Terminé el 2020 con COVID de larga duración, con una infección de estafilococo en mi rostro —así es señoras y señores— y con una conmoción cerebral —me cayó una ventana en la cabeza. Y esa no es una metáfora, es lo clásico del 2020—.
Todo eso significó que comencé el 2021 con fatiga extrema, dolor de cabeza constante, fiebres intermitentes y una actitud que sería benevolente calificar como «irritable».
Comencé el año viviendo en un estudio detrás de la casa de mi hermana. Parecía ser la manera perfecta de estar bien cuidada: me cocinaban, lavaban mi ropa y me daban mi espacio. La única complicación imprevista es que soy un tanto obsesiva con respecto a mis sobrinas (de 4 y 1 año). Es muy difícil priorizar quedarse en cama cuando una pequeña y hermosa pelirroja te pregunta si vas a ir a jugar a las tacitas con ella, y otra pequeña y hermosa pelirroja grita de alegría cuando aceptas la invitación.
Ahora avancemos rápidamente una o dos semanas desde ese momento, estaba conversando con unos amigos (guardando distancia) sobre las lecciones que hemos aprendido en estos tiempos de COVID. «¿Qué es lo que más extrañarás de este periodo?» era la pregunta que estábamos respondiendo. Una amiga expresó lo mucho que había gozado del tiempo y del espacio a solas y cuánto más saludable esto la había hecho sentir. Dijo que lo extrañaría cuando todo volviera a la «normalidad» (Dios quiera que esto suceda en el futuro). Le pregunté por qué no le sería posible mantener su tiempo y espacio a solas, por qué no podía aprender de este periodo en el que prefería quedarse en casa en lugar de ir a una fiesta. Entonces, me explicó que le encantaba estar con otras personas y que le sería difícil imaginar poder escoger tiempo y espacio en casa cuando hubiera gente con quien interactuar.
Después de haber estado en el té de mis sobrinas, lo que mi amiga decía tenía mucho más sentido de lo que normalmente lo hubiera tenido para esta introvertida persona. Quizás, a veces, hay algo que amamos más que aquello que nos ayuda a estar saludables. Eso me hizo pensar esta mañana en la negación a uno mismo. Me hizo pensar en cómo lo hemos convertido en un enemigo del autocuidado cuando tal vez sea la clave para este.
Tal vez la negación a uno mismo sea el autocuidado. Quizás se trata de priorizar lo que es más benigno para nuestra alma encarnada en lugar de lo que más deseamos en el momento.
Qué daño hemos causado al convertir estas cosas en enemigos, al desestimar el autocuidado por considerarlo como autocomplacencia. ¿Acaso Dios no quiere que nos cuidemos a nosotros mismos? Por el contrario, Él nos pide que nos cuidemos a nosotros más de lo que lo hacemos. ¿Acaso no es Él quien ordena el autocuidado? Nos encomienda guardar el sabbat porque nuestras almas encarnadas lo necesitan. Por un día a la semana, negar nuestro impulso de lograr algo para que podamos descansar. ¿Acaso no están la negación y el autocuidado trabajando codo a codo? Honestamente, parece que nuestro viejo enemigo ha estado trabajando para convencernos —como siempre lo ha intentado— de que los mandamientos de Dios se tratan más de negar en lugar de dar. Él hace esto diciéndonos que Dios quiere que nos neguemos a nosotros mismos sin decirnos la segunda mitad de esa verdad: para que Él pueda cuidarnos.
Y qué victoria ha tenido nuestro enemigo: miles de nosotros corriendo de aquí para allá pensando que la negación a uno mismo se trata de sacrificar lo que necesitamos para estar sanos y, como resultado, no estamos saludables.
Y nuestro enemigo consiguió un «dos por el precio de uno». No solo no estamos saludables porque no practicamos el autocuidado, sino que además fracasamos en negarnos a nosotros mismos. Nos damos una palmada en la espalda por lo que llamamos «negación a uno mismo» cuando en realidad solo es autocomplacencia.
Escuchamos a la gente hablar de pasar tiempo a solas, de espacio o de conexión y nos decimos que no tenemos tiempo para esas cosas. Fracasamos en izar esa bandera roja que señala que no es saludable y damos un paso más allá al llamarlo «piedad». Nos decimos que no tenemos tiempo para el autocuidado porque estamos muy ocupados negándonos a nosotros mismos.
Sin embargo, ¿no es más bien la dolorosa verdad de que nos negamos a negarnos a nosotros mismos? Nos rehusamos a negar nuestras ansias de ser respetados, apreciados y amados incluso cuando nos cuesten nuestra salud. Tenemos esta ansia de controlar a nuestros hijos, de mantener nuestra casa limpia, de ser respetados en el trabajo, de terminar nuestra lista de cosas por hacer y nos rehusamos a negar esas ansias. Por el contrario, cuando estamos agotados, exhaustos y somos esclavos de quienes nos rodean, lo llamamos «morir a nosotros mismos». Culpamos a Dios. Nos sentimos mártires; héroes piadosos por permitir que nuestro espíritu creativo, nuestros cuerpos físicos o nuestra salud emocional y relacional se resientan.
La realidad es que el verdadero autocuidado es difícil. ¿Has tratado de guardar el sabbat? ¿Has tratado de priorizar lo que te da salud espiritual, emocional y relacional por encima de tus deseos? Implica muerte. Implica dar muerte al yo que está cautivo a obtener gratificación instantánea; dar muerte al yo que es esclavo a ser visto de una determinada manera; dar muerte a esa parte egoísta que quiere ser la mamá perfecta; dar muerte a esa parte que cree que puede salvar a otros; dar muerte a esa parte que teme ser egoísta; dar muerte al yo que encuentra su valor al mantener contentos a los demás. Oh, cuánta negación a uno mismo hay en decepcionar a otros al decir «no». Al aceptar los límites de estas almas encarnadas, al aceptar los límites de lo que podemos controlar y al enfrentar todo el dolor que conlleva.
Muerte. Que conduce a la vida.
Vida. Que involucra muerte.
¿Qué necesitas para estar sano? (¿Emocional, física, espiritual y relacionalmente?).
¿Y qué parte de ti necesitarás negar para avanzar hacia la salud?