Uno de los pasajes más conocidos de la Escritura es el siguiente:
Por nada estén afanosos; antes bien, en todo, mediante oración y súplica con acción de gracias, sean dadas a conocer sus peticiones delante de Dios. Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará sus corazones y sus mentes en Cristo Jesús (Fil 4:6-7).
Indudablemente, es fácil decirlo: oración + acción de gracias = paz. Sigan estos pasos y obtendrán paz. Entonces, ¿por qué la fórmula no funciona? Cuando estoy ansioso, oro, pero mi mente sigue volviendo a la situación que me produce ansiedad y antes de que me dé cuenta ya estoy tratando de resolver el problema. Después de haber confesado nuevamente mi déficit de atención, vuelvo a orar, pero el ciclo continúa. Luego pienso en que debo mejorar mi agradecimiento y hago una lista de cosas por las que debo dar gracias, pero hacerlo, rara vez, mitiga mi ansiedad y por motivos razonables. No importa cuán larga sea la lista, nada garantiza que pueda evitar mis nuevas suposiciones apocalípticas.
¿Y ahora qué? Acabo de tratar de poner en práctica uno de los clásicos pasajes sobre la ansiedad y no funcionó.
¡Ajá! Ese es el punto. Estaba buscando una píldora; fui a ver a Dios «mi farmacéutico» y le pedí que se llevara mi ansiedad. No obstante, así no es como funciona la Escritura. Debí haberme dado cuenta de ello cuando reduje el pasaje a una fórmula. La Escritura se trata del Dios trino; de conocer y de confiar en una persona. Es más, nuestras fórmulas podrían alejarnos de esa persona y hacer que confiemos en una serie de pasos que debemos seguir.
Volvamos al pasaje y busquemos al Príncipe de Paz (Is 9:6).
El Señor está cerca
Mandamientos como «por nada estén afanosos» normalmente vienen después de haber dado una razón por la cual no tenemos que afanarnos. En este caso, la razón se encuentra en el versículo anterior: «El Señor está cerca» (Fil 4:5).
Eso cambia todo. El énfasis no se encuentra en la forma en que oramos, sino que en el Dios que se ha acercado, que escucha y que está con nosotros. La única cosa que podría separarnos de su amor y de su presencia son nuestros pecados, pero éstos han sido lavados por la sangre de Jesús.
¿No es verdad que, en las situaciones aterradoras que enfrentamos, la presencia de otra persona puede aliviar nuestros temores? El temor no necesita una serie de pasos impersonales; necesita una persona. Si entran solos a un lugar oscuro y desconocido, temen. Si le dan la mano a alguien mientras están en ese lugar, su temor se alivia. Si somos consolados con la presencia de un simple ser humano, que es menos fuerte y menos valiente que nosotros, ¿cuánto más lo seremos con la presencia del Cristo reinante?
Éste es el camino hacia la paz y el consuelo. Mediten en Emmanuel, «Dios con nosotros». Recuerden que se nos dio el Espíritu de Jesús (Jn 14:27). Él no está limitado por un cuerpo físico que lo restringe a estar en un sólo lugar y con una sola persona a la vez. Él está con todo el pueblo de Dios todo el tiempo.
Emmanuel nos dará maná
Pero, ¿qué hará cuando él esté con nosotros? ¿Nos dará el dinero que necesitamos? ¿Destruirá a la persona que quiere hacernos daño? ¿Evitará que nuestros hijos sufran algún accidente? Sabemos bastante bien que la respuesta a estas preguntas es «no siempre». Sabemos que el pueblo de Dios sufre cosas malas. Así que, aunque él es el Dios Todopoderoso, ¿qué diferencia hace su presencia cuando no usa siempre su poder en la forma que a nosotros nos gustaría? Sentimos que nos dejaron donde comenzamos: confiando en un par de pasos que esperamos nos hagan sentir más en paz. Dios debe decir algo más.
Y sí, hay más. En primer lugar, debemos entender que cuando Dios dice que él está presente (o que escucha, que ve o que recuerda), está diciendo que él está haciendo algo. Él no es un espectador pasivo. En segundo lugar, esto es lo que él está haciendo: él nos da lo que necesitamos cuando lo necesitamos (Mt 6:19-34). En el Nuevo Testamento, él dice que nos dará la gracia que necesitamos. Esa gracia es parte de una tradición que comenzó con la aparición del maná para los israelitas que lo necesitaban. En los momentos de problemas, Dios promete darnos el maná que necesitamos.
Él incluso explica con lujo de detalle cómo va a suceder esto (Ex 16). Hay momentos en los que nos sentimos como viajeros desamparados en el desierto sin mucha esperanza de obtener comida y agua. Entonces, Dios nos dará el maná en el momento que lo necesitemos. No nos dará tanto, de modo que sobre para guardar para mañana porque, si es así, comenzaremos a confiar en el maná en vez de confiar en Emmanuel.
Dios hace una promesa. Él nos dará el maná —o la gracia— cuando lo necesitemos, pero no antes. Esto significa que si anticipamos el futuro en base al maná que nos sobró hoy, que es nada, estaremos ansiosos. Lo que no estamos considerando en nuestra anticipación de las cosas es que recibiremos nueva gracia cuando la necesitemos.
Esto debe sonar familiar. Piensen en los momentos en que sintieron temor frente a una situación que no resultó tan mal como habían anticipado: se les dio maná cuando lo necesitaron. Piensen en momentos cuando algo particularmente difícil los sorprendió. Aunque fue algo doloroso, recibieron la gracia para resistir con fe.
Sufriremos adversidad en la vida; de eso no hay duda. La Escritura no nos ofrece un reino que nos libre del dolor. Sin embargo, el Rey sí promete que estará con nosotros en cada prueba que enfrentemos y que nos dará el maná que necesitemos para que podamos conocerlo mejor, confiar en él, vivir por él y ser transformados cada vez más a la semejanza de Jesús sin importar los desiertos que debamos atravesar en la vida. En otras palabras, él nos dará el mejor de los regalos cuando necesitemos ayuda. El maná nos estaba apuntando a algo mucho mejor (Dt 8:2-3); nos apuntaba hacia el Pan de Vida que saciará nuestra hambre de tal forma que no sintiéramos más hambre dos horas después. El maná nos estaba señalando a Jesús y a lo que se nos da en su muerte y resurrección.
¿Ven alguna conmovedora esperanza? Lo opuesto a la ansiedad es la esperanza. La ansiedad anticipa que el maná no vendrá; la esperanza, que Dios estará con nosotros y nos dará algo mejor que el maná. ¿Dónde encaja la paz entonces? La paz es la compañera de la esperanza.
La humildad es el camino
La esperanza y la paz no llegan sin una pelea. Desde luego, Dios se complace en trabajar la esperanza y la paz en nosotros, pero lo hará gradualmente. Vienen a medida que meditamos y nos alimentamos de la Escritura, a medida que nos alimentamos en Cristo y seguimos clamando por maná y gracia. El reino de Dios avanza a través de la debilidad y de la dependencia en el Rey, no por medio de victorias rápidas e incruentas. Si se sienten un poco débiles, probablemente estén en el camino correcto.
El don de la humildad es esencial en esta batalla contra el temor y la ansiedad. Encaja perfectamente, ¿no es así? En nuestra ansiedad, generalmente estamos preocupados por las cosas que amamos. Queremos tener el control. Queremos tomar los asuntos en nuestras manos para proteger nuestro futuro, pero nos damos cuenta de que es imposible manejar las posibles eventualidades. Queremos proteger nuestro reino. Al vernos ansiosos, nos parece que nuestra agenda es mucho más importante que la de Dios. Podrían darse cuenta de que han adoptado una interpretación propia del mundo de Dios en vez de someterse a sus claras palabras respecto a su amor y su cuidado.
Así es como el apóstol Pedro une la humildad con la ansiedad: «Humíllense, pues, bajo la poderosa mano de Dios, para que Él los exalte a su debido tiempo, echando toda su ansiedad sobre Él, porque Él tiene cuidado de ustedes» (1Pe 5:6-7).
Él nos está pidiendo que hagamos sólo una cosa: humillarnos a nosotros mismos ante él. La humildad se expresa al poner nuestras ansiedades sobre aquel que es poderoso y confiable.
Cuando los miedos de un niño no son mitigados por los intentos de consuelo de un padre, en esencia lo que el niño está diciendo es que cree que el monstruo que está debajo de la cama es más fuerte que sus padres o que a sus padres realmente no les importa su bienestar. El miedo del niño muestra su falta de confianza o de seguridad en el padre. En contraste, la humildad escucha la voz de los padres y cree que se puede confiar en ellos, aun cuando la evidencia sugiere que las circunstancias están fuera de control. La humildad dice, «creo en ti más de lo que creo en lo que mis ojos ven o en lo que mi mente imagina»; la humildad es sumisa.
Esto quiere decir que la simple información o conocimiento no traerá paz. Es más, debemos responder a lo que escuchamos con humildad y confianza.
Busquemos la paz para la gloria de Dios
Hay pasos para llegar a tener paz, pero son un poco diferentes a los pasos que damos cuando seguimos una receta. Estos pasos son completamente personales: conocer al Dios que se acerca, esperar un mejor maná y caminar ante él en humildad. No se rindan en la búsqueda de la paz. La paz nos hará sentir mejor, lo que es algo bueno, pero hay algo mayor en juego. En un mundo en donde la verdadera paz parece imposible, queremos ser embajadores que dicen que sí está disponible únicamente en el Príncipe de Paz. Sin duda, esto le dará la gloria a Dios.