El miércoles pasó silenciosamente. Demasiado silenciosamente.
Los tres días previos habían estado inundados de drama con la entrada triunfal el domingo, la limpieza del templo el lunes y las controversias sobre el templo el martes y, ahora, el miércoles 1 de abril 33 d. C., llega como la calma antes de la tormenta.
Sin embargo, fuera de vista y acechando en las sombras, el mal se dispone a atacar. Por mucho tiempo, la iglesia ha llamado Miércoles del espía[1] al día en que la perversa conspiración en contra de Jesús avanzaba rápidamente, no solo por parte de sus adversarios fuera de su círculo, sino también por un traidor dentro de él. Es el día cuando las piezas clave se unen en el complot del pecado más grande de toda la historia: el asesinato del Hijo de Dios.
El complot se complica
Jesús despierta en las afueras de Jerusalén, en Betania, donde se ha estado quedando con María, Marta y Lázaro. Nuevamente, su enseñanza había atraído una multitud al templo. Pero hoy los líderes judíos, silenciados por Jesús el día anterior, lo dejarán en paz. Hoy día evitarán toda confrontación pública, pero, en privado, confabularán en su contra.
Caifás, el sumo sacerdote, reúne en su residencia privada a los principales sacerdotes y a los fariseos, dos grupos competitivos, normalmente en desacuerdo, pero ahora aliados en sus ansias por deshacerse del galileo. Traman matarlo, pero aún no tienen todas las piezas en su lugar. Temen la desaprobación de las masas y no quieren agitar la multitud reunida en Jerusalén para celebrar la Pascua judía. El plan inicial es esperar hasta después de las fiestas, a menos que surja alguna oportunidad imprevista.
En ese momento, aparece el traidor.
El avaro y su dinero
Los relatos del Evangelio le dan igual importancia a otro acontecimiento que se precipita al mismo tiempo: la unción en Betania.
Una mujer se acercó a Jesús. Descubrimos en Juan 12:3 que era María, la hermana de Marta, quien tomando un «perfume de nardo puro» unge a Jesús. Pero surge una objeción por parte de los discípulos. Juan 12:4 nos indica que se trata de Judas: «¿Por qué no se vendió este perfume por 300 denarios y se dio a los pobres?». Después de todo, esta es una suma considerable, mayor que el salario anual de un soldado o un obrero común. Sería dinero suficiente para financiar una familia por más de un año, y ayudaría mucho para obras de caridad.
Sin embargo, Jesús no comparte la avaricia de Judas. En ese momento, considera que la extravagancia es apropiada. El Reino que Él trae se opone a la mera economía utilitaria. Jesús ve en el «despilfarro» de María un deseo de adorarlo que va más allá del uso racional, calculador y eficiente del tiempo y del dinero. Para María, Jesús vale cada siclo y más. El Ungido mismo se refiere a su acción como: «una obra hermosa» (Mt 26:10, NVI).
Judas, por otro lado, no está tan convencido. Contrario a las apariencias, la protesta del avaro revela un corazón codicioso. La inquietud de Judas no viene porque «se preocupara por los pobres, sino porque era un ladrón, y como tenía la bolsa del dinero, sustraía de lo que se echaba en ella» (Jn 12:6). Por mucho tiempo, el traidor había estado caminando por una senda de pecado y de dureza de corazón, pero la gota que rebalsó el vaso es esta unción extravagante.
Satanás encuentra asidero en este corazón enamorado del dinero y en la maldad que le acompaña. Encolerizado por este «despilfarro» de salarios de un año, Judas va a ver a los principales sacerdotes, lo que se transforma en la oportunidad que los conspiradores han estado esperando. El espía los conducirá a Jesús en el momento oportuno cuando las multitudes se dispersen. Y el codicioso avaro lo hará por tan solo treinta monedas de plata, el precio por la vida de un esclavo según se establece en Éxodo 21:32.
¿Por qué añadir el insulto de una traición?
¿Por qué Dios haría que Jesús fuera humillado de esta forma? Si Él realmente «fue entregado por el plan predeterminado y el previo conocimiento de Dios» (Hch 2:23) y si sus adversarios están haciendo justo lo que la mano y el propósito de Dios «habían predestinado que sucediera» (Hch 4:28), ¿por qué diseñarlo así, con uno de sus propios discípulos traicionándolo? ¿Por qué añadir el insulto de la traición al agravio de la cruz?
Encontramos una pista cuando Jesús cita el Salmo 41:9 para predecir la deserción de Judas: «El que come mi pan ha levantado contra mí su talón» (Jn 13:18). El rey David había experimentado no solo el dolor de que un amigo lo traicionara, sino también el que sus adversarios conspiraran contra él. Ahora el Hijo de David avanzaba por el mismo camino en su agonía. En este momento es Judas quien se vuelve en su contra. Pronto Pedro lo negará y, luego, los diez discípulos restantes lo abandonarán.
Desde el comienzo de su ministerio público, los discípulos siempre habían estado a su lado. Habían aprendido de Él, habían viajado con Él, habían ministrado con Él, habían sido sus compañeros terrenales y lo habían reconfortado a medida que caminaban hacia Jerusalén; un camino que, de lo contrario, hubiera sido muy solitario.
Pero ahora, dado que su hora está por llegar, Jesús debe soportar esta carga solo. La obra definitiva no será un esfuerzo de equipo. El Ungido debe proseguir sin ninguna compañía, puesto que incluso sus amigos lo traicionarán, lo negarán y lo abandonarán. Como observa Donald Macleod: «Si la redención del mundo hubiera dependido de la diligencia de los discípulos (o incluso de que se mantuvieran despiertos), nunca se hubiera alcanzado» (La persona de Cristo).
«Habiendo ofrecido oraciones y súplicas con gran clamor y lágrimas» (Heb 5:7) en el jardín, el dolor de David se agrega al casi colapso emocional de Jesús: «Aun mi íntimo amigo en quien yo confiaba, el que de mi pan comía, contra mí ha levantado su talón» (Sal 41:9). Jesús es abandonado por sus amigos terrenales más cercanos; uno de ellos incluso se vuelve un espía en su contra. Pero ni siquiera ese es el final de su angustia. El instante más profundo nos llega en el grito de abandono: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?» (Mt 27:46).
No obstante, aún más extraordinaria que la intensidad del abandono, es la magnitud del amor que está por demostrar. Nadie tiene un amor mayor que este: que Él dio su vida por sus amigos aun cuando ellos lo habían abandonado.
David Mathis © 2014 Desiring God. Publicado originalmente en esta dirección. Usado con permiso. Traducción: Marcela Basualto
[1] N. del T.: Este es el nombre que la iglesia anglo le ha dado a este día. En Latinoamérica, la Iglesia Católica Romana también se ha referido a este día de ese modo.