He experimentado depresión y ansiedad posparto. Una cosa es escribirlo en una oración y otra completamente diferente es darle la bienvenida a alguien a la experiencia real durante la crudeza: no querer cuidar a tu bebé, los detonantes de pérdida y soledad, los pensamientos irracionales que han provocado que tu corazón se acelere. Compartir lo específico en lo denso de la situación es difícil porque es complicado. Cada vez que le contaba un detalle a una amiga, temía perder su buena opinión sobre mí. Tenía miedo de ser «demasiado» y de que la relación cambiara. Solo quería ser «divertida» y normal.
La experiencia de la ansiedad posparto comenzó en mí a las 37 semanas de gestación con cada uno de mis hijos. A menudo, sin previo aviso ni un detonante identificable, mi mente comenzaba a acelerarse en pánico, segura de que mi bebé ya no estaba a salvo en mi vientre. Ya sea que mi intuición fuera correcta o no (ambos nacieron a las 38 semanas después de no haber pasado el perfil biofísico fetal), la ansiedad era debilitante. Después de dar a luz a mis dos hijos[1], estaba en una especie de estado maníaco mientras estuve en el hospital, incapaz de dormir por temor a que el bebé dejara de respirar. Mi cuerpo reaccionaba con fuerza a sus llantos, sus gruñidos y sus balbuceos. Una vez que trajimos a casa a nuestro primer hijo, me preocupaba que después de llevarlo de nuestra habitación a su cuarto, alguien entrara por su ventana y se lo llevara. Comencé a sentir paranoia respecto a que mis amigas me abandonaran y me desertaran. A veces, mi miedo y mis preocupaciones eran específicos. Sin embargo, a menudo, simplemente sufría por sentirme insegura, relacional o físicamente, y sentía una sensación general de inestabilidad. Esto se manifestó físicamente en repentinas alzas de presión o náuseas; en la incapacidad de completar una tarea o de decidir con qué tarea comenzar, y en una increíble limitada atención para comprender o en una limitada capacidad para concentrarme.
Mi experiencia con la depresión posparto ha llegado en dos olas distintas. Una cuando mi segundo hijo tenía cuatro meses, después de su primera gran regresión del sueño y otra cuando lo desteté. Cuando mis hijos despertaban, me paralizaba. Cuando despertaban de las siestas de la tarde, mis ojos se llenaban de lágrimas. Sentía que mi cuerpo era tan pesado para estar de pie y sus cuerpos demasiado pesados para cargarlos.
La lactancia exacerbó esta experiencia. Cada vez que eliminaba una toma a medida que mis chicos comenzaban a ser más dependientes de la comida sólida, me daba bruxismo y luchaba con pensamientos ansiosos por un par de semanas. Hace dos semanas, desteté completamente a mi hijo de 14 meses y tuve un par de días terribles de paranoia e insomnio. Mi cuerpo estaba acostumbrado al flujo estable de la oxitocina. Sin embargo, de pronto, me sentí como yo misma nuevamente. Fue como si la niebla se hubiera disipado. Puedo enfocarme. Puedo completar tareas. De repente ya no se sintió tan abrumador revisar el correo o doblar un montón de ropa. La facilidad y la energía que sentí desde este repentino cambio me hicieron reconocer cuán verdaderamente difíciles habían sido los cambios hormonales del último par de años de embarazo, aborto espontáneo y lactancia.
En medio y entre todas estas experiencias hubo momentos de deleite y gozo puros donde solo «no podía más» respecto a nuestra vida y familia. Amo a mis hijos. Creo que son los dos niños más hermosos que he visto en mi vida. Me encanta reírme y jugar con ellos. Pero los momentos bajos fueron bajos.
La experiencia después de mi segundo hijo fue más fácil porque anticipé la lucha. Sabía qué esperar. Sabía que necesitaba al cuerpo de Cristo y establecí salvavidas para prevenir hundirme en cualquier tipo de oscuro abismo emocional. Tenía flores en la casa, salía mucho hacia el exterior y le pedí a un par de amigas que me preguntaran constante y seriamente cómo estaba. Hablaba con mi mamá diariamente y le pedía que pusiera atención y me dijera si sentía que me estaba decayendo.
Hubo un sentimiento dominante de vergüenza mientras miraba a otras mamás a mi alrededor que parecían hacer todo con gran facilidad. A menudo, me preguntaba qué estaba mal conmigo. Sin embargo, la Biblia me dijo claramente que, lo que está mal conmigo, es lo mismo que está «mal» con todos nosotros: nuestros cuerpos están rotos.
Esta lucha ha sido dolorosa y agotadora, pero he conocido la intimidad con el Señor en este lugar. He experimentado el consuelo que Él ofrece por el poder de su Espíritu a través de la oración y la verdad de su Palabra aquí. He aprendido a aferrarme a Él de una manera que nunca sentí que necesitaba antes. Y al experimentar su presencia y consuelo en este tipo de sufrimiento, he sido mejor equipada para acompañar y consolar a otras.
Si estás en una situación similar, ¿puedo animarte con la realidad de que solo eres humana? Tu cuerpo y tu mente están afectados por la caída. Los desequilibrios químicos y hormonales son una parte de esta experiencia rota de ser un ser humano que vive bajo los límites y tristes efectos de un mundo caído. Tu Padre en el cielo conoce tu cuerpo, sabe que eres polvo y tiene tanta compasión por ti. También envió a Jesús a vivir la vida perfecta que tú no pudiste, murió la muerte que tú merecías y resucitó para tu justificación, a fin de que puedas ser libre del sentimiento de que debes tener todo bajo control.
No tienes nada que probar.
Cristo es tu justicia; no tu demostración de fortaleza emocional, instinto maternal o capacidad física de hacer todas las cosas. Por tanto, puedes responder honestamente la encuesta que te da el pediatra en la semana de control que dice si sientes que las cosas «realmente te sobrepasan». Puedes decirle a tu obstetra en el control de las 6 semanas que a veces sientes que no puedes levantarte de la cama o que ocasionalmente los llantos del bebé te hacen sentir furiosa. Puedes contarles a las mujeres mayores de tu iglesia que estás luchando y que necesitas ayuda, incluso si no sabes cómo se ve eso. Puedes llamar y pedir una hora. Puedes pedirles a tus amigas que estén contigo cuando el sol comience a ponerse y tus pensamientos comiencen a ser irracionales o que cuiden a tus hijos para que puedas tomar una siesta que podría marcar toda la diferencia para tu cuerpo y mente torturados y privados de sueño.
Quizás los mandamientos sobre no temer ni desanimarse han provocado que sientas como si lo correcto fuera extinguir tu temor y depresión con una manguera de verdades bíblicas. No obstante, esos mandamientos son dados por un Dios relacional, que nos ha dado un himnario en su Palabra lleno de lamentos y canciones para cantar cuando tenemos miedo. Él te invita a acercarte a Él y a encontrar descanso para tu mente ansiosa y tu corazón turbado.
Tenemos que ser capaces de ser honestas sobre dónde estamos para recibir la provisión de Dios para nuestra increíble necesidad humana. Él está listo para ayudar a mujeres con ansiedad y depresión posparto a través de su Espíritu, su Palabra, consejería y medios médicos prácticos, y su cuerpo local de creyentes. Por favor, amiga mía, no permitas que tu vergüenza por cómo estás «lidiando» con las semanas y meses después del parto eviten que pidas ayuda para tu tan desesperada necesidad (y la de tus hijos), la ayuda que Dios puede y está tan dispuesto a entregar. Hago una pausa a fin de orar por aquellas de ustedes que están leyendo e identificándose con estas palabras para que conozcan la libertad y la paz del Evangelio que viene de ser honesta sobre su necesidad y de tenerla cubierta. Oro para que conozcan la suficiencia de su gracia para ustedes y sean movidas a la alabanza a medida que su poder se perfecciona en su debilidad.
Este recurso fue publicado originalmente en Gentle Leading.
[1] N. del E.: Este artículo fue publicado originalmente en agosto de 2019. Actualmente, Abbey tiene tres hijos.