“¿Crees que siempre vas a querer escuchar una historia o un tiempo de acurruco antes de dormir?”, le pregunté a mi hijo menor. “No, mamá, probablemente no”, me respondió mirándome y sonriéndome recostado en medio de sus animales de peluche, sus libros y sus mantas favoritas.
Mis hijos están creciendo ante mis ojos. Hace poco me di cuenta de que me queda poco para terminar de educar a mi hijo mayor. La verdad es que ver cuán rápido pasa el tiempo que tengo con mis hijos me hizo pensar.
El tiempo es un vapor
El tiempo es algo extraño. Podemos encontrar formas en que nos tome menos tiempo hacer algo; podemos fabricar herramientas y aparatos que nos ayuden a hacer más cosas en menos tiempo. Sin embargo, no existe nada que podamos hacer para manipular o tener el control del tiempo en sí, pues sigue avanzando a la misma velocidad a la que siempre lo ha hecho: hora a hora, minuto a minuto, segundo a segundo. La autopista del tiempo no tiene áreas de descanso —sólo salidas sin retorno—.
En el Salmo 39:4-5, David nos enseña esto:
Señor, hazme saber mi fin, y cuál es la medida de mis días, para que yo sepa cuán efímero soy. Tú has hecho mis días muy breves, y mi existencia es como nada delante de ti; ciertamente todo hombre, aun en la plenitud de su vigor, es solo un soplo.
Santiago dice algo similar: “Sin embargo, ustedes no saben cómo será su vida mañana. Sólo son un vapor que aparece por un poco de tiempo y luego se desvanece”. Pablo nos advierte en Efesios 5:15-16, “Por tanto, tengan cuidado cómo andan; no como insensatos sino como sabios, aprovechando bien el tiempo, porque los días son malos”.
En cuanto al tiempo que tengo con mis hijos, no quiero arrepentirme de nada en el futuro. No quiero llegar nunca a decir, “si tan sólo hubiese…”. No quiero dar por sentado el tiempo que tengo con ellos ni suponer que es inagotable. John Piper escribe, “el tiempo es valioso y nosotros somos frágiles. La vida es corta; la eternidad, larga. Cada minuto cuenta. Oh, debemos ser fieles administradores de la vida que Dios nos ha dado” (La vida es como una neblina).
El tiempo en realidad es como el dinero: es algo que Dios nos entrega para que lo administremos. Podemos invertirlo en cosas que producen dividendos eternos o en cosas que nos llevarán a la quiebra. La pregunta aquí es, ¿de qué forma estamos invirtiendo el poco tiempo que tenemos con nuestros hijos? ¿Está lleno de un sinfín de actividades para pasar el tiempo rápido? ¿Lo usamos en entretenciones que cansan a nuestros hijos para que podamos hacer otras cosas? Cuando nuestro trabajo como padres termine, ¿miraremos atrás deseando haber usado nuestro tiempo de forma diferente?
Invirtamos en la eternidad
Como padres, tenemos la responsabilidad de enseñarles a nuestros hijos todo lo que Dios ha hecho por ellos. Es más, debemos enseñarles estas verdades en todo tiempo y lugar (Deuteronomio 6:1-2). Debido a que el tiempo con nuestros hijos es limitado, saquemos el máximo provecho de él. Enseñémosles diligentemente, mostrándoles la gloria de la gracia de Dios en Jesucristo —cuando estemos en la casa, cuando caminemos, cuando estemos acostados y cuando nos levantemos—.
A continuación, les entrego algunas ideas de cómo pasar el tiempo con nuestros hijos:
1. Evalúen las actividades y ocupaciones de sus familias.
Si hicieras un gráfico de cómo usas tu tiempo, ¿cuánto de él inviertes en las almas eternas de tus hijos? ¿El tiempo que pasas haciendo actividades sin sentido sobrepasa el tiempo que pasamos llevándolos a Jesús? ¿Pasas más tiempo mirándolos desde lejos que a su lado hablándoles del evangelio? ¿Hay otros adultos que tengan más impacto en sus corazones que tú?
2. Sean metódicos e intencionales al enseñarles la Biblia.
Ten tiempos de devocional planificados y constantes con tus hijos. Estudia la Palabra de Dios con ellos; ora con ellos; memoricen versículos juntos. Preocúpate de cómo está su espiritualidad. Creo que la mayoría de nosotros nos sorprenderíamos de la profundidad con que nuestros hijos pueden hablar de sus corazones.
3. Usen los asuntos cotidianos para enseñarles.
A menudo, podemos distraernos con los detalles de la vida y perdernos numerosas oportunidades de enseñarles a nuestros hijos el evangelio. Peleas de hermanos, quejas sobre la escuela, problemas con amigos, descontento cuando van a la juguetería; todos estos ejemplos pueden ser instancias en las que puedes enseñarles la verdad del evangelio a tus hijos. Ten disposición a dejar de lado otras tareas para invertir en los corazones de ellos.
El tiempo es un vapor: pestañeas una vez y ya se desvaneció. Todos tenemos la responsabilidad de administrar e invertir el tiempo que Dios nos da en cosas que producen dividendos perdurables y eternos. Usemos el preciado y limitado tiempo que tenemos con nuestros hijos invirtiendo en sus corazones. La vida es corta. Por la gracia de Dios, no la desperdicies.
(Nota: La cita de John Piper ha sido traducida a partir del artículo en inglés y podría diferir en la traducción oficial de su libro)
Christina Fox © 2015 Desiring God Foundation. Usado con permiso.
| Traducción: María José Ojeda

