
- Oramos por todo mediante «súplica con acción de gracias» (Fil 4:6).
- «Medit[amos]» en «todo lo que es verdadero, todo lo digno, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo honorable» (Fil 4:8) en lugar de detenernos en situaciones que roban la paz.
- Debemos permitir que «la paz de Cristo reine en [nuestros] corazones […]» (Col 3:15) mientras «pon[emos] la mira» en las realidades celestiales y «consider[amos] […] como muertos» las pasiones, la ansiedad, la preocupación y el temor (Col 3:2, 5).
- «Este[mos] en paz con todos» tanto como podamos hacerlo (Ro 12:18).
A medida que «esto practi[camos] […] el Dios de paz estará con [nosotros]» (Fil 4:9). ¡Qué magnífica promesa para el pueblo reconciliado de Dios! Estamos a salvo, sin importar qué. Hay una manera de hacer la paz con Dios y luego dar su fruto de paz: un testigo hermoso para un mundo ansioso, aterrado y dividido.
La obra de Dios en y por medio de su pueblo es su expresión terrenal de paz. Proclamamos la oferta de paz de Dios a sus enemigos por medio del mensaje del Evangelio, implorándole a un mundo dividido que venga a Cristo (2Co 5:20). Buscamos paz y unidad dentro de nuestras iglesias (Mt 5:9; Hch 9:31; Ro 14:19), y damos el fruto de paz del Espíritu ante aquellos fuera de la iglesia —nuestros prójimos y comunidad de no creyentes (Jn 16:33; Hch 10:36; Ro 14:17)—.
La paz de Dios nos hace diferentes porque viene de otro mundo.
A salvo en los brazos de Jesús
Vendrá un día cuando las guerras cesarán, las tormentas se calmarán y la muerte morirá, cuando el pueblo de Dios finalmente alcanzará la seguridad de esa orilla dorada, la Jerusalén celestial, donde la morada de Dios estará con el hombre y estaremos a salvo (Ap 21:1-5). Los brazos eternos nos rodearán y la paz de Cristo gobernará para siempre. Nos maravillaremos de la misericordia de Dios y cantaremos de su gracia, pasmados de que nosotros que una vez estuvimos lejos ahora estamos cerca, que la paz de Dios ha venido al mundo y a nuestros corazones aproblemados.
«Él será nuestra paz» (Mi 5:5).
Este artículo es una adaptación de ESV Devotional Journal, Fruit of the Spirit: Peace [Diario devocional de ESV, fruto del Espíritu: paz], escrito por Kristen Wetherell.
Este artículo fue publicado originalmente en inglés y traducido con el permiso de Crossway.

