He escuchado muchas veces esto: «a un hombre le gusta una mujer callada». «Los chicos no responden bien a chicas inteligentes». «Las mujeres educadas son demasiado intimidantes para atraer a buenos hombres».
Entiendo por qué creemos estas cosas. Es un buen cuento. Tiene sentido por el éxito que algunas mujeres tienen al encontrar marido y por el fracaso de otras. Como cristianos (y humanos), nos sentimos muy inteligentes cuando llegamos a diagnosticar la causa y la cura de la soltería. «Eres demasiado llevada a tus ideas»; «eres muy escandalosa»; «una mujer debe ser tranquila, callada y delicada».
Sin embargo, es fácil olvidar esto en medio de todo nuestro diagnóstico: si es que una mujer es «intimidante» puede ser un factor de percepción masculina, no personalidad femenina. ¿Queremos que las mujeres sean menos intimidantes? Esa es una pregunta que debemos hacerles a los hombres que han experimentado relaciones con mujeres así y solo podemos esperar que esos hombres maduren. La pregunta real que necesitamos hacernos es: ¿queremos que las mujeres sean débiles? Y la respuesta debe ser por siempre, basados en la Escritura, «¡de ningún modo!».
Las mujeres fuertes son tan vitales como los hombres fuertes para el propósito de Dios en la iglesia. ¿Por qué?
1. Las mujeres fuertes exponen a los hombres malvados
No puedo hablar por todos los hombres cristianos, pero puedo hablar por mí y por muchos de los hombres en la Biblia: la piedad es atractiva tanto para hombres como para mujeres (Pr 31:30). Y a menudo, la feminidad piadosa requiere ser fuerte, incluso intimidante. Piensa en Jael en Jueces 4. El esposo de Jael, Heber, «se había separado de los Quenitas» y «había plantado su tienda cerca de la encina en Zaanaim, que está junto a Cedes» (Jue 4:11).
Por lo tanto, cuando Sísara, un general militar cananeo que seguía las órdenes de Jabín, el rey de Hazor (enemigo del pueblo de Dios) intentó buscar refugio, fue a la tienda de Heber, «porque había paz entre Jabín, rey de Hazor, y la casa de Heber el quenita» (Jue 4:17). No obstante, Sísara encontró a Jael en la tienda y comenzó a darle órdenes: «te ruego que me des a beber un poco de agua». «Ponte a la entrada de la tienda». En respuesta, ella «se le acercó silenciosamente y le clavó la estaca en las sienes, la cual penetró en la tierra» (Jue 4:21). Más adelante, Débora cantó de Jael: «Bendita entre las mujeres es Jael… Extendió ella la mano hacia la estaca de la tienda, y su diestra hacia el martillo de trabajadores» (Jue 5:24, 26),
Gracias a Dios que Jael no fue mansa, sumisa y respetuosa hacia este amigo de su rebelde marido. Ella no era una mujer para pisotear. Las mujeres fuertes rechazan las peticiones de los hombres malvados.
2. Las mujeres fuertes reprenden a los hombres buenos
Cuando David planeó matar a Nabal (el hombre impetuoso y bruto que encarnaba la locura masculina pura), la esposa de Nabal ofreció cientos de tortas de higos, panes y odres de vino a David. No obstante ella usó la oportunidad para advertirle a David que él «no causará pesar ni remordimiento a [su] señor, tanto por haber derramado sangre sin causa como por haberse vengado [su] señor» (1S 25:31). En otras palabras, Abigail le advirtió: «ten cuidado. No uses tu poder de una manera que te haga sentir culpable».
David respondió: «bendito sea tu razonamiento, y bendita seas tú, que me has impedido derramar sangre hoy y vengarme por mi propia mano» (1S 25:33). No tardó mucho para que Nabal muriera de un ataque cardiaco. «Entonces David envió un mensaje a Abigail, para tomarla para sí por mujer» (1S 25:39).
A David le atrajo esta fuerte mujer por su fuerza, por su reprensión y por su carácter. Abigail hizo la vida de David más difícil. Y David, en un momento de gracia, fue capaz de ver que el hecho de que Abigail se hubiera cruzado en su camino era un regalo de pureza para él. Ese día, David estaba buscando salvación por sí mismo, pero Dios se la regaló en Abigail, quien, incluso cuando estaba a su merced como su súbdita, le dijo lo que necesitaba escuchar.
Las mujeres fuertes reprenden a los hombres buenos que necesitan ayuda en su debilidad, que necesitan que alguien los ayude a ver cómo pueden ser fuertes.
3. Las mujeres fuertes crían hombres creyentes
No existe un recordatorio más fuerte y más consistente del Evangelio en mi vida que mi mamá. Pablo dice algo muy similar de Timoteo: «Porque tengo presente la fe sincera que hay en ti, la cual habitó primero en tu abuela Loida y en tu madre Eunice, y estoy seguro que en ti también» (2Ti 1:5).
En un mundo ideal, los hombres y las mujeres se asociarían en sus fuerzas. Sin embargo, vivimos en un mundo donde necesitamos que mujeres fuertes hagan hombres fuertes, porque a veces simplemente no hay hombres ahí para hacerlo. El papá de mi mamá murió cuando ella tenía nueve años y mi propio papá no estuvo lo suficientemente presente en mi vida para ser un padre. Así que ella hizo el trabajo de dos padres (el trabajo de dos discipuladores) tanto para mi hermana como para mí. Con Timoteo y Pablo, me alegra que Dios nos haya dado estos regalos de mujeres fuertes para sobrevivir la presencia inconsistente y las consecuencias de hombres «fuertes».
Por su puesto, algunas de las madres más piadosas han tenido algunos de los hijos más impíos, y viceversa. No obstante, en una era en la que los padres a menudo fallan en conferir el don de la fe a sus hijos, el futuro a menudo se encuentra en la fuerza de las mujeres para hacer esa obra del Evangelio.
Ya sea como sus hijos o como sus discípulos, las mujeres fuertes crían hombres creyentes.
La belleza y la fuerza de la fe
Vivimos en una era en que las mujeres están superando a los hombres en muchas áreas de competencia profesional y personal. Y los hombres tienen dos opciones: encontrar la fuerza femenina cautivantemente atractiva o ser inseguros e intimidados. Los hombres verdaderos aman a mujeres fuertes, porque la gloria de Dios es hermosa y «la mujer es la gloria del hombre» (1Co 11:7).
Jesús, les dio a los hombres la gracia de ver la belleza de la gloriosa fuerza femenina. Dale a las mujeres la resiliencia para permanecer fuertes el tiempo suficiente para que los hombres correctos las encuentren hermosas por las razones correctas. Y ayuda a hombres y a mujeres a enamorarse de la fe probada y genuina, que es «más preciosa que el oro que perece, aunque probado por fuego» (1P 1:7).