Estaba parado junto al lavaplatos de la cocina de un amigo, sorprendido y un tanto afectado. La esposa de mi amigo había pegado una tarjeta en la pared detrás del lavaplatos con algunos recordatorios espirituales. En sí no era nada nuevo: aunque todavía era un joven creyente, había visto esas tarjetas pegadas en escritorios, puertas, espejos de baño y cosas por el estilo. No, lo que me sorprendió fue un recordatorio particular que esta joven mujer había escogido escribir.
No recuerdo las palabras exactas, pero el sentido aún arde en mi memoria: «mereces el infierno».
¿Mereces el infierno? Por un lado, no tenía una objeción intelectual para esa afirmación. Hace poco yo mismo me había dado cuenta de la oscuridad de mi ingenuo corazón. Me había dado cuenta de que no sólo estaba equivocado o necesitaba perdón de vez en cuando, sino que en realidad merecía el infierno y, lejos de la gracia de Jesús, estaba destinado al infierno.
No obstante, la tarjeta aún me afectaba. Sí, merecemos el infierno, pero ¿debemos recordar este hecho con tanta frecuencia como lavarnos las manos? ¿La realidad del infierno, y el recuerdo de que una vez nos dirigíamos hacia allá, permanece caliente en nuestras mentes?
Sin duda puedo imaginar a alguien pasar demasiado tiempo pensando sobre el infierno. El dolor impronunciable del castigo eterno, si dedicamos mucho tiempo a ello, puede abrumar el sentido de gozo que pulsa a través del Nuevo Testamento. No obstante, una reciente visión global sobre las cartas de Pablo me lleva a pensar que la esposa de mi amigo estaba más cerca a este corazón apostólico que mi instinto de retroceder.
Nosotros podríamos no pegar recordatorios sobre nuestros lavaplatos, pero de alguna manera el pensamiento necesita convertirse en uno que sea más que pasajero y ocasional. Merecemos el infierno, y el único que se interpone entre nosotros y esa oscuridad exterior es: Jesús.
Recuerda el infierno
Cuando vamos a las cartas de Pablo, en realidad, notamos algo incluso más alarmante que la tarjeta sobre el lavaplatos de mi amigo. Regularmente, a lo largo de sus escritos, el apóstol no sólo les recuerda a las iglesias de su estado previamente perdido; también les advierte sobre el continuo peligro de alejarse de Cristo. No sólo dice: «mereces el infierno», sino que también: «asegúrate de no terminar allí».
Considera sólo un par de las advertencias vigorizantes de Pablo a las iglesias:
- «Si ustedes viven conforme a la carne, habrán de morir» (Ro 8:13).
- «¿O no saben que los injustos no heredarán el reino de Dios?» (1Co 6:9).
- «Que nadie los engañe con palabras vanas, pues por causa de estas cosas la ira de Dios viene sobre los hijos de desobediencia» (Ef 5:6).
- «Consideren lo […] terrenal como muerto […] Pues la ira de Dios vendrá […] por causa de estas cosas» (Col 3:5-6).
- «El Señor es el vengador en todas estas cosas, como también antes les dijimos y advertimos solemnemente» (1Ts 4:6).
La situación llega a ser incluso más sorprendente cuando consideramos la postura general de Pablo hacia los creyentes en esas culturas. Pablo estaba «convencido» de que los romanos estaban «llenos de bondad» (Ro 15:14). Él tenía confianza de que los corintios habían «sido santificados en Cristo Jesús» (1Co 1:2). Él vio a los efesios ya sentados con Cristo (Ef 2:4-6); él se alegraba por la firmeza de la fe de los colosenses (Col 2:5); él sabía que Dios había escogido a los tesalonicenses (1Ts 1:4).
Y aun así, hizo una advertencia. Es más, Pablo pone sus advertencias cerca del centro de su llamado apostólico: «A [Cristo] nosotros proclamamos, amonestando a todos los hombres, y enseñando a todos los hombres con toda sabiduría, a fin de poder presentar a todo hombre perfecto en Cristo» (Col 1:28 [énfasis del autor]). Por tanto, en medio de sus ánimos, y a lo largo de su instrucción doctrinal, e incluso mientras se regocijaba en la esperanza de gloria, a veces aumentaba su solemnidad y tranquilidad, bajaría el tono y cambiaría la tinta a negra.
«Amados hermanos», escribiría en realidad: «Cristo es gloriosamente tuyo. Pero hasta que lo veas cara a cara […], no se imaginen que están fuera de peligro. El infierno aún espera a cualquiera que lo abandone».
¿Por qué advirtió Pablo?
¿Por qué Pablo advirtió a sus amadas iglesias, a veces con una severidad inquietante? Una mirada más de cerca a estas advertencias da algunas luces. Entre los muchos propósitos que Pablo tuvo, podríamos considerar tres en particular que salen a la superficie.
Estos tres propósitos no están limitados al llamado apostólico de Pablo ni siquiera al llamado pastoral hoy. Los pastores, como vigilantes de Dios, podrían tener una responsabilidad especial en tocar la trompeta de la eternidad, pero Pablo y los otros apóstoles esperaban que todos los cristianos desempeñaran su parte en amonestar, llamar la atención y advertir (Col 3:16; 1Ts 5:14; Heb 3:13).
Por lo tanto, mientras consideramos cuánto y por qué Pablo advirtió sobre el infierno, nosotros (pastores, especialmente, pero asimismo todos nosotros) aprendemos cuándo y por qué debemos hacerlo también.
1. Alarmar al presuntuoso
En primer lugar, Pablo advirtió sobre el infierno para alarmar a los presuntuosos. El infierno fue una sirena para despertar a los dormilones espirituales, una gran señal de «peligro» para aquellos que se quedan dormidos en el camino angosto, una espina misericordiosa para pies demasiado cómodos cerca del acantilado del pecado.
A pesar de la postura positiva general de Pablo hacia las iglesias, él sabía que algunas de estas comunidades estaban en peligro de atrevimiento espiritual. En Corinto, por ejemplo, algunos actuaban con arrogancia cuando debieron haber sentido temor y temblor (1Co 5:2). Algunos trataban la inmoralidad sexual con una indiferencia horrorosa (1Co 6:12-20). Algunos no dudaron en llevar a sus hermanos a los tribunales (1Co 6:1-8).
Se estaban adormeciendo y no lo sabían. Así que Pablo hizo sonar la advertencia:
No se dejen engañar: ni los inmorales, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los homosexuales, ni los ladrones, ni los avaros, ni los borrachos, ni los difamadores, ni los estafadores heredarán el reino de Dios (1 Corintios 6:9-10).
Si un hermano parece espiritualmente presuntuoso; si la exhortación y la súplica parecen aterrizar con ligereza; si el pecado se ha vuelto habitual y sus manos parecen levantarse cada vez más y más alto, él podría necesitar escuchar una palabra sobre el infierno. Primero, esa palabra podría sonar tan desagradable como una alarma que lo despierta de un profundo y cómodo sueño. Sin embargo, si es que él está en Cristo entonces esa advertencia tendrá su efecto dispuesto por Dios a su tiempo. Su ofensa o desagrado inicial darán paso a una comprensión terrible de que la casa se está incendiando; que debe escapar.
Por supuesto, habla sabiamente, con cuidado y con el tipo de temblor que se adecúa a un tema horroroso. No obstante, toma el valor de Pablo y cree que, a veces, hay que amar las alarmas.
2. Proteger al vulnerable
Sin embargo, a menudo cuando Pablo advierte sobre el infierno, él no tiene en mente a los presuntuosos. Normalmente, estas severas palabras van para amados hermanos y hermanas cuya fe parece firme, para iglesias como los romanos, los efesios, los colosenses, los tesalonicenses. ¿Por qué advertía a esos santos? Lo hace, en parte, porque mientras estemos en este mundo, somos vulnerables al engaño de lo que Pablo llama «palabras vanas» (Ef 5:6).
Las sociedades del primer siglo, como la nuestra, tenían sus pecados ampliamente aceptables, sus célebres males. Asimismo, tenían mofadores y falsos profetas que no hacen caso del juicio que está por venir. Y Pablo sabía que, con el tiempo, esa sociedad podría entorpecer sutilmente la conciencia cristiana. El pueblo de Dios lentamente podría ser influenciado por «razonamientos persuasivos» (Col 2:4): «¿realmente crees que a Dios le importa lo que hacemos en nuestra habitación?»; «¿cómo tantas personas pueden estar mal?»; «¿de verdad esperas que Dios juzgue algo que muchos hacen?».
Tales preguntas, expresadas de manera verbal o meramente insinuadas por un ambiente social generalizado, puede crear una ambiente donde el infierno toma un lugar incierto en el alma, donde la eternidad llega a ser vaga, una idea liviana, un pensamiento periférico que tiene poco poder contra los poderes más populares del día. Esto es, a menos que escuchemos regularmente a Pablo (o a nuestro pastor o amigo) decir: «que nadie los engañe» (Ef 5:6). No importa cuán común, no importa cuán elogiado: «el Señor es el vengador en todas estas cosas» (1Ts 4:6).
Necesitamos esas advertencias hoy, quizás en especial desde nuestros púlpitos. ¿Qué pecados son tan normales a lo largo de nuestras ciudades, tan típicas en el entretenimiento, tan características de nuestros propios pasados que estamos en peligro de adormecernos a su culpa merecedora del infierno? ¿Pornografía y fornicación? ¿Borrachera casual? ¿Amor al dinero y lujos? ¿Insultos digitales?
Si el vulnerable entre nosotros (y en cierto grado, todos somos vulnerables) va a ver el foso profundo al final de los caminos bien viajados, entonces alguien necesita señalarlo (y no sólo una vez).
3. Humillar al maduro
Finalmente, y quizás lo más sorprendente de todo, Pablo advirtió sobre el infierno no sólo para alarmar al presuntuoso y proteger al vulnerable, sino para humillar al maduro. No importa cuán fuertes parezcan otros, Pablo no pensaba que fueran tan fuertes para el peligro, tan firmes para no caer. Él sabía que los creyentes más estables están sólo a un par de metros del riesgo espiritual y sólo a un par de metros más de la ruina espiritual. Por tanto, escribió: «no seas altanero, sino teme» (Ro 11:20).
Extraordinariamente, Pablo se contaba dentro de aquellos en necesidad de tales advertencias. Escucha al gran apóstol prevenir a su propia alma: «por tanto, yo de esta manera corro, no como sin tener meta; de esta manera peleo, no como dando golpes al aire, sino que golpeo mi cuerpo y lo hago mi esclavo, no sea que habiendo predicado a otros, yo mismo sea descalificado» (1Co 9:26-27). ¿Puedes imaginar a Pablo descalificado? ¿Podrías entender al poderoso misionero, el valiente plantador de iglesias, el apóstol celoso excluido del cielo? Él sí.
Hace poco encontré este raro espíritu apostólico en una carta de Robert Murray M’Cheyne (1813-1843), quien le escribió a un amigo y colega ministro:
Te encargo, vístete de humildad o serás una estrella vagante, para la cual está reservada la negritud y la oscuridad por siempre […]. Si guías a los pecadores hacia ti y no hacia Cristo, Emanuel expulsará a la estrella de su diestra hacia la completa oscuridad1.
¿Por qué le habla así a un ministro maduro, fiel y fructífero? Porque M’Cheyne (y Pablo antes que él) sabía la naturaleza paradójica de la perseverancia cristiana: nunca estaremos en más peligro que cuando pensamos que no lo estamos. Y nunca estamos más seguros que cuando sentimos nuestra debilidad, desconfiamos de nuestra fuerza y nos afirmamos fuerte en el brazo de nuestro Señor. «El que anduvo humildemente caminó con seguridad», escribe John Owen2. Aquel que recuerda el infierno anda humildemente.
A Él proclamamos
Considera nuevamente la descripción de Pablo de su llamado apostólico en Colosenses 1:28: «A Él nosotros proclamamos, amonestando a todos los hombres, y enseñando a todos los hombres con toda sabiduría, a fin de poder presentar a todo hombre perfecto en Cristo». Nos hemos enfocado aquí en las advertencias de Pablo, pero no nos atrevamos a perder el contexto del cual vienen.
El infierno no fue el tema principal del ministerio de Pablo. A diferencia de algunos predicadores que predican el fuego eterno, él no pronunció con fuerza el juicio descuidando las otras doctrinas o de maneras que hundan a otros al temor que todo lo consume. Él no escribió: «al infierno proclamamos», sino «a Él proclamamos»: Cristo.
¿Por qué, finalmente, Pablo advirtió del infierno? Porque Jesús es demasiado maravilloso, demasiado asombroso para no usar cada medio justo disponible para «presentar a todo hombre perfecto en Cristo», a fin de ganar personas para Él y mantener a las personas cerca de Él. Otros necesitaban conocer el peligro del infierno porque necesitaban conocer el peligro de perderse la vida eterna en Él. Las advertencias eran su forma de echarnos a los brazos de Cristo, el lugar más seguro de todo el mundo.
Por tanto, advirtió. Y así el sabio recuerda, de una manera u otra, que merecemos el infierno y que no estamos (por ahora) más allá del peligro del infierno. Léelo en la Escritura; díselo a tu alma; escríbelo sobre el lavaplatos de tu cocina si es necesario. Piensa en el infierno lo suficiente y con frecuencia para mantenerte cerca de Jesús, humilde, feliz y esperanzado en Él.