Lennie es famoso por su falta de mansedumbre.
Uno de los personajes principales de John Steinbeck en De ratones a hombres es Lennie, un hombre gigante, fuerte como un toro, con una leve discapacidad mental. Tiene grandes músculos y un gran corazón. Le encanta acariciar cosas suaves, pero no es consciente de su propia fuerza. Primero, sin querer mata a un ratón al que está golpeando; luego, a un cachorro; por último, accidental y fatalmente rompe el cuello de una mujer.
El problema de Lennie no es su fuerza. La fuerza es un regalo. Otros se benefician de la fuerza de Lennie, en especial su amigo George. Lo que Lennie necesita no es perder su fuerza, sino que obtener la capacidad de controlar su fuerza para buenos propósitos. Usar su poder para ayudar a otros, no para dañarlos.
El poder en sus variadas formas es un buen regalo de Dios, para ser usado por su pueblo para los fines de su Reino. Como otros buenos regalos, el poder es peligroso cuando se ejerce inapropiadamente. La respuesta a los peligros de la fuerza no es su pérdida, sino que la obtención de una virtud cristiana llamada mansedumbre.
Traigamos de regreso al manso
La mansedumbre en la actualidad podría ser el fruto producido por el Espíritu que más se malinterpreta de las nueve que se mencionan en Gálatas 5:22-23: «el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, dominio propio». Dos milenios después, la mansedumbre se usa a menudo como un giro positivo de la debilidad. Sin embargo, la mansedumbre en la Biblia no significa categóricamente una falta de fuerza, sino que la ejecución piadosa de poder. La mansedumbre no es señal de una carencia de una capacidad, sino que es la capacidad agregada de administrar nuestra fuerza para que sirva a fines buenos y que dan vida en lugar de servir a fines malos y que quitan la vida.
Tomemos como ejemplo la lluvia. La lluvia fuerte destruye la vida, pero la «llovizna» da vida (Dt 32:2). La lluvia violenta daña, no es buena. El campesino no ora por una lluvia débil, o para que no llueva, sino que ora por llovizna. La manera en que se entrega es importante. Necesitamos agua (el poder para la vida) entregada suavemente, no de manera destructiva. Manso no significa débil, sino que apropiado; que da vida, no que la quita.
Por tanto, también, «la lengua apacible es árbol de vida» (Pr 15:4). Apacible no significa débil, sino que apropiadamente fuerte, con un control que da vida, dando algo bueno no como el agua que sale de una manguera de bombero, sino que en su justa medida. O piensa en la navegación: un viento que sopla suavemente (Hch 27:13) responde a la oración de los marinos, mientras que un viento furioso representa problemas (Hch 27:18).
La virtud de la mansedumbre es mejor vista en Dios mismo, quien «vendrá con poder» (Is 40:10). ¿Cómo ejerce su fuerza hacia su pueblo? «Como pastor apacentará a su rebaño, en su brazo recogerá a los corderos, y en su seno los llevará, guiará con cuidado a las recién paridas» (Is 40:11). La violencia es el uso destructivo de la fuerza (Is 22:17); la mansedumbre es su ejecución que da vida.
Lo que nuestras hijas quieren
Cuando el apóstol Pedro contrasta el buen poder con el malo, gobernantes justos con los injustos, él describe a los buenos líderes como «buenos y afables» (1P 2:18). Lo opuesto a un amo deshonesto no es uno débil (¿quién quisiera la protección de un señor débil?), sino uno «bueno y afable». Queremos líderes afables, no débiles. Queremos líderes con fuerza y poder, no para usarlos en nuestra contra, para dañarnos, sino que para ser ejercidos por nuestro bien, para ayudarnos. Esto es lo que hace que la imagen del pastor sea tan apropiada tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento. Las ovejas son evidentemente débiles y vulnerables. Necesitan pastores fuertes, no débiles. Necesitan pastores que sean buenos y usen su poder para ayudar a las ovejas, no para usarlas y abusar de ellas.
Mi hija de cuatro años no quiere un papá débil. Ella quiere que sea fuerte, y que use esa fuerza para ayudarla, no para herirla. Lo que ella más necesita no es que yo alardee por mis músculos dejándola de lado. Es suficientemente claro que papá es más grande y más fuerte. Ella necesita ver que soy manso; que su papi no es solo lo suficientemente fuerte para protegerla, sino que puede confiar en mí para usar mi fuerza con el fin de servirla y bendecirla, no dañarla.
Los hombres débiles a menudo están preocupados de mostrar y hablar sobre su fuerza. Los hombres verdaderamente fuertes dan su energía y atención no al presumir su fuerza, sino que al demostrar su mansedumbre. Son capaces de ejercer correctamente su poder manifiesto por el bien de otros. Los hombres inseguros alardean y amenazan. Los hombres que son seguros en su fuerza, y en la fuerza de su Señor, no solo están dispuestos, sino que entusiasmados, a que su mansedumbre sea conocida por todos (Fil 4:5).
Hombres mansos para la iglesia
No debería ser una sorpresa, entonces, que Cristo requiera este tipo de líderes en su iglesia: «no pendenciero, sino amable» (1Ti 3:3). Entre los quince requisitos explícitos para los ancianos en 1 Timoteo 3:2-7, cuatro son negativos: «no dado a la bebida, no pendenciero…, no contencioso, no avaricioso». Solo uno de estos negativos se junta con un positivo explícito: «no pendenciero, sino amable». Quizás la razón por la que Pablo no entrega la virtud positiva de los otros tres es porque ninguno de ellos puede ser captado en una palabra. Sí, los pastores deben estar sobrios, hacer la paz y ser generosos, pero ninguno de estos simples contrastes captura la variedad completa del positivo deseado como «amable».
Entre otras implicaciones, lo que eso sí dice por «no violento» (con su positivo simple de «amable») es que se asume que los ancianos serán fuertes. Ellos tendrán poder. La pregunta no será, en especial mientras sirvan juntos como equipo, si es que tienen fuerza, sino que si saben cómo usar esa fuerza para ayudar a otros y no para dañarlos. Deben saber, y haber demostrado, cómo canalizar los buenos dones de Dios con control apropiado y dominio propio. Personalmente y como equipo, ellos deben ser amables.
En otra parte de las epístolas pastorales, es claro que Pablo realmente quiere decir esto cuando nombra a la mansedumbre en la lista. No es opcional, sino esencial para el liderazgo cristiano. «Pero tú, oh hombre de Dios, …sigue… la amabilidad» (1Ti 6:11). La verdadera amabilidad en el pastor no solo da vida al rebaño, sino que también le modela al rebaño la manera en que esto puede darle vida al mundo: «Recuérdales que estén sujetos a los gobernantes, a las autoridades… amables mostrando toda consideración para con todos los hombres» (Tit 3:1-2). Y quizás lo más importante de todo para los líderes: «El siervo del Señor no debe ser rencilloso, sino amable para con todos, apto para enseñar, sufrido. Debe reprender tiernamente a los que se oponen» (2Ti 24-25). Incluso la reprensión de los que se oponen, que podríamos asumir, si acaso, podría ser violenta, debe ser realizada tiernamente.
La Mansedumbre misma
Al final, ya sea como miembros que nos congregamos o como pastores, ya sea como hombres o como mujeres, como esposos o esposas, como padres o madres, como jefes o empleados, la mansedumbre bíblica genuina es formada y completada por Dios mismo. Cuando admiramos la mansedumbre de Dios (y Él es su modelo) no celebramos que Él es débil. Al contrario, como sus débiles ovejas, disfrutamos no solo que nuestro Pastor es infinitamente fuerte, sino que es mucho más admirable porque sabe cómo ejercer su poder de maneras que dan vida, en lugar de sofocar a sus amados.
Nuestro Dios no es como Lennie. Poderoso y manso, no vino como un rey autoritario y abusivo, sino que como un Señor bueno y manso. «Soy manso y humilde de corazón», dijo (Mt 11:29). Él descendió mansamente a nuestro mundo en Belén, creció en sabiduría y estatura en Nazaret, enseñó con dureza y ternura en Galilea y entró en Jerusalén «humilde y montado en una asna» (Mt 21:5) para dar su vida por nosotros. «Y quien cuando lo ultrajaban, no respondía ultrajando. Cuando padecía, no amenazaba, sino que se encomendaba a aquel que juzga con justicia» (1P 2:23), no porque fuera débil o no tuviera poder, sino porque Él era lo suficientemente poderoso para ser la Mansedumbre misma.
Por lo tanto, nosotros, como el apóstol Pablo, recibimos y buscamos imitar «la mansedumbre y benignidad de Cristo» (2Co 10:1). En su fuerza, Él nos ha liberado de la necesidad de alardear y nos comisiona a dejar que nuestra mansedumbre sea conocida por todos (Fil 4:5). Él le da a sus subpastores el poder y la fuerza para servir al rebaño, no para subyugarlo. Él le da a su pueblo la influencia y la autoridad para administrar sin ser sobreprotector o envidioso cuando le da más poder a otros.
Cualquiera sea la influencia que tengamos no es nuestra por derecho sino que por préstamo divino, para usarla para sus grandes propósitos en el mundo, con mansedumbre.