Mi monitora de la clase de fitness estaba haciendo lo mejor que podía para que nos mantuviéramos haciendo la plancha por un par de segundo más. «¡Vamos, chicas! ¿Quién va a tener una cintura más pequeña que la de su compañera? ¡Se acerca el verano! ¿Están listas?».
Sus tácticas me causaron rechazo: usar la competencia con otras mujeres y tener un cuerpo listo para la playa como la razón principal para ejercitar. Nuestra cultura occidental principalmente centra los beneficios del ejercicio en nuestra apariencia externa junto con la ventaja de vivir libres de enfermedad. Sin embargo, como cristianos, nuestra motivación para administrar nuestros cuerpos debe estar arraigada en algo mucho más profundo que poder ponerse un vestido de una talla menos. La respuesta no es renunciar al ejercicio, sino que enfocarse en los propósitos detrás del entrenamiento físico. El ejercicio puede ser una disciplina buena y saludable en la cual invertir cuando se lleva a cabo por las razones correctas.
¿Es el ejercicio un lujo?
En nuestra acelerada sociedad, puede ser fácil sentir que no tenemos tiempo para hacer ejercicio. Los plazos del trabajo, las tareas de la casa, los horarios de las actividades de los niños y los compromisos con el ministerio pueden hacernos sentir como si no existiera un minuto libre para hacer ejercicio. Podemos llegar a estar tan ocupados con la tiranía de lo urgente o con el cuidado de otros que parece imposible preocuparnos por nosotros mismos.
El ejercicio puede parecer un lujo que no podemos permitirnos, algo que rutinariamente agregamos a la lista de nuestras resoluciones de Año Nuevo, pero luego lo quitamos de la lista la tercera semana de enero. O, en el momento que sentimos que tenemos una pequeña oportunidad, nuestra energía cae en picada y preferimos sentarnos en el sillón con un pocillo de helado viendo Netflix. Reconocer las diversas bendiciones de hacer ejercicio puede entregarnos la motivación que necesitamos para crear un espacio en nuestras ocupadas vidas.
Los beneficios del ejercicio
El ejercicio ofrece una montaña de beneficios, desde mantener nuestros corazones latiendo y nuestros músculos fuertes, hasta aumentar nuestros niveles de energía y entregar una carga emocional que viene de la liberación de endorfinas. En el libro de Shona Murray, Refresh [Refréscate], ella comenta sobre los estudios médicos que validan el ejercicio incluso como un medio para combatir la depresión: «el ejercicio y los patrones de descanso adecuados generan alrededor de un 20 % del aumento de energía en un día promedio, mientras que hacer ejercicio cinco veces a la semana es tan efectivo como los antidepresivos para la depresión leve a moderada» (72).
Personalmente, hago ejercicio tanto por los beneficios emocionales como por los físicos. A lo largo de mi adultez, he sido propensa a altibajos emocionales y a veces los bajos son bastante profundos. Algunos días, necesito orar por fuerza para salir de la cama y hacer lo que debo hacer, el ejercicio es una de esas cosas. He aprendido que mientras mantengo la disciplina de dirigirme al gimnasio o salir a trotar, soy recompensada con un espíritu más feliz y un aumento de energía. A menudo Dios usa el ejercicio como un medio para cambiar mi triste humor hacia uno alegre.
Y cuando mi cuerpo no me arrastra, encuentro menos difícil deleitarme en el Señor. El ejercicio tiene una manera de limpiar las telarañas de mi cerebro y me ayuda a mantener mi enfoque en las promesas de la Escritura. Me despierta para escuchar de buena gana el sonido de la voz de Dios a través de la lectura y de la meditación en la Biblia. Puede ayudarme a enfocarme en la memorización de una sección en particular de la Escritura y a mantener mi compromiso mientras oro por las necesidades que me rodean.
El mundo nos dice que el ejercicio es una herramienta primordial para nuestra vanidad y para vivir más. A continuación compartiré cinco razones para buscar un plan de ejercicio continuo que no tiene que ver con verte mejor en tu traje de baño.
1. Haz ejercicio con el fin de administrar la tienda de campaña terrenal que Dios te ha dado
Mantener nuestros corazones latiendo y nuestros cuerpos fuertes nos capacitará para seguir adelante, incluso a medida que envejecemos. Así como Dios nos da dinero para usarlo sabiamente, relaciones en las cuales invertir diligentemente y tiempo para usar efectivamente, también nos da un cuerpo para administrarlo bien.
Honramos a nuestro Creador cuando nos preocupamos por los cuerpos que se nos confiaron por medio del ejercicio y de la alimentación nutritiva. «¿O no saben que su cuerpo es templo del Espíritu Santo que está en ustedes, el cual tienen de Dios, y que ustedes no se pertenecen a sí mismos? Porque han sido comprados por un precio. Por tanto, glorifiquen a Dios en su cuerpo y en su espíritu, los cuales son de Dios» (1Co 6:19-20).
2. Haz ejercicio con el fin de servir a otros
Jesús nos redimió del pecado con el fin de que nos dediquemos a hacer el bien (Ti 2:14). Sin duda, una vida dedicada a darnos por otros será más fácil con un cuerpo fuerte y saludable.
Usamos la fuerza de nuestros brazos para tomar bebés o niños que cuidamos o para ayudar a un vecino anciano a arreglar su casa. Usamos nuestras piernas para ir a lugares que necesitan escuchar las buenas noticias de Jesús, ya sea en la casa de tu amigo cruzando la calle o a un grupo de personas no alcanzadas al otro lado del mundo.
3. Haz ejercicio con el fin de mantener tu mente despierta y alerta
Murray escribe: «las investigaciones han mostrado que caminar solo tres kilómetros al día reduce el riesgo del deterioro cognitivo y de la demencia en un 60 % y aumenta las habilidades y la eficiencia para resolver problemas» (Refresh, 72).
El ejercicio constante puede ayudarnos a continuar para ser estudiantes de la Palabra de Dios a medida que crecemos y aprendemos a través del estudio y de la meditación regular, al desempacar las promesas de la Escritura y al aplicarla toda a nuestras vidas diarias. «Preparen su entendimiento para la acción. Sean sobrios en espíritu, pongan su esperanza completamente en la gracia que se les traerá en la revelación de Jesucristo (1P 1:13).
4. Haz ejercicio con el fin de evangelizar
Los programas de ejercicios regulares nos dan instancias para conocer gente fácilmente, para generar relaciones y para compartir nuestra fe. En medio de mi estricto horario de ejercicios y entre ir a dejar a mis hijos a la escuela, me veo tentada a enfocarme menos en lograr mis objetivos. Sin embargo, cuando estoy dispuesta a sacarme los audífonos, he tenido el placer de formar nuevas relaciones, de compartir mi fe y de invitar a una nueva amiga a un estudio bíblico, todo mientras ejercito en la elíptica.
Conversaciones espirituales inesperadas pueden suceder cuando mantenemos nuestros ojos y nuestros oídos abiertos a quienes nos rodean. «Estando siempre preparados para presentar defensa ante todo el que les demande razón de la esperanza que hay en ustedes. Pero háganlo con mansedumbre y reverencia» (1P 3:15).
5. Haz ejercicio con el fin de deleitarte en Dios
George Müller dijo una vez:
La primera gran y principal responsabilidad de la que debo ocuparme todos los días es tener mi alma feliz en el Señor. La primera cosa con la que debía estar preocupado no era cuánto serviría al Señor ni cuánto lo glorificaría, sino cómo llevaría mi alma a un estado feliz y cómo mi hombre interior sería alimentado (A Narrative of Some of the Lord’s Dealings with George Müller [Una narración de algunos tratos del Señor con George Müller, 1:271).
Para algunos de nosotros, hacer que nuestras almas estén felices en Cristo puede significar que comencemos nuestro día con ejercicios para enfocarnos mejor en las verdades de la Palabra de Dios. Ora para que salgas de la cama y vayas al gimnasio como un medio de despertarte para preparar tu mente y corazón para el consumo de la Escritura.
El estrés que pueden provocar las circunstancias difíciles en nuestras vidas o el quebranto del mundo que nos rodea puede ser avasallador. Usa el ejercicio como un medio secundario para luchar con mantener la perspectiva correcta en la vida. Como parte de la neblina desaparece por una enérgica caminata o un paseo en bicicleta, medita en la Palabra de Dios. Pelea para creer que sus caminos son mil veces mejores que los caminos del mundo y las riquezas del cielo mucho mejores que las riquezas del mundo.
«Porque mejor es un día en tus atrios que mil fuera de ellos. Prefiero estar en el umbral de la casa de mi Dios que morar en las tiendas de impiedad» (Sal 84:10).
Disciplínate a ti mismo
«Disciplínate a ti mismo para la piedad», escribe Pablo, «porque el ejercicio físico aprovecha poco, pero la piedad es provechosa para todo, pues tiene promesa para la vida presente y también para la futura» (1Ti 4:7-8).
Ya sea que ejercites veinte minutos todos los días o una hora un par de días a la semana, haz que sea un hábito pelear por tu gozo en Cristo por medio de los hábitos del ejercicio. El ejercicio regular vale muchísimo más que un vientre plano o una talla más pequeña de cintura. Puede ser un camino hacia un amor y un gozo más profundos en nuestro Padre celestial.