La resurrección de Jesús lo cambia todo.
Si la muerte hubiese tenido la última palabra en el Gólgota, entonces hubiésemos quedado rascándonos la cabeza preguntándonos qué alcanzó el sacrificio de Jesús realmente. Entonces, ¿qué pasaría si la muerte hizo esto o eso? Si se fue para siempre entonces no tenemos una base confiable para pensar que cualquier cosa es verdad. Si Jesús aún está en la tumba, entonces todo el significado extraído de su muerte es un patético buen deseo.
Sin embargo, por otro lado, si Jesús está vivo, entonces su vida inextinguible confirma que su muerte realmente hizo algo. La resurrección significa que la muerte de Jesús sirvió para un propósito que ahora velará por su éxito máximo. Por lo tanto, la resurrección es el fundamento de cómo la muerte de Jesús puede impactar nuestras vidas.
Las implicaciones de la resurrección son gigantescas. Es más, podemos decir que el Nuevo Testamento completo es una implicación de la resurrección que está llena de más implicaciones de la resurrección. Sin embargo, ¿qué pasa con el impacto de la resurrección en la historia bíblica? ¿Cómo afecta el mensaje del Evangelio que Jesús haya sido resucitado de la muerte?
La resurrección de Jesús deja claro que la historia del Evangelio es más que una historia.
No es para meros lectores
El Evangelio cristiano es una historia que debe ser leída, pero no es una historia para simples lectores. Intrínseco a la naturaleza de esta historia están sus exigencias de que los lectores no observen su contenido de modo desapasionado, sino que afectuosamente respondan de manera correcta. Un teólogo explica que la Biblia funciona como un tipo de guion que «no solo llama a una lectura sensible, sino que a una acción sensible y a una encarnación» (El drama de la doctrina, 153). Nada clarifica más esto que la resurrección de Jesús.
Si esta es solo una buena historia (un mero cuento como todos los otros), entonces tenemos la opción de evaluar sus elementos sin consecuencias. Si solo es una historia, entonces no importa mucho lo que pensamos sobre ella. Podemos simplemente disfrutarla por diversión, darle palmaditas encima y continuar con nuestras vidas. Sin embargo, si es más que una historia, si en realidad es visión histórica del corazón de una realidad inmutable, entonces nuestra lectura real de la historia se ve absorbida por la historia misma.
Si es más que solo una historia, nos encontramos a nosotros mismos siendo más que espectadores neutrales escuchando a escondidas la conversación de otra persona. En realidad, estamos emparentados a los personajes descritos. No, espera, somos seres caídos al igual que ellos y nos encontramos en el mismo aprieto. Nosotros somos los que perseguimos la gloria y buscamos el placer, pero aún no hemos encontrado lo que estamos buscando. Leemos y nos damos cuenta de que no solo hablan de nosotros; nos están hablando.
Él no es un compañero común y corriente
El hecho de que Jesús resucitó permanece para siempre en la cima de esta historia, esperando que nosotros respondamos, dándonos una oportunidad para decir algo. De una forma u otra, siempre estamos diciendo algo, ya sea que hayamos sido persuadidos a abrazar el Evangelio o a ignorarlo. Incluso la negación a comentar es, por supuesto, un tipo de comentario de todas maneras.
Los primeros líderes de la iglesia captaron esta implicación. Los miedos sinceros que los acobardaron a puerta cerrada el viernes y el sábado habían desaparecido cuando se dieron cuenta de que Jesús estaba vivo. Vemos esto en la forma en la que hablaron. El autor bíblico, Lucas, escribió una secuela de su Evangelio llamado «Los hechos de los apóstoles». De manera similar a los Evangelios, es una narración histórica, pero en lugar de cubrir la vida de Jesús, echa un vistazo a la vida de los primeros cristianos. Vez tras vez en esta narración, vemos que la resurrección impulsó y formó su mensaje. De hecho, un criterio para ser un primer mensajero del Evangelio era haber sido testigo de la resurrección (Hch 1:22).
En el primer sermón registrado por Lucas, el apóstol Pedro se dirige a la agitada multitud con un enfoque absoluto en la resurrección. Él pone la resurrección de Jesús en el contexto de las antiguas profecías judías sobre el Mesías de Dios, afirmando con atrevimiento que Jesús es quien ellos habían estado esperando por tanto tiempo. «A este Jesús resucitó Dios, de lo cual todos nosotros somos testigos» (Hch 2:32).
Luego, inseparable de la resurrección, está el hecho de que Jesús es exaltado, su identidad como Dios el Hijo es vindicada, ahora está reinando, ha enviado a su Espíritu para dar poder a la predicación y al recibimiento de esta historia (Hch 2:32-35). Luego, para cerrar el sermón completo, Pedro termina con la inferencia más obvia:
«Sepa, pues, con certeza toda la casa de Israel, que a este Jesús a quien ustedes crucificaron, Dios lo ha hecho Señor y Cristo» (Hch 2:36).
Como lo expresa un parafraseo: «no hay espacio para la duda: Dios lo hizo Amo y Mesías» (The Message [versión en inglés de la Biblia «El mensaje»]). El punto es que Jesús es el Mesías prometido desde la antigüedad y que también es Dios. La muerte no lo pudo retener. Él no es un compañero común y corriente.
¿Ahora qué?
La respuesta de los receptores tiene absoluto sentido. Después de que Pedro dice estas últimas palabras, Lucas nos dice que quienes estaban alrededor y lo escucharon estaban «conmovidos profundamente» (Hch 2:37). Esa es la expresión literal en el griego original. Conceptualmente, significa que las cosas se hicieron reales.
El profundo estruendo en sus almas, las complejidades de sus vidas, todas las cosas que dan vueltas en las mentes de personas que solo intentan sobrevivir en este mundo, todo fue expuesto, lo real se mantuvo puro, lo sucio fue apartado. Lo que realmente importa ahora importó para ellos, y preguntaron: «¿qué hacemos?». Ellos sabían que algo había ocurrido; ahora algo debía ser diferente.
La resurrección de Jesús aparece consistentemente en el ministerio de la enseñanza de los apóstoles. Proclamar a Cristo crucificado siempre significó proclamarlo resucitado, incluso cuando los ponía en aprietos (que sucedió, ver Hechos 3:2); aún cuando sus oyentes no podían lidiar con ello (y sí, algunos no pudieron, ver Hechos 17:32). No obstante, en cada caso, la realidad de la resurrección presiona en aquellos que escuchan sobre ella y en una manera particular.
Proclamado a ti
Vemos esto nuevamente en el sermón del apóstol Pablo entregado en la ciudad de Antioquía, una metrópolis del primer siglo ubicada en el límite de lo que actualmente es Turquía y Siria. En ese sermón, después de recordar puntos clave de la historia bíblica, Pablo afirma que la resurrección de Jesús garantiza el cumplimiento de las promesas de Dios. Como Pedro, él conecta la resurrección con las profecías pasadas sobre el Mesías de Dios, y luego, lo extiende a lo que significa para nosotros.
«Por tanto, hermanos, sepan que por medio de él les es anunciado el perdón de los pecados; y que de todas las cosas de que no pudieron ser justificados por la Ley de Moisés» (Hch 13:38–39).
Una vez más, el mensaje hablado se extiende a las vidas de sus oyentes. La resurrección de Jesús significa que podemos ser perdonados por nuestros pecados. No es solo una historia para entretenerse, para aconsejar o para reflexionar religiosamente de manera desconectada al mundo real. Jesús resucitó. Estas son noticias: él está vivo.
Esto significa que el perdón es proclamado (y proclamado para ti). Significa que cada oyente es invitado no solo a escuchar, sino que a creer. Aquí es donde la resurrección nos llama a responder. Aquí es donde la neutralidad cambia. Somos llamados a abrazar estas noticias y a participar en su maravilla o a rechazarla y perecer.
Jesús dio su vida como sacrificio por nuestros pecados, y luego fue resucitado de la muerte. Jesús está vivo. El perdón te es proclamado. Esta es la libertad ofrecida para ti. Recíbelo, créele, acéptalo.
Eso es lo que uno de los primeros mensajeros del Evangelio habría estado diciéndote ahora mismo. Eso es lo que se te dice ahora. La pregunta es cómo vas a responder.