Mis reflexiones sobre las tendencias de pecado de las mujeres continúa…
El pecado de la codicia
De todas las cosas que veo en los malvados rincones de mi corazón, la raíz de la codicia a menudo parece ser la más profunda. Esta es la parte de una mujer que siente una profunda inseguridad y la oculta en vano con chisme o comparación o la consiente con autocompasión y amargura.
Es la parte de una mujer que no puede encontrar contentamiento hasta que cambie algo en sus circunstancias. Les cuesta celebrar con aquellos que están viviendo una alegría que ellas no tienen y no pueden disfrutar lo que tienen porque están demasiado ocupadas mirando las bendiciones que otros reciben.
En el libro Undefiled [No corrompido], el escritor habla sobre la inseguridad como una de las cosas más dañinas para la intimidad entre un esposo y una esposa. Su teoría, como un consejero que ha visto el interior de un millón de matrimonios, es que existen dos cosas que pueden destruir la intimidad marital: una es la pornografía (que distorsiona e incapacita la capacidad del espectador de saborear las cosas buenas que Dios le ha dado); la otra (y una que hemos hecho mucho más aceptable que la primera), es el pecado de la inseguridad y de la comparación.
El escritor básicamente propone que cada vez que una mujer compara su cuerpo con el de otra mujer, ella alimenta el monstruo de la inseguridad (de la misma manera que ver porno alimenta el monstruo de la lujuria). Ese monstruo de la inseguridad le roba su capacidad de creer que su cuerpo es el cuerpo perfecto diseñado para su esposo, y eso sucesivamente, le roba al matrimonio una intimidad saludable.
¡Plaf! Imagina si batalláramos contra la inseguridad de la misma manera que esperamos que otros luchen contra la pornografía.
Todas nuestras debilidades son distorsiones; son cosas buenas que fracasan horriblemente.
Existe algo hermoso en el diseño de la mujer que Dios es capaz de redimir completamente. Por medio de Cristo, podemos tener un corazón que acepta completamente el mandamiento de la Escritura a estar contentas en todo porque Dios ha dicho «no te dejaré ni te desampararé». Al menos esto es lo que me dice la señora Elliot: yo aún no lo he logrado.
Este es el asunto: Dios ha asegurado nuestra justicia y aceptación en Cristo. Tenemos un defensor garantizado. Tenemos la aprobación de Dios. El único ser que necesitamos nos promete que nunca nos dejará. Es un ancla para el alma. Debe liberarnos para confiar que todas las circunstancias del día obran para nuestro bien y para su gloria.
Si creemos esto, nos quita la necesidad de rebajar o menospreciar a otras mujeres con el fin de elevarnos a nosotras. Ya no tendremos que permanecer más en aquello que no obtuvimos o intentar asegurar atención o aprobación por nosotras mismas.
Nuestra inseguridad resulta en miedo, vanidad, orgullo, arrogancia, celos, mezquindad y rencor.
El contentamiento nos llevará a ser mujeres que son espirituales, confiables, alentadoras, hospitalarias y llenas de gracia.
Quiero esto con desesperación. Veo cuán dañina es mi inseguridad y mi comparación. Quiero el corazón manso y tranquilo que es capaz de confiar en todo liderazgo porque esta verdad es tan segura: si Dios está por mí, ¿quién estará contra mí? Si Dios está por mí, no necesito entrar en pánico por lo que me estoy perdiendo o por la manera en que soy rechazada.
Seré libre para confiar. Seré libre para considerar a otros como personas más importantes que yo. Seré capaz de celebrar con otras mujeres, animarlas sin verme amenazada o dejarme llevar por el pánico por cuán lindas, inteligentes, talentosas, gentiles y sumisas son.
No tendré que hacer un inventario de cada esposa que conozco para medirme con ellas con el fin de descubrir qué es lo que yo estoy haciendo mal.
Suspiro.
¿Cómo sabes si esto es algo con lo que estás luchando? Bueno, aún no he conocido a una mujer que no luche con esto. No obstante, buenas noticias chicas: no somos más esclavas al miedo; somos hijas de Dios.
Por tanto, busca a Dios. Cree que él puede satisfacer tus necesidades. Cree que su aprobación es la aprobación que necesitas. Rodéate de personas con las que puedas ser honesta sobre esta lucha y que te animarán, no al decirte cuán genial eres, sino que al decirte cuán grande DIOS es.
Anhelo a Jesús; anhelo estar viva como hija: libre de este miedo. Oro por eso. Creo que Dios responderá esas oraciones, porque simplemente él es ese tipo de Dios: lleno de gracia y misericordioso.