«¿Recuerdas a tu mamá ayudándote a ponerte ropa?».
La pregunta vino de mi esposa, una madre de dos hijos pequeños que aún no dominan el arte de vestirse. Hice memoria de esos primeros años, pero estaba en blanco, las miles de veces en que mi mamá me subió el pantalón y me puso camisetas estaban perdidas en la memoria consciente. Mi esposa también estaba en blanco.
Fue un momento humillante, mientras imaginábamos a nuestros hijos, unos treinta años más tarde, recordando casi nada de estas rutinas diarias. También fue un momento —y parece que se presentan a menudo en estos días— que puso a la maternidad bajo una nueva y sagrada luz.
«La mujer sabia edifica su casa […]», nos dice Salomón (Pr 14:1) y he estado aprendiendo que la edificación de una casa es tanto hermosa como olvidable; esencial como, a menudo, desapercibida; una de las tareas más importantes en el mundo y una de las que más fácilmente se pasan por alto. Vestir a los niños, alimentar a niños, enseñar a niños, disciplinar a niños. Todo esto es albañilería: dolorosa y minuciosa; lenta y rutinaria.
No obstante, si sigues a hombres y a mujeres piadosos hasta sus comienzos, a menudo encontrarás a una madre metiendo un pie por la pierna de un pantalón, recitando un Salmo de una tarjeta manchada y, por medio de diez mil otros pequeños momentos, construyendo una casa cuyos muros brillen con sabiduría piadosa y cuyos pisos reposen en el temor del Señor.
Dos mujeres, dos casas
El libro de Proverbios, como gran parte de la literatura sapiencial, describe dos maneras de vivir. Y en el centro de estas dos maneras hay dos mujeres y dos casas: la dama sabiduría y «su casa» (Pr 9:1); la mujer necia y «su casa» (Pr 9:13-14). Ambas mujeres llaman la atención de los simples (Pr 9:3, 15); ambas invitan a los jóvenes e inmaduros a «entrar aquí» (Pr 9:4, 16). No obstante, mientras que aquellos que entran en casa de sabiduría encuentran vida (Pr 9:6, 11), las puertas de la necia llevan a la muerte (Pr 9:18).
Podríamos suponer que estas mujeres no son más que recursos literarios creativos, personificaciones de dos caminos de vida. Sin embargo, Proverbios nos invitan a ver más. En este libro, dirigido principalmente a los hijos, uno de los peligros recurrentes más grandes aparece en la figura de la «mujer extraña», una tentadora de la vida real que seduce a hombres simples (Pr 7:5, 21). Proverbios la representa como la necedad encarnada (Pr 7:11; 9:13), la ruina de muchos hijos (Pr 7:26).
Mientras tanto, sin embargo, la dama sabiduría también aparece en forma corpórea, en última instancia en la figura de la esposa virtuosa. Así como la sabiduría corona a un hombre (Pr 4:9), así también lo hace una esposa excelente (Pr 12:4). Así como «el que me halla [la sabiduría], halla la vida y alcanza el favor del Señor» (Pr 8:35), así también «el que halla esposa halla algo bueno y alcanza el favor del Señor» (Pr 18:22). Proverbios termina con un poema que retrata a esa mujer, que no sólo «abre su boca con sabiduría […]» (Pr 31:26), sino que también es la señora sabiduría en forma de esposa (Pr 8:11; 31:10).
Sin embargo, antes de que un hombre conozca a la dama sabiduría como esposa, él debe conocerla como madre.
Madre sabiduría
El libro de Proverbios culmina con la enseñanza de una madre a su hijo (Pr 31:1). No obstante, mucho antes de Proverbios 31, el libro nos enseña a ver a una madre piadosa como la primera encarnación de la dama sabia. Noten la similitud entre Proverbios 9:1 (sobre la dama sabiduría) y Proverbios 14:1 (sobre las madres sabias):
La sabiduría ha edificado su casa (Proverbios 9:1).
La mujer sabia edifica su casa (Proverbios 14:1).
Ocurren más cosas en los pequeños momentos de la maternidad de lo que uno cree. A medida que una mujer imperfecta, pero que teme al Señor, edifica su casa, ella se convierte para sus hijos en el primer rostro de la sabiduría, la primera voz, el primer toque. A través de su presencia diaria, los niños aprenden cómo se ve la sabiduría y cómo se siente; a través de sus palabras diarias, los niños escuchan el ruego de la sabiduría: «ahora pues, hijos, escúchenme […]. Abandona la necedad y vivirás» (Pr 8:32; 9:6).
En la encrucijada entre la vida y la muerte, entonces, Proverbios quiere que imaginemos a una mujer, a una madre, enseñando, llamando y viviendo de tal forma que sus hijos escojan el temor del Señor, escojan la sabiduría, escojan la vida. Su voz podría no sonar tan fuerte como la de la mujer necia (Pr 9:13); a menudo podría estar oculta de la vista del público; su trabajo a veces podría parecer tan olvidable como apretar una tira de velcro en los zapatos de un niño pequeño. Pero en el tiempo, su hogar se transforma en el vientre mismo de la sabiduría, formando niños que menosprecian la casa de la necia.
El corazón de la familia
Por supuesto, un padre se para frente a la encrucijada entre la vida y la muerte también. De hecho, gran parte de la enseñanza directa en Proverbios, viene de un padre a sus hijos. Como la dama sabiduría, él también instruye, advierte y le ruega a sus hijos que escojan la vida (Pr 3:13-18) y él aparece a lo largo de los capítulos 1 al 9 como el maestro y exhortador principal de la familia (Pr 1:8; 3:12; 4:1; 6:20). Incluso, Proverbios personifica la sabiduría como una mujer y luego la encarna en las figuras de la vida real de esposa y madre. ¿Por qué?
Sin duda, en parte porque la influencia de un padre en el hogar, aunque es profunda y fundamental, también está limitada por el llamado típico que Dios pone sobre él. En Proverbios 31, el esposo y padre está «en las puertas» (Pr 31:23), lejos de casa, mientras que la esposa y madre «vigila la marcha de su casa» (Pr 31:27).
Este padre, sin duda, pasa mucho tiempo en casa y sabemos que esta madre no tiene temor a aventurarse en el mercado (Pr 31:18, 24). No obstante, en la unión complementaria de un esposo y su esposa, su vocación de día se inclina más hacia la sociedad, mientras que el de ella se inclina más hacia la familia. Por lo tanto, como edificadora del hogar, ama de hogar y cuidadora del hogar, ella es la presencia continua de la sabiduría durante las muchas horas en las que su esposo no puede estar ahí.
Incluso en familias donde una madre a veces trabaja fuera de casa, la observación de Herman Bavinck a menudo aún es cierta: «Mucho más que el marido, ella vive junto a todos sus hijos, y para los hijos es la fuente de consuelo en medio del sufrimiento, la fuente de consejo en medio de la necesidad, el refugio y la fortaleza de día y de noche». Ciertamente, «si el marido es la cabeza, la mujer es el corazón de la familia» (La familia cristiana, 89). Día a día, a la hora de comer y en las siestas, a través de pataletas y lágrimas, ella es el corazón palpitante de la sabiduría.
La influencia profunda de una madre sobre sus hijos, entonces, no viene a pesar de su trabajo aparentemente pequeño en lugares pequeños, sino precisamente debido a ellos. Cada chaqueta cerrada con alegría, cada galleta o Cheerio servido con amor, cada promesa de Dios susurrada sobre las camitas añade otro ladrillo sobre la muralla de la casa de sabiduría y les da a los hijos otra razón para seguir sus pasos.
Cuando se levantan sus hijos
Mis jóvenes hijos aún no captan el regalo que Dios les ha dado en esta madre «que teme al Señor» (Pr 31:30). Lo más probable es que no recuerden cómo ella los levantó de la bacinica o les cantó dulcemente alabanzas a Dios esta mañana. Pero día a día, sienten el toque y escuchan la voz de la dama sabiduría. Y cuando, si Dios quiere, aprendan a abrazarla por sí mismos (y al Cristo que representa), sin duda se agregarán a las voces de los hijos de las sabias:
Sus hijos se levantan y la llaman bienaventurada,
También su marido, y la alaba […] (Proverbios 31:28).
La heroína digna de alabanza, como a menudo ocurre en el Reino de Dios, no es aquella que nuestra sociedad esperaría: no es la grande, sino la pequeña; no es la famosa, sino la poco conocida; no es la mujer que lucha contra los hombres en las películas, sino la mujer que lucha con que la cabeza de su hijo quepa en una polera. Cuando nos levantamos y la llamamos «bienaventurada», anticipamos el día cuando todo lo oculto será revelado y los trabajos olvidados de cada madre sabia serán proclamados desde los tejados.
«La mujer sabia edifica su casa», nos dice Salomón. Y nuestra sabiduría consiste en regocijarnos por esa mujer.