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Título original en inglés: “Anxiety, Waiting and the Coronavirus”


Escribir acerca de eventos mientras estos están ocurriendo es siempre un poco peligroso. Es fácil alentar las reacciones exageradas y reforzar el inútil pánico en nuestros corazones. Dicho esto, el coronavirus de la COVID-19 nos da una oportunidad para pensar en cómo respondemos a la ansiedad. Específicamente, quiero pensar en cómo podemos manejar la tensión particular de la ansiedad que viene cuando estamos a la espera de una amenaza que avanza silenciosamente hacia nosotros, con su aleta visible sobre la superficie. Afortunadamente, la Escritura conoce íntimamente el miedo al peligro inminente y trata con él repetidamente.

Por lo tanto, aprovechemos esta ocasión para refrescar nuestra memoria colectiva con la manera en la que la Escritura navega este remolino en particular dentro de la corriente de ansiedad más grande. ¿Cuál es nuestro consuelo cuando se avecina una amenaza importante, pero que aún no ha comenzado de verdad a erosionar la costa? Miremos a una porción desconocida de un conocido pasaje del Antiguo Testamento para dirigir nuestras mentes hacia la dirección correcta.

Esperar para sumergirnos en el torrente

Después de que dejaron Egipto, el pueblo de Israel vagó en el desierto por décadas. Cuando finalmente llegaron a la entrada de la tierra prometida, enfrentaron un último obstáculo para entrar: el río Jordán. Sabes cómo es la historia. Los sacerdotes llevaban el arca al río y, una vez que sus pies se mojaron, las aguas se separaron y el pueblo cruzó por tierra seca. Dios repite la provisión milagrosa de liberación que sus padres habían experimentado una generación antes en el mar Rojo.

Lo que podemos dejar pasar fácilmente es un pequeño detalle en los primeros dos versículos de Josué capítulo 3, y es el siguiente: el pueblo tuvo que acampar y esperar en la orilla del río por tres días (3:2), sin saber lo que vendría después ni cómo cruzarían. ¿Cómo se siente sentarse en tu tienda y ver un río agitándose en su fase de desborde (3:15)? ¿Cómo se siente ver a tus hijos jugar afuera, sabiendo que tendrán que, de alguna manera, cruzar este río desbordante, oscuro debido al sedimento removido por el torrente? ¿Cómo es ver a tus ovejas, burros, y a tus preciadas reliquias familiares traídas desde Egipto que representan tus ahorros de vida, y preguntarte si lo perderás todo? ¿Cómo se siente saber que Dios te está llamando a seguir adelante, que promete estar contigo, pero que todo lo que puedes ver en realidad es un río, cuya profundidad no conoces, pero de cuyo poder fatal puedes estar seguro?

Es un paralelo fácil de hacer para nosotros hoy, ¿no es así? Un virus que se filtra a lo largo del mundo y que ha alcanzado nuestras costas, y que no sabemos cuán peligroso será. Dios nos está llamando a seguir avanzando en amor al prójimo y en servicio a su Reino, pero todo lo que podemos ver es superficies públicas potencialmente cubiertas de gérmenes y a nuestros prójimos que podrían ser vectores ambulantes de la enfermedad.

Debido a estos paralelos entre entonces y ahora, es sorprendente reflexionar en lo que Dios no hizo en el Jordán. Él podría —pero no lo hizo— haber recogido a su pueblo en un poderoso torbellino y haberlos dejado al otro lado del río en el momento en que ellos llegaron ahí. Él podría —pero no lo hizo— haber separado al Jordán, esperándolos así cuando llegaron, quizás con la tierra seca y unas cuantas hierbas y lirios al centro del sendero que seguiría el pueblo. Él simplemente podría —pero no lo hizo— haberles pedido que nadaran, que usaran algo para flotar y así cruzar el río, encargándose de que todos llegaran a salvo y que se contabilizara cada oveja y aro de oro. Estas habrían sido maneras igualmente milagrosas e igualmente efectivas de llevar a sus hijos a su nuevo hogar.

Al contrario, Dios decidió que su pueblo esperara y viera el desbordante río, invitándolos a confiar en Él con todo lo que podría significar cruzar ese torrente.

Esperando bien

Dios a menudo nos llama a esperar en la presencia de nuestros enemigos, ¿cierto? Frecuentemente, Él viene a nuestra ayuda después y en maneras diferentes a las que nos gustaría. Lo que más nos gusta es escuchar historias sobre dramáticos rescates e increíbles milagros de rescate de situaciones terribles. Pero lo que más nos gusta es experimentar historias en las que Dios provee de maneras no especiales, seguras y predecibles, como cuentas corrientes llenas, buena salud, éxito en el ministerio con bajo riesgo y con una alta aceptación de la congregación, así sucesivamente.

Dios sabe que necesitamos recordar nuestra dependencia de Él una y otra vez mientras vivamos. Pocos recordatorios son más vívidos o más intensos que la espera junto a ríos desbordantes; pasar noches en la guarida de un león; la espera de momentos infartantes para ver si Jerjes extendería su cetro; o la espera en el huerto de Getsemaní mientras tu rabí derrama su alma y transpira en angustiosa oración, sabiendo que hay hombres peligrosos que quieren arrestarlo a Él y a ti. Dios sabe que esos recordatorios de nuestra dependencia son aterradores y nos ponen gran presión (incluso cuando, al final, las cosas resultan bien). Es por eso que Él nos muestra que podemos confiar en Él y esperar en Él. Él ha sido el ayudador de su pueblo una y otra y otra vez a través de los milenios; y Él nos ayudará sin importar qué venga.

Entonces, ¿cómo esperamos bien en Él, específicamente frente a una pandemia global? Ciertamente, no fingiendo que todo estará bien. No sabemos si la COVID-19 terminará como un inconveniente para llenar nuestras carpetas o si terminaremos en una zona de cuarentena, o caeremos enfermos, o perderemos a un ser querido. Esperar bien frente a nuestra ansiedad respecto a un peligro venidero significa tomar con seriedad la realidad del peligro. En efecto, nuestro Dios toma nuestras vidas y nuestros sufrimientos muy seriamente, y «Él no castiga por gusto ni aflige a los hijos de los hombres» (Lm 3:33). Y cuando nos llama a atravesar aguas profundas, Él se asegura de que los ríos de aflicción no se desborden, puesto que «nos hace sufrir, pero también nos compadece, porque es muy grande su amor» (Lm 3:32-33, NVI).

Terminaré con un último pensamiento sobre cómo tú y yo podemos esperar en la ribera de este río, incluso a medida que crece el torrente:

Derrama tus ansiedades sobre tu Padre celestial. No agites infructuosamente el interior de tu corazón con preocupaciones sobre el cierre de escuelas, los planes de viajes, el deterioro económico, ¡o las superficies infectadas que has tocado! Cuando tengas temor, vuélcate a Él. Deposita tus ansiedades en Él, porque Él se preocupa de ti. Es más, transforma el lavado y el frotado de manos con el gel desinfectante en un momento en el que conscientemente te confíes a ti y al futuro de todos los que te importan en las manos de Dios.

Pasar tiempo elaborando frenéticamente estrategias sobre cómo cruzaremos el desbordante río es tan instintivo, aun cuando también es necio e innecesario. Por tanto, sí, lávate las manos y haz lo que es sabio al trabajar desde casa o al llamar a tu doctor. No obstante, no te permitas, por un momento, olvidar dónde se encuentra tu verdadera seguridad. Después de todo, no sabes lo que traerá el mañana, pero sí conoces a Aquel que separa los enfurecidos ríos… y que ya ha separado el último río por ti, ¡bloqueando su flujo con su cruz empapada de sangre! Ciertamente, encontrarás ese cruce final ya abierto y esperando por ti. Y al otro lado de ese río ya no sufrirás ni esperarás más.

Este artículo fue traducido íntegramente con el permiso de The Christian Counseling & Educational Foundation (CCEF) por María José Ojeda, Acceso Directo, Santiago, Chile. La traducción es responsabilidad exclusiva del traductor.
Esta traducción tiene concedido el Copyright © (29 de julio, 2020) de The Christian Counseling & Educational Foundation (CCEF). El artículo original titulado “Anxiety, Waiting and the Coronavirus” Copyright © 2020 fue traducido por María José Ojeda, Traductora General, Acceso Directo. El contenido completo está protegido por los derechos de autor y no puede ser reproducido sin el permiso escrito otorgado por CCEF. Para más información sobre clases, materiales, conferencias, educación a distancia y otros servicios, por favor, visite www.ccef.org.
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Alasdair Groves

Alasdair Groves sirve como Director Ejecutivo de CCEF, así también como miembro de la facultad y consejero. Ha recibido una Maestría en Divinidad con un énfasis en consejería de Westminster Theological Seminary. Es co-fundador de un centro de consejería bíblica en Northern New England donde ha servido como Director Ejecutivo por 10 años. Alasdair también sirvió como Director de la Escuela de Consejería Bíblica de CCEF por 3 años. Es co-autor de Untangling Emotions [Desenredando emociones] publicado por Crossway, ha publicado un número de artículos en el Diario de Consejería Bíblica, es anfitrión del podcást de CCEF y ha producido muchos recursos en blogs, video y audio. Alasdair y su esposa, Lauren, viven en New England con sus tres hijos. Alasdair es un entusiasta de la ficción, juega  Ultimate Frisbee, y ama producir y disfrutar buena comida y buena música.
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