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Tiempos sedentarios

Junto con respirar, comer, pensar, sentir y hablar, uno de los fundamentos más grandes de la vida humana es el movimiento. La actividad corporal es tan básica, tan obvia, a menudo tan asumida, que fácilmente pasamos por alto el auténtico superpoder que tiene. Sin embargo, el movimiento es un aspecto vital para nuestra naturaleza humana perdurable que nuestra era presente amenaza con socavar. 

Pocos hoy estarían en desacuerdo con que estamos viviendo en una era de sedentarismo en comparación a las generaciones y los siglos previos a nosotros. Una gran desventaja del estallido exponencial de las tecnologías modernas es que nuestros cuerpos y su movimiento parecen importar cada vez menos. Como un colega pastor perspicazmente observa: «mucho de lo que llamamos “tecnología” en realidad no nos ayuda a ser más productivos en nuestro trabajo, sino que, al contrario, hace el trabajo por nosotros. Aun cuando asegura ayudarnos a ser más eficientes, este tipo de tecnología en realidad nos entrena para hacer poco o nada en lo absoluto».

Tenemos autos y caminamos mucho menos. Tenemos máquinas y otros dispositivos que nos ahorran trabajo y así usamos menos nuestras manos. Tenemos pantallas y nos movemos menos. Además de eso, en nuestra prosperidad y decadencia, la comida y las bebidas (saturadas de azúcar) están disponibles para nosotros como nunca antes.

A menos que rompamos este ciclo, consumiremos más, moveremos menos nuestros cuerpos y luego será más difícil levantar nuestro propio cuerpo del sofá cuando alguna oportunidad o petición física se avecine. Simplemente, subir las escaleras se convierte en una barrera mental. Sacar la basura se siente más que un deber. Hacer las tareas de la casa parece abrumador. 

Aún nos movemos, por supuesto; debemos hacerlo. Pero muchos de nosotros hemos estado condicionados por esta era presente y por nuestros propios impulsos holgazanes de movernos lo menos posible. Ahora bien, la economía del movimiento corporal ha sido por mucho un instinto de sobrevivencia, en el buen diseño de Dios, para protegernos contra la hambruna, pero pocos de los que leen este libro están bajo cualquier amenaza de hambruna hoy. Nuestra necesidad no es conservar calorías, sino darle un buen uso a la abundancia de calorías que consumimos (casi) sin pensar. 

En la medida que nuestra tendencia sea movernos lo menos posible —en vez de movernos libre, entusiasta y agradablemente— socavamos o inhibimos algunas dinámicas esenciales de la vida cristiana. Como cristianos, no podemos contentarnos con tomar como referencia nuestra sociedad sedentaria. Nuestros excesos modernos no son sólo de preocupación humana, sino que de preocupación cristiana.

Cuerpos en movimiento en la Biblia

A lo largo de la historia, se ha asumido el movimiento humano regular. Por ejemplo, considera lo que deducimos sobre la normalidad del movimiento y la actividad corporal del Antiguo y del Nuevo Testamento. En un sentido podríamos simplemente observar: «no tenían aviones, trenes ni automóviles». Adán y Eva salieron del jardín cuando pecaron y pasaron el resto de sus vidas trabajando la tierra con sus propias manos y cualquiera fuera la herramienta que pudieran crear. Noé y sus hijos construyeron un arca tan grande como una cancha de fútbol, con sus propios sudor y manos. Abraham, Isaac y Jacob eran nómades; es decir, se movían y caminaban, criando ovejas para su sustento. Asimismo, José y sus hermanos caminaron. El faraón puso a los israelitas a hacer trabajo duro. Moisés, sin importar cuán cómodos hubieran sido sus primeros 40 años, pasó sus últimos 80 en sus pies. Lo que nos lleva a la generación del desierto, cuando el pueblo de Dios vagó, eso es, moverse por el desierto por 40 años.

En el tiempo de los jueces, somos confrontados con dos ejemplos claramente negativos de la obesidad: Eglón (Jue 3:13, 22) y Elí (1S 4:18). La grasa era una bendición; los hombres gordos, no. El rey David, por otro lado, se representa como una especie de ejemplar físico. Mató a Goliat en su juventud, y evidentemente no era un hombre débil. Era un hombre de guerra —diestro y temible— y según el Salmo 18 no sólo era letal con los proyectiles, sino que también era capaz de superar a otros hombres en velocidad, agilidad y fortaleza.

Según la Escritura, con el tiempo, la inactividad lleva al desastre para las naciones y las generaciones, como dice Deuteronomio 31:20: «Porque cuando Yo los introduzca en la tierra que mana leche y miel, la cual juré a sus padres, y ellos coman y se sacien y prosperen, se volverán a otros dioses y los servirán, y me despreciarán y quebrantarán mi pacto» (ver también Deuteronomio 32:15; Jeremías 5:28). Y cuando esa gordura nacional y literal llevó a la destrucción de la ciudad santa a manos de un ejército extranjero, sirviendo como los instrumentos de la justicia pactual de Dios, entonces el pueblo anduvo en sus dos pies por unos 1200 km alrededor del desierto de Babilonia. Y 70 años después, cuando Ciro, el persa, emitió su decreto de que el templo podía reconstruirse, podría haber sonado como grandes noticias para los exiliados creyentes, pero, en realidad, sólo una fracción de ellos hizo el viaje de casi 1200 km de regreso a casa.

En el cuerpo, para el alma

Adelántate al siglo I y considera cuánto caminó Jesús. Son más de 150 km de Capernaúm, en el Mar de Galilea, a Jerusalén. Ese no es un viaje largo en auto o bus. Pero ¿a pie? Toma unos 5 a 10 días de viaje; eso es, caminar todo o casi todo el día. Luego, ¡piensa en los viajes misioneros del apóstol Pablo!

Todo esto para decir, una de las mayores diferencias entre nuestros tiempos y los tiempos bíblicos, muy prácticamente, se relaciona con nuestras tecnologías. Una de las principales manifestaciones de esto es el sedentarismo general de nuestras vidas en comparación con la de ellos. Y si el resumen anterior del esfuerzo corporal bíblico te cansa de sólo pensarlo, considera cómo la orientación de nuestra era moderna sobre la actividad física, en comparación con el mundo preindustrial, afecta la manera en que pensamos sobre hacer el bien a los demás, ya que hacer el bien normalmente requiere esfuerzo físico en alguna forma. El bien surge por medio del trabajo, no del deseo. Y aparte de eso, el sedentarismo de nuestros cuerpos no está desconectado, sino que está profundamente integrado a nuestra persona interior; con nuestras mentes, corazones y voluntades.

Nuestros cuerpos y almas están profunda y misteriosamente conectadas. Lo que hacemos con uno puede afectar profundamente al otro. Entrenamos nuestras almas por medio del acondicionamiento de nuestros cuerpos y lo que hacemos con nuestras almas puede afectar grandemente a nuestros cuerpos.

Una nota sobre la discapacidad

En esta creación caída y maldita, muchos santos están irremediablemente impedidos de disfrutar los placeres de Dios en el ejercicio. Las discapacidades abundan en esta era. Y Dios tiene sus manifestaciones particulares de misericordia para las personas con discapacidad y sus cuidadores. La discapacidad puede ser una gran tragedia y una gran carga que llevar. Aquellos de nosotros que podemos movernos y ejercitar nuestros cuerpos haríamos bien en ser agradecidos con más regularidad y más conscientemente. Un cuerpo capaz en este mundo enfermo de pecado es un regalo precioso que no se debe dar por sentado.

Este artículo es una adaptación del libro A Little Theology of Exercise: Enjoying Christ in Body and Soul [Una pequeña teología del ejercicio: disfrutemos a Cristo en cuerpo y alma] escrito por David Mathis.

Este artículo fue publicado originalmente en inglés y traducido con el permiso de Crossway.
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David Mathis

David Mathis es director ejecutivo de Desiring God y es pastor de Cities Church en Minneapolis. Es esposo, padre y autor de Hábitos de gracia: disfrutando a Jesús a través de las disciplinas espirituales.
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