Es difícil desconectar nuestra experiencia con Dios de nuestra experiencia con la iglesia (y así es cómo se supone que debe ser).
Es por eso que Dios odia el abuso de poder en la iglesia, la cual dice: «Dios es un abusador» (Sal 94:16). Es por eso que Dios odia el abandono a los vulnerables, el cual dice: «Dios abandona a los vulnerables» (Is 1:17). Es por eso que Dios odia la adoración de un don por sobre otro, la cual dice: «Dios tiene favoritos». El poder que la iglesia tiene para estampar las impresiones de Dios en las almas de las personas es asombroso y horrible.
Para quienes encuentran su fe destrozada en un choque frontal con la iglesia, como un automóvil destrozado en una autopista, ¿cuál es la forma de avanzar? Entre «supongo que esperaré a que pase» y «me voy para siempre» hay cinco realidades que enmarcan nuestras heridas, las ponen en una mejor perspectiva y nos ayudan a dar los siguientes pasos.
Toda comunidad se hiere a sí misma
Se ha vuelto cada vez más popular apartar a la iglesia de llevar características que son simplemente comunes para todas las personas, tanto en cristianos como en no cristianos de igual manera.
- Las personas no siempre saben lo que necesitan.
- Las personas a veces nos ignoran y nos abandonan.
- Las personas no siempre dicen lo correcto.
- Las personas solamente pueden tener muchos amigos.
- Las personas no son nuestros mayordomos ni nuestros garzones.
- Las personas a veces nos hieren.
- Las personas, por naturaleza, se interesan por sí mismas.
- Las personas son complicadas.
No hay necesidad de hacer que esto se trate de los cristianos. Todas estas cosas son ciertas para las personas que están sentadas en el Starbucks que tienes más cerca. «Los cristianos son tan ______»; no, las personas son tan ________. Y la iglesia está compuesta de personas: el pueblo de Dios. Algunos mejores que el promedio; otros, peores por ahora.
A veces, las heridas que recibimos de la iglesia son el resultado de actitudes o comportamientos inaceptables y negligentes en la iglesia. Frecuentemente, son el resultado de expectativas poco realistas y no bíblicas que le imponemos a nuestros hermanos y hermanas en Cristo.
Una iglesia sin heridas
Una iglesia sin heridas es fácil de vender en un mundo donde las palabras valen poco: «Curan a la ligera el quebranto de la hija de mi pueblo, diciendo: “Paz, paz”, pero no hay paz» (Jr 8:11). En los últimos días, muchos son engañados debido al poder del diablo para sanar heridas: «su herida mortal fue sanada. Y la tierra entera se maravilló y seguía tras la bestia» (Ap 13:3). ¿El mundo será tentado a adorar la sanidad de heridas temporales por sobre el Salvador del pecado y Sanador de las almas? Somos tentados a hacer eso ahora.
Las heridas del pueblo de Dios cargan con una ironía distintiva. Por un lado, sí, la iglesia debe ser un lugar de amor y de sanidad para el débil; un hospital, no un museo. Y sin embargo, la iglesia también debe herir amorosamente. La espada y el bisturí son indistinguibles para el corazón no arrepentido. Cuando somos heridos, incluso si han sido injustos con nosotros, estamos obligados a preguntarnos a nosotros mismos o a un amigo: «¿tengo un corazón arrepentido? ¿Es esta herida necesaria? ¿Está Dios haciendo lo que solo Dios puede hacer por mí?» (1Co 11:31-32).
El llamado de Dios a la iglesia es apremiante en su protección del débil, se mantiene en alerta contra el cáncer del pecado y es delicado hacia el arrepentido.
No todo dolor lleva a la muerte
Cuando he realizado una autoexaminación honesta, podemos abordar la pregunta con integridad: ¿qué hago cuando he sido herido por la iglesia y me siento traicionado por Dios? Estamos con Job, cuando se desesperó: «Mi herida es incurable, sin haber yo cometido transgresión» (Job 34:6). ¿Por qué no solo marcharme de todo, comenzar con un grupo de apoyo de «trauma religioso» y criticar los abusos de la iglesia? ¿Por qué no?
Porque hacer eso sería admitir que nuestra fe en Dios se trataba sobre los beneficios de la iglesia desde el principio: el amor, los amigos, la comida. Tenía que ver más con eso, ¿no es así? El trauma religioso duele más porque tiene que ver más con estar dentro de un club social espiritual. Somos parte de la iglesia porque nacimos para vivir para siempre, ya sea en el cielo o en el infierno.
Dios, salva a la iglesia de una intimidad tan falsa. Salva nuestra fe de motivaciones tan superficiales. Hiérenos si es necesario, si eso quita la venda de la comunidad física con el fin de que podamos recordar por qué vamos a la iglesia desde el principio: para glorificarte al recibir tu amor y para compartir tu amor los unos con los otros.
La herida en nuestra fe (incluso una herida hecha por la iglesia) puede ser la ocasión para abrigar un cinismo infeccioso o para cortar la carne muerta de la piedad superficial y volver a conectarnos con el Dios que está ahí. La decisión es nuestra. «La herida de la iglesia» puede ser la ocasión ya sea para la muerte o para el renacimiento; para la regresión o para la renovación.
No quiero decir que no duela; que no sea devastador. Sin embargo, no funcionemos bajo el mito de que la herida provocada por la iglesia requiere un camino de retiro y aislamiento. Existe otro camino, si lo queremos: «que la fe de ustedes no descanse en la sabiduría de los hombres, sino en el poder de Dios» (1Co 2:5).
Los fieles entenderán, porque Dios lo hace
Algunos que han estado en la iglesia por un largo tiempo y han sido heridos por ella, tristemente traspasan el dolor directamente a la siguiente generación: «He servido por cuarenta años y aún estoy aquí. Tú también puedes soportar un poco de dolor». Y no dicen: «sí, sé de lo que hablas. Esta es mi historia de dolor, ¿cuál es la tuya?».
Las heridas que provoca la iglesia no es determinada. No es algo que deba darse por sentado como simple imperfección humana. No está bien; no es tolerable. Los profetas y los apóstoles nunca dejaron de criticar al pueblo de Dios por su falla en amar de la manera en que Él ama; de ser santos como Él es santo.
Dios mismo tiene suficientes razones para dejar la iglesia; no se esconde en su frustración por nuestra rebelión pecaminosa, incluso mientras refuerza su compromiso de permanecer: «No ejecutaré el furor de mi ira» (Os 11:9). «Mi corazón se conmueve dentro de mí, se enciende toda mi compasión» (Os 11:8). Dios está destrozado, pero Él hizo un pacto para quedarse. Él está enojado y nombra el mal cometido en su contra, pero escoge amar; Él está obligado a amar.
Los fieles en la iglesia sabrán cómo es querer irse de la iglesia, y tendrán compasión de otros que están en el mismo bote, porque incluso Dios sabe lo que se siente ser inducido a irse, y aún así quedarse incondicionalmente.
La iglesia te necesita
Martin Luther King, Jr. escribió: «he visto muchas iglesias consagrarse a una religión completamente de otro mundo» (Why We Can’t Wait [Por qué no podemos esperar], 103). Por consiguiente, «cada día conozco jóvenes cuya desilusión con la iglesia se ha convertido en absoluta repugnancia» (105).
Es comprensible por qué quieran irse aquellos cuya fe ha sido dañada por la iglesia. Muchas víctimas de culturas de iglesias abusivas sienten que la iglesia en realidad les robó la fe. Esa es una experiencia trágica y quizás cierta en algún grado. Dios se duele demasiado por ellos; su rostro y sus palabras se han fundido con los dañinos rostros y palabras de personas imperfectas y nocivas.
La respuesta de Dios es ser el mejor rostro; ser la mejor palabra. Pablo, un guía bueno y confiable, le habla a un grupo de creyentes que tenían dudas de si es que él se aprovecharía de ellos:
¿O acaso necesitamos, como algunos, cartas de recomendación para ustedes o de parte de ustedes? Ustedes son nuestra carta, escrita en nuestros corazones, conocida y leída por todos los hombres, siendo manifiesto que son carta de Cristo redactada por nosotros, no escrita con tinta, sino con el Espíritu del Dios vivo; no en tablas de piedra, sino en tablas de corazones humanos (2Co 3:1-3).
Dios requiere que su iglesia sea «misericordios[a], y de espíritu humilde» (1P 3:8). Ustedes son la promesa cumplida de Dios para la iglesia, escrita, no en abuso, sino que en santo cuidado; no en políticas de iglesia, sino que en humilde piedad; no en símbolos de estatus cristiano, sino que en amor y en servicio.
«El estado ideal de “La Iglesia” le entrega el estándar de su tarea, y para parecerse más, ese debe ser su constante esfuerzo» (Milligan, Ascension [Ascensión], 233). Por los momentos en que no es así, Oh Dios, guíanos misericordiosamente a un estado de la mente que nos permita enmarcar la herida correctamente; tomar en cuenta las realidades que deben evitar que caigamos en un ciclo de amargura que puede ser tan destructivo como el abuso mismo. Mantennos seguros, pero vulnerables; sabios, pero humildes; con nuestro justo enojo y con nuestros corazones compasivos hacia tu pueblo.