“La nueva droga”. Morgan Bennett acaba de publicar un artículo con este título, en donde postula la siguiente tesis:
Investigaciones en materia neurológica han revelado que el efecto que la pornografía tiene en el cerebro humano es al menos igual de potente que las sustancias químicas adictivas como la cocaína o la heroína.
Para empeorar las cosas, mientras en Estados Unidos los consumidores de cocaína suman 1,9 millones y los de heroína 2 millones, los consumidores habituales de pornografía (a través de Internet) alcanzan los 40 millones.
La razón por la que el poder adictivo de la pornografía puede ser peor es la siguiente:
La cocaína es considerada un estimulante que aumenta los niveles de dopamina en el cerebro. La dopamina es el principal neurotransmisor liberado por las sustancias más adictivas. Provoca un impacto en los sentidos y, posteriormente, ansias de sentir nuevamente ese efecto —a diferencia de la sensación de satisfacción que provocarían las endorfinas—.
La heroína, por otro lado, es un opiáceo que produce un efecto relajante. Ambas drogas producen una tolerancia química, lo cual exige usar cantidades cada vez más grandes de droga para alcanzar un efecto de la misma intensidad.
La pornografía, tanto por provocar excitación (el efecto de estar “drogado” por la dopamina) como por causar orgasmos (el efecto de “liberación” de los opiáceos), es un tipo de droga múltiple que libera de una sola vez ambos químicos adictivos en el cerebro, aumentando su tendencia a la adicción.
Sin embargo, Bennett dice, “la pornografía hace más que sólo estimular el nivel de dopamina en el cerebro para obtener una sensación de placer. Literalmente, cambia la materia física dentro del cerebro para que las nuevas ‘rutas’ neurológicas exijan material pornográfico con el fin de obtener la satisfacción deseada”.
Imagina que el cerebro es como un bosque donde los senderos están llenos de pisadas de excursionistas que caminan a lo largo del mismo camino una y otra vez, día tras día. La exposición a imágenes pornográficas crea rutas neuronales similares que, conforme avanza el tiempo, se convierten cada vez más en caminos “bien pavimentados” a medida que se las usa repetidamente en cada exposición a la pornografía. Esas rutas neurológicas se convertirán finalmente en el camino del bosque del cerebro por el cual transitarán las interacciones sexuales. De este modo, un consumidor de pornografía “crea inconscientemente un circuito neurológico” que somete su perspectiva sexual natural a las normas y expectativas de la pornografía.
Estas rutas adictivas no sólo provocan que filtremos todo tipo de estimulación sexual a través de la pornografía, sino que también despiertan ansias de “contenido pornográfico más innovador, como actos sexuales más tabúes o pornografía infantil o sadomasoquista”.
Esto empeora:
Otro aspecto de la adicción a la pornografía, que sobrepasa las características adictivas y dañinas del abuso de sustancias químicas, es su permanencia. Mientras que las sustancias pueden eliminarse del cuerpo, las imágenes pornográficas no, porque quedan guardadas en la memoria del cerebro.
“En resumen”, escribe Bennett, “las investigaciones confirman el grave hecho de que la pornografía es un sistema de suministro de droga que tiene un efecto claro y poderoso en el cerebro humano y el sistema nervioso”.
Nada de esto sorprende a Dios. Él diseñó la interacción entre el cerebro y el alma. Que se descubra una dimensión física asociada a la realidad espiritual no anula la realidad espiritual.
Cuando Jesús dijo, “pero yo les digo que cualquiera que mira a una mujer y la codicia ya ha cometido adulterio con ella en el corazón” (Mt 5:28), él veía muy claro —de la misma forma en que un diseñador ve su invento— que el ojo físico tiene efectos profundos en el “corazón” espiritual.
Cuando el sabio del Antiguo Testamento dijo literalmente en Proverbios 23:7, “pues como él piensa en su interior, así es él”, vio con una claridad similar que los actos del alma crean el ser. Lo que se piensa con el alma tiene relación con el “ser” y ese “ser” incluye el cuerpo.
En otras palabras, afecta ambas partes. La realidad física afecta el corazón y el corazón afecta la realidad física (el cerebro). Por lo tanto, la horrible noticia que las investigaciones nos han dado sobre el poder esclavizante de la pornografía no es la última palabra: la última palabra la tiene Dios. El mayor poder lo tiene el Espíritu Santo. No somos simples víctimas de nuestros ojos y de nuestros cerebros. Sabemos esto por las Escrituras y por la experiencia.