Título original en inglés: «Help! I Keep Losing My Temper».
La ira en la silla de montar
Perder los estribos es muy parecido a perder las llaves del automóvil: nunca eliges hacerlo y siempre parece suceder en los peores momentos. Para algunos, «perder los estribos» significa gritar, maldecir, golpear la mesa con el puño. Para otros, la pérdida de los estribos es apenas perceptible: un apretón de mandíbula, un silencio frío; no obstante, los sentimientos de ira siguen pululando, solo que están escondidos en tu interior.
Sea cual sea nuestro estilo, todos perdemos los estribos algunas veces. Por «perder los estribos» simplemente quiero decir que tú y yo a veces entregamos las riendas de nuestro comportamiento a los sentimientos de ira de nuestra alma. Cuando tu cuerpo comienza a bombear adrenalina, expandir los vasos sanguíneos y tensar los músculos para una pelea, tu deseo de sentirte reivindicado (aunque, con demasiada frecuencia, la reflexión posterior revela que no estabas tan alto en el terreno moral como pensabas) se apodera de ti y te entrega su guión. Básicamente, perder los estribos significa que has puesto la ira en la silla de montar y ahora galopas a sus órdenes.
¿Por qué ocurre esto?
A pesar de los mil disfraces que pueda usar la ira, en el fondo la ira es simple. La ira siempre emite un juicio moral. Es la emoción moral. La ira dice que «lo que acaba de pasar estuvo mal». Ahora bien, nuestra ira puede ser precisa en su juicio sobre lo correcto y lo incorrecto o puede estar demasiado confundida como para saber lo que realmente está sucediendo. Por ejemplo, mis hijos pueden enojarse porque los estoy exasperando o pueden enojarse porque los estoy acostando a una hora razonable cuando ellos querían quedarse despiertos. De cualquier manera, el grito central de la ira es: «¡eso es injusto! ¡Eso es malvado! ¡Yo condeno eso!».
Santiago 4:1-2 presenta la dinámica básica que está en juego en nuestra ira pecaminosa. «¿De dónde vienen las guerras y los conflictos entre ustedes?», pregunta Santiago. «¿No vienen de las pasiones que combaten en sus miembros? Ustedes codician y no tienen, por eso cometen homicidio. Son envidiosos y no pueden obtener, por eso combaten y hacen guerra». En esencia, Santiago está diciendo que nuestra ira condena cualquier cosa que se interponga entre nosotros y lo que queremos. Debido a que, argumenta Santiago, estamos comprometidos con nuestro propio bienestar por encima de todo, cada vez que algo o alguien frustra nuestros deseos, sentimos que somos tratados injustamente y respondemos llamando a las tropas para vengar la injusticia percibida.
Entonces, en última instancia, perder los estribos no es más que ira poniéndose al mando sin controles ni equilibrios.
¿Toda ira es mala?
Es importante decir una cosa más antes de identificar las soluciones: ¡esto no significa que toda ira sea mala! Dios está enojado contra el pecado y los horrores que inflige a sus amados hijos. Podemos y debemos estar enojados ante cualquier cosa, desde el tráfico sexual hasta una disputa sarcástica entre nuestros amigos (¡aunque nunca, incluso en ese caso, debemos devolver mal por mal!). Además, aun cuando nuestra ira es verdaderamente pecaminosa y estamos perdiendo los estribos y gritándole a alguien, ¡muchas de las cosas que queremos son cosas genuinamente buenas para desear! Seguridad física para nuestras familias, un trato justo en el lugar de trabajo, no ser objeto de chismes en la iglesia y una noche tranquila en casa después de un largo día son cosas perfectamente justas que podemos desear.
Sin embargo, este es el punto: cada vez que tú o yo perdemos los estribos, significa que hemos pasado de desear algo bueno a exigir que debemos tenerlo. La ira pecaminosa está tan convencida de su propia superioridad moral que se siente perfectamente justificada cuando descarga su ira sobre lo que sea o quien sea que se haya atrevido a transgredir la justicia absoluta (es decir, que obtengamos lo que queramos en ese momento). Por lo tanto, aunque a veces tengamos la «razón» sobre un asunto, dar a la ira el control total de nuestra respuesta a un problema siempre será destructivo y pecaminoso. «Pues la ira humana no produce la vida justa que Dios quiere» (Stgo 1:20, NVI).
¿Qué podemos hacer?
¡Afortunadamente, no estamos condenados a perder los estribos indefinidamente! Dios promete obrar en los corazones de los que le aman. Él no solo cambia nuestro comportamiento, sino que también nos transforma para que «queramos» según su buena intención (Fil 2:13). Cuanto más Dios cambie nuestros deseos para reflejar lo que Él desea, tanto más:
- nuestra ira se dirigirá correctamente a los verdaderos males (en lugar del egocentrismo que naturalmente impulsa nuestra ira sin su intervención transformadora);
- y, junto con eso, más confiaremos en sus formas de lograr lo que es bueno. Por mucha razón que tengamos sobre el asunto en cuestión, el amor a Dios resiste la tentación de darle rienda suelta a nuestra ira. En cambio, la ira piadosa busca la restauración y la protección de los que han sido agraviados sin venganza, crueldad, insulto o cualquier otra forma de devolver mal por mal.
Para aquellos que encuentran que su temperamento es un problema especial, permítanme ofrecer tres breves sugerencias:
¿Qué querías?
Cuando hayas perdido los estribos, pregúntate qué es lo que querías. Es sorprendente cuánto puedes aprender sobre tus deseos y los motivos subyacentes cuando simplemente disminuyes la velocidad y consideras qué deseo estaba siendo frustrado. La ira siempre está impulsada por un deseo: cuanto mejor comprendas tus deseos, mejor comprenderás cómo, por qué, cuándo y dónde perderás los estribos la próxima vez, y podrás prepararte para situaciones desafiantes.
Y cobra ánimo. El simple hecho de que estés diciendo: «¡ayuda! ¡Sigo perdiendo los estribos!», debería darte mucha esperanza. Demasiadas personas enojadas no se dan cuenta en absoluto de que lo están. Simplemente «saben» que tienen «razón» y que todos los demás están «equivocados». Cuanto más veas y lidies con los deseos subyacentes de tu ira, más equipado estarás para valorar y buscar las cosas correctas en el calor del momento.
Ama profundamente
En última instancia, nuestra esperanza no está simplemente en explorar nuestros deseos subyacentes problemáticos. La única forma verdadera de reducir el problema de tu temperamento es valorando y apreciando realmente cada vez más traer bien y bendición a tus seres queridos. Tu mayor objetivo no es comprenderte a ti mismo (¡por mucho que esto te ayude!), sino estar menos enfocado en ti mismo y en tus deseos. En cambio, Dios quiere que te concentres más en el bien de los que amas y están a tu alrededor. Cuanto más desee tu corazón bendecir a las personas que te rodean en lugar de tu propia comodidad, reputación, etc., menos propenso serás a perder los estribos cuando no obtengas lo que quieres (y estás seguro de merecer) en cualquier momento repentino.
Una forma de cultivar esto es dedicar diariamente un par de minutos a orar Filipenses 4:8 por aquellos con quienes corres más peligro de perder los estribos. Ora para que Dios haga crecer en ellos lo que sea noble, correcto, amable, puro, etc. y ora para que aprecies más profundamente lo que Él ha hecho que sean
Arrepiéntete seriamente
Toma en serio el arrepentirte ante las personas que has lastimado. No estoy hablando de promesas extravagantes de no volver a enojarse nunca más. En su lugar, ora por la protección de Dios contra la ira farisaica en tu corazón y luego pídeles a las personas a las que has dañado que te ayuden a comprender cómo las ha dañado. Luego, escucha de verdad la respuesta. Expresa tu dolor por cómo los has lastimado (no solo por el hecho de que hiciste algo «malo» en un sentido abstracto).
A veces, será insoportablemente difícil, pero le dará a tu conciencia una enorme cantidad de municiones con las que protegerte contra nuevos arrebatos. (Y recuerda que no se trata de que exijas perdón; por definición, nunca puedes exigirlo, ya que debe elegirse libremente).
A veces, también puede ser útil compartir tu conciencia del problema en tus deseos: «lamento haber dejado que mi deseo de una noche tranquila me controlara tanto que te grité cuando intentaste hablar conmigo sobre nuestro horario de la semana. Sé que eso debe haberte lastimado y que también ha sido frustrante mientras intentas planificar los próximos días. ¿Me perdonas?»
Controlar tu temperamento al domar tu lengua (y las cien maneras en que tus acciones pueden hablar más fuerte que tus palabras) no es una tarea fácil. Sin embargo, ninguna aplicación del llamado a amar al prójimo y a honrar a Jesucristo es más urgente e importante.
¡Gracias a Dios que en toda necesidad nos da más gracia (Stg 4:6)!