Nota del editor: esta es la respuesta a una de las diferentes preguntas que los oyentes del podcast Ask Pastor John le hacen al pastor John Piper.
Es desgarrador leer correos electrónicos de esposas desanimadas, como el de esta oyente llamada Stephanie. «Hola, pastor John. En relación al episodio “Cómo priorizar el matrimonio por sobre el trabajo y los niños” y un episodio más antiguo que trataba sobre los esposos que lideran a sus mujeres: ¡oh, cuánto anhelo ser liderada por mi marido de la manera en que lo describes! Pero no es así en mi caso.
He esperado y orado por esto y se lo he pedido a mi esposo por muchos años. Quiero que oremos juntos con regularidad, tener citas de esposo y esposa, metas espirituales y muchas otras cosas importantes que involucra administrar una familia. Sin embargo, siento como si estuviera tirando de un barco cuesta arriba por una montaña. Él quiere tener una vida fácil y disfrutar de la televisión y los deportes; yo anhelo cosas más profundas. Me doy cuenta de que no es mi trabajo ni está en mi control cambiarlo. He estado casada por catorce años. ¿Qué me dirías a mí, pastor John, una esposa en espera?
El rol de Dios
Es muy significativo cuando Stephanie dice: «me doy cuenta de que no es mi trabajo ni está en mi control cambiarlo». Ahora, en principio, estoy de acuerdo con eso, pero no completamente. Déjame hacer una salvedad y luego volveré a esto para ver el punto en el que concuerdo con ella.
Concuerdo con ella en que finalmente solo Dios puede tratar con su esposo y despertar esos tipos de anhelos y pasiones que ella está impaciente por ver en él. Creo que tiene la razón al decir que sus esfuerzos para cambiar a su marido son contraproducentes porque él podría muy fácilmente interpretarlos como si ella estuviese convirtiéndolo en un proyecto o que lo está tratando como un niño u oprimiéndolo con una continua desaprobación, nada de lo cual produce lo que anhela.
Los medios de Dios
Sin embargo, no es del todo correcto decir: «no es mi trabajo cambiarlo». La razón por la que digo esto es por lo que dice 1 Pedro 3:1-2: «Asimismo ustedes, mujeres, estén sujetas a sus maridos, de modo que si algunos de ellos son desobedientes a la palabra, puedan ser ganados sin palabra alguna por la conducta de sus mujeres al observar ellos su conducta casta y respetuosa».
Pedro les está diciendo a estas mujeres que hagan de su esperanza, propósito y oración el transformar a sus esposos para que sean hombres creyentes. Eso es lo que quiere. «Háganlo para que ellos crean. Vivan de esta manera para que ellos puedan creer».
Por supuesto, eso no significa que convertir al esposo recaiga final o decisivamente en el poder de la esposa. Pedro está hablando de lo que es secundario y posible, de las causas que realmente importan. Dios puede usar el comportamiento humilde, piadoso, amoroso y de apoyo de su esposa para cambiar la disposición de un esposo a escuchar el Evangelio y ser salvo.
Ahora, creo que el mismo principio se aplica tanto para la santificación de un esposo así como también para su salvación inicial. «Por si acaso Dios les da el arrepentimiento» (2Ti 2:25). Ese es el arrepentimiento inicial y continuo. Dios lo hace, pero Él usa medios. Y uno de los medios para despertarlos es la manera en que la esposa vive, cree y ama. Él puede o no hacerlo. Dios puede darles arrepentimiento.
El llamado de Dios
Sin embargo, Stephanie, en principio, está en lo correcto al ser muy cautelosa cuando piensa en que su relación con su esposo está calculada principalmente para cambiarlo. La posición de ella es comparable, diría, a la de una mujer soltera que quiere casarse. Su enfoque en la vida debe ser vivir una vida de soltería productiva que honre a Cristo, en lugar de convertir cada situación en un esfuerzo para conseguir un hombre. Eso fracasará y así también los matrimonios en donde el cónyuge calcula cada situación para traer cambio sobre el otro cónyuge.
No obstante, cuando Pablo nos dice cómo amar en 1 Corintios 13:4-7, él menciona quince cosas que el amor hace hacia la persona amada o el cónyuge, por ejemplo. Ninguna de ellas incluye cambiar a la otra persona. Estas son. Cuéntalas:
El amor es paciente y bondadoso. El amor no tiene envidia; el amor no es jactancioso, no es arrogante. No se porta indecorosamente-, no busca lo suyo, no se irrita, no toma en cuenta el mal recibido. El amor no se regocija de la injusticia, sino que se alegra con la verdad. Todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta (1 Corintios 13:4–7).
El propósito de Dios
Permíteme ser muy serio contigo, Stephanie. Al haber aconsejado matrimonios por setenta años ya, creo que debes profundizar lo suficiente en tu propia alma y en la Palabra de Dios para darte cuenta de que tu marido probablemente nunca sea el líder profundo y espiritualmente fuerte que quieres que sea. Necesitas tener eso en cuenta.
Creo, francamente, que esa es la manera en que la mayoría de los matrimonios funcionan. En diez, veinte, treinta años, te das cuenta de que no está saliendo de acuerdo a lo que soñaste. Él o ella no es todo lo que querías, lo que esperabas o incluso piensas que no es el correcto. Simplemente, no está ocurriendo. Diría que ahí es donde la mayoría de los matrimonios están.
Esto quiere decir que el propósito de Dios para ti es refinar y profundizar tu fe y tu santidad a través de las partes decepcionantes de la personalidad de tu marido. Lo diré de nuevo. El propósito de Dios para ti es refinar y profundizar tu fe y tu santidad a través de las partes decepcionantes de la personalidad de tu marido. La lucha de la fe es tratar a tu marido cada vez mejor con los recursos que encuentras en Cristo.
El plan de Dios para el cambio
Pablo le dijo a la iglesia en Tesalónica: «Los exhortamos, hermanos, a que amonesten a los indisciplinados, animen a los desalentados, sostengan a los débiles y sean pacientes con todos» (1Ts 5:14). Es muy probable de que los indisciplinados, los desalentados y los débiles estuvieran casados. Ese es el tipo de cónyuge que la gente tenía en esa iglesia.
Es útil que medites en esas tres palabras, especialmente en griego. En primer lugar, tenemos indisciplinados: holgazanes, desordenados y perezosos. Luego, desalentados: que tienen poco ánimo, incapaces de sentir atracción por cosas grandes y mayores, que se desaniman fácilmente y que se contentan con experiencias insignificantes. Finalmente, débiles: vulnerables a lo incapactitante, a alguna limitación debilitante. Puede ser física o mental.
Pablo da poco indicios en ese versículo de que este tipo de personas se irán en algún momento. Siempre estarán con nosotros en la iglesia y, tal vez, en una familia. Oramos. Esperamos que crezcan. Y eso no está mal. De hecho, creo que es esencial. Oramos y esperamos el crecimiento, pero la Palabra para nosotros es que seamos pacientes con todos ellos. El amor sufre mucho y es bondadoso.
¿Por cuánto tiempo? Bueno, los votos matrimoniales dicen: «en las buenas y en las malas mientras ambos vivamos». Dios proveerá cada gracia que necesitas para asegurarte de que tu matrimonio sea el lugar más fructífero para crecer en piedad.