Aprende de la iglesia antigua
Los cristianos tradicionales suelen ser aquellos que toman en serio la historia. Tenemos una fe que se basa en afirmaciones históricas (principalmente, la encarnación de Jescristo y los eventos y acciones de su vida) y vemos nuestras comunidades religiosas como una fila que se extiende a través del tiempo hasta Pentecostés y más allá. Por ende, cuando se enfrentan a desafíos peculiares, los cristianos a menudo miran al pasado para encontrar esperanza con respecto a su experiencia en el presente. Por lo general, los protestantes miran a la Reforma, y los Católicos miran a la Alta Edad Media. Si tan solo pudiéramos volver a ese mundo, nos decimos, todo estaría bien.
Cualquiera con un sentido realista de la historia sabe que esos regresos son, en el mejor de los casos, virtualmente imposibles. Primero, ni la Reforma ni la Alta Edad Media fueron las épocas doradas que la nostalgia religiosa posterior nos quiere hacer creer. Las sociedades en las que operaba la iglesia en esas épocas han desaparecido para siempre, en gran parte gracias a las formas en las que la tecnología ha remodelado el mundo en el que vivimos.
Si queremos encontrar un precedente para nuestro tiempo, creo que deberíamos retroceder más atrás en el tiempo, al siglo II y a la iglesia inmediatamente posterior a los apóstoles. Allí, el cristianismo era una secta incomprendida, despreciada y marginal. Se sospechaba que era inmoral y sediciosa. Comer el cuerpo y la sangre de su dios y llamarse «hermano» y «hermana», incluso cuando estaban casados, hacía que los cristianos y el cristianismo sonaran altamente dudosos para los de afuera. Y la afirmación «¡Jesús es Señor!» era en la superficie un juramento de lealtad que abolía el lamento que se le debía al César por la marginación cultural que sufría el cristianismo. Eso es muy parecido a la situación de la iglesia hoy. Por ejemplo, somos considerados intolerantes irracionales por nuestra postura sobre el matrimonio homosexual. Después de la presidencia de Trump, se ha vuelto una rutina escuchar a los religiosos conservadores en general y a los cristianos evangélicos, en particular, siendo denunciados como una amenaza para la sociedad civil. Al igual que nuestros antepasados espirituales en el segundo siglo, nosotros también somos considerados inmorales y sediciosos.
Por supuesto, la analogía no es perfecta. La iglesia en el segundo siglo se enfrentó a un mundo pagano que nunca había conocido el cristianismo. Nosotros vivimos en un mundo que está descristianizándose, a menudo, de manera consciente e intencionalmente. Esto significa que la oposición probablemente esté mejor informada y sea más proactiva que en la iglesia antigua. Sin embargo, sigue siendo instructivo una mirada a la estrategia de la iglesia del segundo siglo.
En primer lugar, está claro en el Nuevo Testamento y en los textos no canónicos tempranos como la Didajé que la comunidad era central para la vida de la iglesia. Los Hechos de los apóstoles presenta una imagen de una iglesia donde los cristianos se preocupaban los unos por los otros y se servían mutuamente. La Didajé establece un conjunto de prescripciones morales, incluida la prohibición del aborto e infanticidio, que sirvieron para distinguir a la iglesia del mundo que la rodeaba. La identidad cristiana era claramente una cosa muy práctica, realista y cotidiana.
Esto tiene perfecto sentido. Detrás de gran parte del argumento de los capítulos anteriores —de hecho, subyacente a la noción de imaginario social— se encuentra que la identidad está formada por las comunidades a las que pertenecemos. Y todos tenemos varias identidades: yo soy esposo, padre, maestro, inglés, inmigrante, escritor, fanático del rugby, además de ser cristiano. Y las identidades más fuertes que tengo, que forman mis intuiciones más fuertes, derivan de las comunidades más fuertes a las que pertenezco. Esto significa que la iglesia debe ser la comunidad más fuerte a la que pertenecemos.
Irónicamente, la comunidad LGBTQ+ es la prueba de este punto: la razón por la cual se han movido desde los márgenes al escenario central está íntimamente conectado a las fuertes comunidades que formaron mientras estaban en los márgenes. Es por esto que el lamento por la marginación cultural del cristianismo, aunque legítimo, no puede ser la única respuesta de la iglesia a las convulsiones sociales que vive actualmente. Lamentémonos, sin duda —debemos lamentarnos de que el mundo no es como debe ser, como nos enseñan muchos de los Salmos—, pero también organicémonos. Convirtámonos en una comunidad. En esto, dice el Señor, conocerán todos que son mis discípulos, si se tienen amor los unos a los otros (Jn 13:35). Y eso significa comunidad.
Elementos compartidos de la iglesia
Esto me lleva a la segunda lección que podemos aprender de la iglesia primitiva. La comunidad en términos de sus detalles del día a día puede verse diferente en una ciudad y en una población rural, o en los Estados Unidos y en el Reino Unido. Sin embargo, hay ciertos elementos que la iglesia en cada lugar compartirá: alabanza y comunidad. Reunirse en el Día del Señor, orar, cantar alabanzas a Dios, escuchar la Palabra leída y predicada, celebrar bautismos y la cena del Señor, dar materialmente para el trabajo de la iglesia. Todas estas son cosas que los cristianos deberían hacer cuando se reúnen. Puede sonar trillado, pero una gran parte del testimonio de la iglesia al mundo es simplemente ser la iglesia en adoración. Pablo mismo comenta que cuando un incrédulo accidentalmente aparece en un servicio de la iglesia, debería impresionarse por la maravillosa santidad de lo que está sucediendo. El testimonio más poderoso del Evangelio es la iglesia misma, simplemente ocupándose de la adoración.
Muchos cristianos hablan de involucrarse en la cultura. De hecho, la cultura se cautiva más dramáticamente cuando la iglesia le presenta otra cultura, otra forma de comunidad, enraizada en sus prácticas litúrgicas de adoración y manifestada en la comunidad amorosa que existe tanto dentro como fuera del servicio de adoración. Muchos hablan de la batalla cultural entre cristianos y secularismo, y ciertamente la Biblia usa lenguaje marcial para describir el conflicto espiritual de la época actual. No obstante, tal vez «la protesta cultural» es una mejor manera de traducir la idea a un modismo moderno, dada la realidad y la historia de la guerra física en este mundo. La iglesia protesta contra la cultura más amplia al ofrecer una verdadera visión de lo que significa ser humanos creados a la imagen de Dios.
Este acercamiento ciertamente se insinúa en la literatura cristiana del siglo II. Los denominados apologetas griegos, como Justino Mártir, abordaron el tema del Imperio Romano desde una perspectiva cristiana. Lo más interesante en comparación con algunas de las formas en que muchos cristianos, de derecha e izquierda, lo hacen hoy en día es cuán respetuosos eran estos antiguos apologetas. No pasaban su tiempo denunciando los males del emperador y su corte. En lugar de eso, argumentaron positivamente que los que cristianos eran los mejores ciudadanos, los mejores padres, los mejores siervos, los mejores vecinos, los mejores empleados y que, por lo tanto, se les debería dejar en paz y permitirles vivir su día a día sin ser hostigados por las autoridades. Por supuesto, había límites de lo que podían hacer para participar en la vida cívica: si se les pedía hacer un sacrificio al emperador como si fuera un dios, ellos tendrían que negarse, pero más allá de tales exigencias, ellos podían ser buenos miembros de la comunidad romana.
En el siglo V, Agustín, en el Libro XIX de su obra maestra La ciudad de Dios, ofreció un argumento similar. Los cristianos, dijo, eran ciudadanos tanto de la ciudad terrenal como de la ciudad de Dios. Sus vecinos paganos podían ser solamente ciudadanos de la ciudad terrenal, pero esto todavía significaba que los dos grupos compartían intereses o amores comunes, sobre todo la paz y la prosperidad de la ciudad terrenal. Tanto los paganos como los cristianos querían estas cosas y podían trabajar juntos para lograrlas. Y eso significaba que los cristianos podían y debían ser buenos ciudadanos en la medida en que su mayor compromiso con Dios les permitiera hacerlo[1].
Tanto los apologetas como Agustín ofrecieron una visión de la iglesia en una cultura hostil que llama a la iglesia a ser la iglesia y a los cristianos a ser miembros constructivos de la sociedad más amplia en la que están ubicados. Algunos podrían responder que no involucrarse en una confrontación agresiva y directa parece más bien derrotismo o retraimiento. ¿Pero es así? En temas clave como el aborto, los cristianos en Occidente todavía tienen la libertad de usar sus derechos como miembros de la ciudad terrenal para hacer campaña por el bien. No estoy llamando aquí a una especie de quietismo pasivo por el cual los cristianos abdican de sus responsabilidades cívicas o no hacen ninguna conexión entre cómo ejercer esas responsabilidades cívicas y sus creencias religiosas. Más bien estoy sugiriendo que participar en una guerra cultural usando las herramientas, la retórica y las armas del mundo no es el camino para el pueblo de Dios. Si los apologetas y Agustín fueron quietistas pasivos, es bastante difícil explicar cómo el cristianismo llegó a ser tan dominante en Occidente durante tantos siglos. La evidencia histórica sugiere más bien que su enfoque demostró ser notablemente efectivo a lo largo del tiempo. Y puede volver a ser así, tal vez no durante mi vida o incluso durante la de mis hijos. Sin embargo, Dios es soberano, Dios planea a largo plazo, y la voluntad de Dios se hará, en la tierra como en el cielo.
Este artículo es una adaptación del libro Strange New World: How Thinkers and Activists Redefined Identity and Sparked the Sexual Revolution [Extraño nuevo mundo: cómo los pensadores y activistas han redefinido la identidad y desencadenado la revolución sexual] escrito por Carl R. Trueman.
Este artículo fue publicado originalmente en inglés y traducido con el permiso de Crossway.
[1] Para una traducción accesible, ver San Agustín, City of God [La ciudad de Dios], traducción: Henry Bettenson (Nueva York: Penguin, 2004).