Muchos de nosotros nos perdemos la gloria de la Semana de la Pasión porque en la profundidad de nuestros corazones pensamos que estamos al centro de lo que Dios hizo hace dos mil años. Pensamos que Jesús vino, vivió, murió y resucitó principalmente por nosotros: por mí. Leemos los evangelios y nos incluimos en el rol principal: la estrella digna de todo lo que Jesús tuvo que sufrir para tenernos.
Si Jesús es un mero actor de reparto en nuestra historia, su traición, su muerte, su sepultura y su resurrección seguirán siendo emocionantes, pero por razones incorrectas. La Semana Santa será conmovedora, pero fugaz si intentamos ponernos en el centro. No obstante, si nos vemos a nosotros mismos pequeños en la historia comparados con la grandeza, el poder y la belleza de Dios, lo que nos conmueve será más profundo y más dulce año tras año (y perdurará para siempre). Su amor por nosotros tomará un nuevo significado: un significado más verdadero, menos vano y más satisfactorio.
Dios te ama debido a Dios
John Piper explica el peligro:
Primero y principal necesitamos ver que Dios es Dios, que él es perfecto y completo en sí mismo, que se encuentra rebosante de felicidad en la eterna comunión con la Trinidad, que no necesita de nosotros para completar su llenura y que nada le faltaría si no nos tuviera. Más bien, nosotros no somos nada sin él […].
Si no entendemos a Dios de esta forma, cada vez que el evangelio llegue a nosotros, nos pondremos inevitablemente en el centro de la obra de Cristo. Sentiremos que el motor del evangelio no es el valor de Dios sino más bien nuestro valor. Remontaremos el origen del evangelio a la necesidad de Dios por nosotros y no a la gracia soberana que rescata pecadores que necesitan de Dios (Los deleites de Dios [énfasis del autor]).
Dios no escribió la Semana Santa en la historia porque estaba desesperado por tenerte (Hch 17:25), sino porque al amarte, a pesar de lo poco que merecías su amor, mostraría cuán amoroso es Él: cuán glorioso es. Él realmente sí te ama: afecto genuino, provisión paternal, devoción sacrificial, cuidado tierno, pero no porque seas grande, sino porque Él lo es.
El Jueves Santo, Jesús fue traicionado para Dios y para su gloria. El Viernes Santo, Jesús fue crucificado para Dios. El Domingo de Resurrección, Jesús fue resucitado para Dios. En todo eso, fuiste salvado por Jesús para Dios. Nuestra buena noticia es «el evangelio de la gloria de Cristo, que es la imagen de Dios» (2Co 4:4 [énfasis del autor]). Si somos lo suficientemente humildes para ser el pequeño pecador sin esperanza que fue rescatado por la gracia soberana para su gloria, la noticia mejora, no empeora. Seremos mucho más felices en un mundo que no se centra en nosotros.
Jueves Santo: Jesús fue traicionado para Dios
En la víspera del Viernes Santo, Jesús se estaba preparando para ir a la cruz por ti, pero sus ojos estaban fijos en la gloria de su Padre. Él oró:
«Padre, la hora ha llegado; glorifica a tu Hijo, para que el Hijo te glorifique a ti […]. Yo te glorifiqué en la tierra, habiendo terminado la obra que me diste que hiciera. Y ahora, glorifícame Tú, Padre, junto a ti, con la gloria que tenía contigo antes que el mundo existiera» (Jn 17:1, 4-5, [énfasis del autor]).
Él no era un Salvador enamorado, sino un Hijo lleno de adoración, que se esfuerza por atraer al mundo hacia su admiración por el Padre. Él no estaba muriendo para sentirse más importante, sino que para mostrar lo que es más importante: quién es más importante.
Mientras entraba en el huerto de Getsemaní para ser traicionado, «se postró en tierra y oraba que si fuera posible, pasara de Él aquella hora. Y decía: “¡Abba, Padre! Para ti todas las cosas son posibles; aparta de mí esta copa, pero no sea lo que yo quiero, sino lo que Tú quieras”» (Mr 14:35-36). Dios lo había llamado a morir en amor por ti, pero fue para agradar al Padre, para hacer la voluntad del Padre, para honrar y magnificar su sabiduría, soberanía y amor.
Viernes Santo: Jesús fue crucificado para Dios
No te equivoques, si Jesús es tu Señor, Salvador y Tesoro, Él murió por ti. Él cargó tus dolores (Is 53:4); Él llevó tus penas (Is 53:4); Él fue traspasado por tus transgresiones (Is 53:5); Él fue molido por tus iniquidades (Is 53:5); por sus heridas, fuiste sanado (Is 53:5); tu deuda fue clavada con Él en la cruz (Col 2:14); y Él murió porque te amó: «En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amó a nosotros y envió a su Hijo como propiciación por nuestros pecados» (1Jn 4:10).
Sin embargo, Él murió por ti para glorificar al Padre. Él fue «obediente hasta la muerte, y muerte de cruz» (Fil 2:8). «Pero quiso el Señor quebrantarlo, sometiéndolo a padecimiento» (Is 53:10). Y porque Jesús se sometió a sí mismo a la voluntad del Padre, el Padre «lo exaltó hasta lo sumo, y le confirió el nombre sobre todo nombre, para que al nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en el cielo, y en la tierra, y debajo de la tierra, y toda lengua confiese que Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre» (Fil 2:9-11, [énfasis del autor]).
Incluso cuando Jesús fue exaltado, al otro lado de su crucifixión, sobre todo otro nombre, Él era exaltado para la gloria de otro: para la gloria del Padre.
Domingo de Resurrección: Jesús fue resucitado para Dios
Jesús fue traicionado para glorificar al Padre; fue crucificado para la gloria de Dios el Padre y cuando resucitó (resucitando nuestra esperanza por perdón, vida y felicidad) lo hizo para la gloria de Dios. Como dice Pablo: «Él fue manifestado en la carne, vindicado en el Espíritu, contemplado por ángeles, proclamado entre las naciones, creído en el mundo, recibido arriba en gloria» (1Ti 3:16, [énfasis del autor]).
Pablo en realidad dice: «Cristo resucitó de entre los muertos por la gloria del Padre» (Ro 6:4, [énfasis del autor]). La resurrección de Cristo estaba tan envuelta en la glorificación del Padre que Pablo puede decir que Cristo fue resucitado a través o para la gloria. En el único más grande acto de intervención divina (más grande que construir montañas o que esculpir valles en la tierra; más grande que poner las estrellas en el cielo o que formar las galaxias; más grande que crear al hombre desde el polvo) el Padre estaba revelando su gloria al resucitar a su Hijo. Él resucitó «el resplandor de su gloria» de la tumba a la majestad (Heb 1:3; ver también 1P 1:21). A la gloria y para la gloria.
Fuiste salvado para Dios
Que la gloria de Dios sea el propósito más grande de la Semana Santa en lo absoluto disminuye la buena noticia para ti en la vida, la traición, la crucifixión y la resurrección de Cristo. Nuestra carne quiere desesperadamente ser la perla de mayor precio en la historia del Evangelio (el tesoro escondido en el campo por el cual Dios vendió todo para tenernos). Cualquier persona no creyente puede creer en un evangelio que nos haga sentir así; que nos haga ver así de gloriosos.
El amor en ese evangelio, sin embargo, palidece en comparación con el amor de Dios en el verdadero Evangelio. En lugar de adularnos a nosotros y a nuestro valor, Dios nos acerca a Él en amor (a pesar de lo que valgamos debido a nuestro pecado) para hacernos una imagen de su valor que brilla por siempre. Él le cuenta al mundo sobre su gloria por medio de ti. Él lo hace por medio de montañas y océanos, estrellas y galaxias, a través del cielo y del infierno y lo hace por medio de ti. Debido a Cristo, Él se glorifica a sí mismo al amarte, no al maldecirte.
Cristo fue traicionado para la gloria de Dios, porque al ser traicionado, Dios pudo adoptar a pecadores como nosotros como hijos e hijas preciados «para alabanza de la gloria de su gracia» (Ef 1:5-6). Cristo fue crucificado para la gloria de Dios, porque al ser crucificado Él pudo llevarnos a Dios (1P 3:18). Cristo fue resucitado para la gloria de Dios, porque al ser resucitado Dios nos dio vida con Él (Ef 2:5) y le muestra al mundo «las sobreabundantes riquezas de su gracia por su bondad para con nosotros» (Ef 2:7, [énfasis del autor]).
La gloria de Dios brilla con más fuerza en la historia de su amor por ti: misericordia inexplicable, gracia soberana, bondad inconmensurable, fidelidad inquebrantable, todo ello obrando para ti con el fin de decir algo impresionante acerca de Él.