Si hubieses visitado la iglesia en la que crecí, una de las primeras cosas que habrías notado hubiese sido al adolescente durmiendo en la primera fila de asientos, aburrido y sin vida durante todo el servicio (un servicio en el que su papá predicaba). Ese adolescente era yo.
Crecí en un fuerte hogar cristiano, pero en mi adolescencia le di la espalda a Dios y quería que mis padres me dejaran solo. Por muchos años, mis padres pensaron que me habían perdido para siempre. Sin embargo, finalmente, Dios atravesó mi necio corazón. Él usó la respuesta de mi rebelión a mis padres para rescatarme de mi pecado y «la gracia de nuestro Señor fue más que abundante» (1Ti 1:14).
Hay más gracia en Cristo de lo que hay pecado en los más grandes pródigos. Por lo tanto, los padres nunca deben perder la esperanza. Yo soy prueba de que no existe adolescente que esté fuera del alcance de la salvación de Dios.
La vida en la camioneta
Mi papá y mi mamá habían esperado, como todos lo padres, que nuestra familia fuera muy unida en mis años de adolescente. Pronto se dieron cuenta de que eso no iba a suceder. Ante sus ojos, el niño que una vez fue muy sensible a las cosas de Dios (el niño que mostró interés en la Biblia y bailaba con su madre en la iglesia) caía en rebelión.
Durante ese tiempo, definía a Dios en mis propios términos. Pensaba en Dios de una manera en la que Él se transformó en un ser irrelevante: un dios que me dejó solo y no tenía opiniones fuertes sobre los detalles de mi vida. Le dije a mis padres que quería tener remordimientos. Hice mi ambición arruinar los tiempos juntos como familia. En las conversaciones con mis padres, mi objetivo era molestar a mi papá y hacer llorar a mi mamá.
Me aparté de mis padres, distanciandome emocional y físicamente. Donde fuera mi familia, ya sea de vacaciones familiares, reuniones familiares o de visita a amigos, me quedaba en la camioneta solo. Nunca la dejaron andando, pero me quedaba ahí durante días.
Un verano, mis padres ahorraron y llevaron a la familia de vacaciones para ir a algunos parques nacionales. En un lugar al que fuimos había una vista impresionante en Janny Lake en Wyoming. Es un esplendoroso y claro lago azul con las montañas Grand Teton elevándose en el fondo y reflejándose completamente en el color del lago. Verdaderamente maravilloso.
O así me contaron. Solo he visto la postal porque, en mi terquedad y necedad, yo estaba en la camioneta.
El encuentro con el corazón de Dios
Mi deseo en la vida era que me dejaran solo. Afortunadamente, nadie lo hizo. Mis padres y la gracia incesante de Dios no me dejaron solo. Incluso cuando estaba en la condición más miserable, nunca pude poner en duda el amor de mis padres.
Mis padres buscaron consejo en otras personas de la iglesia respecto a cómo relacionarse conmigo. Oraron por mí frecuentemente, porque sabían que aunque no había nada que ellos pudieran hacer para cambiar mi corazón, Dios es poderoso para salvar. En lugar de dejarme solo, ellos se acercaron a mí. Establecieron momentos regulares para juntarse conmigo y hacerme preguntas para sacarme de mí mismo. Ellos intentaban disfrutar mi compañía, aun cuando yo estaba decidido a hacerlo difícil. Enfrentaron mi pecado y mi ensimismamiento con misericordia y bondad. A menudo, me comunicaban su amor por mí. No se dieron por vencidos creyendo en el poder de la gracia.
A medida que pasaban las semanas, los meses y los años, nada parecía hacer una diferencia. No había fruto y a mis padres les parecía que no existía nada que fuera remotamente útil. No obstante, cuando miro en el tiempo hacia atrás, veo a mis padres confiando en Dios, sembrando fielmente y amándome cuando estaba en mi peor momento, veo cómo llegué a comprender verdaderamente el amor de Dios por mí a través del amor que me mostraron.
Un cambio activado
No hubo nada nuevo o diferente que mis padres hayan hecho que Dios haya usado para rescatarme. En agosto de 1997, estábamos de vacaciones en Florida, y mis padres sabían que andaríamos mucho en automóvil como familia. Así que prepararon algunas preguntas de discusión basadas en un material que leíamos. Después supe que prepararon para ese viaje 76 preguntas escritas a mano para seleccionar cada vez que hubiera una oportunidad.
Milagrosamente, Dios usó una conversación común y corriente en esas vacaciones para abrir mis ojos y ver mi pecado, la necesidad de arrepentirme y la urgencia de confiar en Cristo.
Más tarde, mi papá comentó: «de pronto, está este viaje y está este cambio». Él dijo: «pareciera que se hubiera activado un cambio». Bueno, eso fue exactamente lo que había pasado. Se había activado un cambio en mi corazón. En el momento, no podía haber expresado lo que había sucedido. No había lágrimas, no había confesión de pecado, no oré con mis padres. Sin embargo, algo había pasado en mi corazón.
No te rindas
Dios me convenció de pecado, hizo a Cristo maravillosamente real para mí y me dio un deseo de vivir para Él. El Dios que dijo: «De las tinieblas resplandecerá la luz», brilló en mi corazón y me dio la «iluminación del conocimiento de la gloria de Dios en el rostro de Cristo» (2Co 4:6). Y mi vida nunca sería igual.
La historia de mi vida es una que amo contar porque celebra el triunfo de la gracia de Dios. Padres, no se den por vencidos. Sigan orando y amando al pródigo en sus vidas. Recuerden que nuestro Señor ama a tus hijos aun más de lo que ustedes los aman. «Lo imposible para los hombres es posible para Dios» (Lc 18:27). Cristo «ha venido a buscar y a salvar lo que se había perdido» (Lc 19:10) y Él continúa trayendo pródigos a casa. Porque Cristo reina con poder y amor, podemos estar confiados de que no existen casos perdidos.