Aquellos que genuinamente «hacen el bien» pronto serán tentados a cansarse. Entrégate a hacer el bien a otros (en los términos de Dios, para llevar a cabo su llamado) y es solo cosa de tiempo para que seas tentado a cansarte.
Incluso el apóstol Pablo, con la claridad total de su llamado, testificó «por fuera, conflictos; por dentro, temores» (2Co 7:5). Agotarse espiritual y emocionalmente era una tentación suficiente en su tiempo que llegó a escribir dos veces en sus cartas, no nos cansemos de hacer el bien (Ga 6:9; 2Ts 3:13).
El cansancio puede ser contagioso (Dt 20:8). Sin embargo, cuando lo dominamos, también puede funcionar al revés: para ayudar a otros a perseverar. Dios no solo quiere que permanezcamos «haciendo el bien», sino que ayudemos a otros a «no cansarse» (1Ts 5:14).
Cuando hacer el bien se pone difícil (y es algo que pasará), Pablo no dice simplemente: «no te rindas»; él dice: «no te canses».
Cómo no cansarse
Dios no nos rescata del pecado y de la muerte para luego hacer nada. Él quiere que como su pueblo entreguemos nuestras vidas, el poco tiempo que tenemos, para «hacer el bien». «Así que entonces, hagamos bien a todos según tengamos oportunidad, y especialmente a los de la familia de la fe» (Gá 6:10). Ese tipo de acción simplemente no «rebosa» ni sucede sin esfuerzo. Requiere intencionalidad, práctica y planificación. «Y que los nuestros aprendan a ocuparse en buenas obras, atendiendo a las necesidades apremiantes, para que no estén sin fruto» (Ti 3:14).
«Hacer el bien» no es algo que hagamos solo para tener tiempos convenientes y pacíficos en nuestras vidas, sino que también para los momentos de sufrimiento y conflicto. «Así que los que sufren conforme a la voluntad de Dios, encomienden sus almas al fiel Creador, haciendo el bien» (1P 4:19; ver también 1P 2:15). ¿Somos excusados de «hacer el bien» cuando han sido injustos con nosotros? «Miren que ninguno devuelva a otro mal por mal, sino que procuren siempre lo bueno los unos para con los otros, y para con todos» (1Ts 5:15 [énfasis del autor]). ¿Cómo nos defendemos de la oscuridad? «No seas vencido por el mal, sino vence el mal con el bien» (Ro 12:21 [énfasis del autor]). Jesús mismo aboga, «pero a ustedes los que oyen, les digo: amen a sus enemigos; hagan bien a los que los aborrecen» (Lc 6:27).
La visión puede ser lo suficientemente clara en la Escritura, pero ¿cómo no cansarse de hacer el bien cuando somos desafiados desde adentro y desde afuera?
1. Ponte a prueba humildemente
En primer lugar, cuando somos tentados a cansarnos, preguntémonos con las manos abiertas, ¿estoy «haciendo el bien» según los términos de Dios para el bien de otros y no solo el mío? ¿Estoy sirviendo a otros, o a mí mismo, de acuerdo a mi llamado? Cuando venga la resistencia, interna o externamente, haremos bien en preguntarnos sobre la naturaleza de la oposición:
- ¿Es esta resistencia un don de Dios?
- ¿Las personas que evidentemente me aman están intentando redireccionarme para ayudarme?
- ¿Aquellos que no definen «bien» según los términos de Dios se oponen a mí?
- Al «hacer el bien», ¿estoy buscando mi propia gloria en lugar de buscar la gloria de Dios (Jn 7:18)?
La oposición nos presenta una oportunidad para humillarnos a nosotros mismos y para evaluar nuestras obras. La tentación a cansarse comienza como una oportunidad de revisar nuestros corazones. A medida que nos libramos del asidero de lo que hacemos, podemos probar hasta qué grado es «bueno», y si es que puede ser mejor. ¿Estamos verdaderamente sirviendo las necesidades de otros o solo actualizamos nuestros propios deseos egoístas?
2. Vuelve a Dios expectantemente
Revelar las profundidades de nuestros corazones solo nos traerá hasta aquí. Necesitamos una base sólida fuera de nosotros para perseverar. Cuando sentimos la tentación a cansarnos, tenemos a dónde ir: alguien a quien ir para encontrar claridad, dirección y fortaleza. No somos dejados en desamparo para conseguirlo desde adentro. Conocemos a aquel que no se fatiga ni se cansa.
¿Acaso no lo sabes? ¿Es que no lo has oído?
El Dios eterno, el Señor,
el creador de los confines de la tierra
No se fatiga ni se cansa.
Su entendimiento es inescrutable (Isaías 40:28)
Y no solo tenemos a nuestro divino Padre celestial, sino que también a su Hijo completamente humano de carne y hueso quien Él mismo «anduvo haciendo el bien» (Hch 10:38). Jesús enfrentó una resistencia despiadada. Él sabía lo que era el cansancio (Jn 4:6). Él sintió oposición: desde dentro en Getsemaní y desde afuera en el Gólgota. Lo vemos a Él «que soportó tal hostilidad de los pecadores contra Él mismo, para que no se cansen ni se desanimen en su corazón» (Heb 12:3): no solo para «no darse por vencido», sino que para «no cansarse».
Después de ponernos a prueba humildemente a nosotros mismos, tenemos una vía concreta y poderosa para no cansarnos: poner nuestra atención en Cristo. Pero, ¿cómo específicamente? Cuando enfrentamos cansancio en nuestras buenas obras, ¿cómo «consideramos a Jesús» (Heb 3:1; 12:2) y obtenemos fuerzas de nuestro Dios que «no se fatiga ni se cansa» (Is 40:28)?
3. Apóyate confiadamente en sus promesas
Dios nos ha dado su Palabra para que podamos aprender a apoyarnos en Dios mismo. No solo en general sobre ideas verdaderas, conceptos y lemas cristianos, sino que específicamente en las Palabras exactas de Dios para nosotros, permitiendo que todas las maneras en que Dios nos habla nos ayuden a hacer el bien.
Escucha al Cristo resucitado decirte, por medio de su portavoz designado, «mis amados hermanos, estén firmes, constantes, abundando siempre en la obra del Señor, sabiendo que su trabajo en el Señor no es en vano» (1Co 15:58). O repite las mismas palabras de Jesús en esta parábola:
El reino de Dios es como un hombre que echa semilla en la tierra, y se acuesta de noche y se levanta de día, y la semilla brota y crece; cómo, él no lo sabe. La tierra produce fruto por sí misma; primero la hoja, luego la espiga, y después el grano maduro en la espiga. Y cuando el fruto lo permite, él enseguida mete la hoz, porque ha llegado el tiempo de la siega (Marcos 4:26–29).
Nos humillamos, volvemos a Dios, abrimos su Palabra y confiamos en lo que Él dice (no en lo que vemos). Buscamos reajustar nuestros corazones a su verdad, sin permitir que las apariencias del mundo nos dirijan. Apuntamos a apoyarnos no en nuestro entendimiento, ya sea que nos autojustifiquemos o desconfiemos de nosotros mismos, sino que en las palabras y promesas específicas de Dios para nosotros en la Biblia.
4. Confía pacientemente en sus tiempos
Andar por fe en las promesas de Dios no es un hechizo mágico para forzar su mano. Confiar en sus palabras no dobla su brazo para ajustarse a nuestro tiempo. Al contrario, nos prepara para ajustar nuestro sentido del tiempo al de Él. Ese es el gran terreno sobre el que Pablo entregó su instrucción en Gálatas 6:9: «No nos cansemos de hacer el bien, pues a su tiempo, si no nos cansamos, segaremos» [énfasis del autor].
¿Cuán a menudo nuestro cansancio es resultado de nuestro propio sentido del «debido tiempo» en lugar del de Dios?
Dios tiene un tiempo infalibre. Su promesa de exaltarnos, si nos humillamos bajo su poderosa mano, viene con una de las frases más importantes del Nuevo Testamento: «a su debido tiempo» (1P 5:6). Si estás «haciendo el bien» genuinamente, bajo los términos de Dios (sirviendo a otros y no a ti mismo) y estás desanimado por los resultados o por la oposición, lleva esta promesa a tu corazón: cosecharás a su debido tiempo. Dios te exaltará a su tiempo. Continúa sembrando fielmente. Dios ve; él sabe. En Cristo, tu trabajo no será en vano.
Donde «hacer el bien» ocurre
Ambas destacadas instrucciones a no cansarnos de hacer el bien (Ga 6:9; 2Ts 3:13) son en contextos humildes y fuera de lo público. La gran mayoría de las obras para «hacer el bien» no ocurren a la vista de miles de personas, sino en privado, en lugares inadvertidos desde donde el Reino de Dios avanza y acaba finalmente cambiando al mundo. Hacer el bien no es como el destello y el chisporroteo de los fuegos artificiales, sino como el lento crecimiento orgánico de cultivos. No se da por medio de controles remoto ni aplicaciones que nos hacen sentir en control, sino que a través de la siembra, el riego y la espera que nos fuerza a confiar en Dios.
Cuando Cristo nos da un llamado particular para realizar, Él enfáticamente no nos promete que será fácil. Es más, a menudo es precisamente lo opuesto. Los difíciles obstáculos emergen para confirmar la autenticidad de nuestro llamado. El avance vendrá, no al retirarnos, sino al permanecen bajo las pruebas con fe en las promesas de Dios. Incluso podríamos crecer en esperanza a medida que los obstáculos aumentan, esperando que el avance que necesitamos pueda estar cerca.