Había tenido un tiempo difícil intentando encontrar un asiento en la graduación de octavo grado de mi hija. Caminé por las filas de familia extendida que se sentaron juntas: mamás y papás orgullosos, abuelos canosos, así como también tías, tíos y primos.
Aunque finalmente encontré un asiento vacío, junto a una amiga con su familia extendida, la tristeza entró sigilosamente en mi corazón. Uno de los profesores favoritos entró en el escenario y llamó a nuestra hija para que recibiera un premio especial. Las lágrimas llenaron mis ojos mientras escuchaba sus palabras positivas y disfrutaba de este hito en la vida de nuestra hija. Deseé que nuestra familia completa pudiera haber experimentado en persona lo que yo intentaba capturar en video. Deseaba que todos pudieran haber estado ahí.
Quizás puedes identificarte con esto. Tal vez el trabajo de tu cónyuge los ha llevado lejos de casa o sus vidas como misioneros los ha llevado al extranjero. Quizás seas parte del ejército y deban cambiarse de casa cada dos o tres años. En la providencia de Dios, muchas cosas buenas y valiosas nos llevan lejos de aquellos que amamos, lo que nos deja luchando para confiar en el Señor y estar contentos.
A pesar del hecho de que me encantaría tener a mi familia cerca, Dios ha provisto ciertas bendiciones inesperadas a medida que criamos a nuestros hijos lejos de casa.
1. Realmente dejas a tu familia biológica y te unes a tu nueva familia
Irse lejos de casa realza dejar a tu familia biológica en matrimonio y abre más la puerta para unirse como nueva familia. El apóstol Pablo escribe (citando a Génesis): «Por esto el hombre dejará a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y los dos serán una sola carne» (Ef 5:31). Después de habernos cambiado de casa a una nueva ciudad, mi esposo y yo solo nos teníamos el uno al otro. Dejar y unirse no fue tan complicado para nosotros, puesto que no era fácil irnos a la casa de nuestros padres cada vez que teníamos un desacuerdo.
En los últimos dieciocho años de nuestro matrimonio, hemos vivido en tres estados diferentes mientras nos preparábamos para el ministerio y el servicio en varias iglesias. En los tres lugares, hemos estado lejos de las familias de ambos. En ciertas maneras, ni siquiera sabemos cómo sería vivir cerca de nuestros padres o hermanos. Esta siempre ha sido nuestra normalidad.
Mi esposo y yo aprendimos cómo confiar el uno en el otro, a formar amistades juntos y comenzamos nuestra nueva vida sin las complejidades relacionales de tener cerca a la familia extendida. Obviamente extrañamos los beneficios de estar más cerca, pero somos agradecidos por cómo Dios nos ha bendecido también. Nuestro matrimonio es más fuerte debido al camino que hemos recorrido juntos.
2. La familia de la iglesia se convierte en tu familia
Sin la familia extendida cerca, las relaciones dentro del cuerpo de nuestra iglesia inmediatamente se hicieron más significativas. Ni siquiera puedo comenzar a contar todas las maneras en que Dios ha provisto el apoyo que necesitamos por medio de la familia de la iglesia. Desde babysitting y comidas cuando nacieron nuestros hijos hasta ir a las presentaciones o recitales de nuestros niños, vínculos que han sido formados con nuestros hermanos y hermanas en Cristo que salieron de su comodidad para amar a nuestra familia.
Hace poco, en la obra de teatro de nuestra amiga, una pequeña multitud de padres y pequeños niños de nuestra iglesia se juntaron a su alrededor para tomarse una foto con ella. La amiga de mi hija le dijo: «¿Todos ellos son tus hermanos y hermanas?». El gozo de las relaciones en el cuerpo de Cristo es más dulce al suplir la familia que no puede estar ahí.
Jesús prometió abundantes bendiciones a aquellos que renuncian a las comodidades del hogar y la familia para seguirlo: «En verdad les digo, que no hay nadie que haya dejado casa, o hermanos, o hermanas, o madre, o padre, o hijos o tierras por causa de mí y por causa del evangelio, que no reciba cien veces más ahora en este tiempo: casas, y hermanos, y hermanas, y madres, e hijos, y tierras junto con persecuciones; y en el siglo venidero, la vida eterna» (Mr 10:29-30).
3. Eres presionado a depender de Dios
En la ausencia del apoyo de la familia, hemos sido empujados aún más hacia el Señor con nuestras pruebas diarias. La compañía de nuestro Padre celestial es infalible. Él siempre estará con nosotros (Mt 28:20). En mis tiempos de mayor lucha, Dios me ha acercado a él por medio de las promesas en su Palabra, a versículos como 2 Corintios 12:9: «Te basta mi gracia, pues mi poder se perfecciona en la debilidad».
El anhelo por la familia ha sido especialmente fuerte en tiempos de transición en la vida (cuando cada uno de nuestros bebés nacieron y en hitos importantes de sus vidas, en especial mientras van creciendo). A medida que intentamos navegar yendo a dejar a cada uno de nuestros hijos a cuatro lugares diferentes, pienso en cuán bueno sería tener un poco de ayuda con la conducción del auto y el babysitting. Puede ser difícil no sentir envidia de aquellos que tienen el apoyo de su familia cerca. Mientras los anhelos por tener a la familia cerca nos presionan, podemos encontrar medidas de gozo al confiar en que Dios nos tiene exactamente donde él quiere que estemos. Buscamos a Cristo para nuestra satisfacción en lugar de perfectos planes familiares.
Ver a mi amiga Sarah y a su esposo recoger a sus cuatro niños e irse a las arenas desérticas de África me recuerda que vivir lejos de la familia es un sacrificio que vale la pena hacer. Su familia destaca el valor incomparable de Jesús. Cuando se han rendido al irse a un lugar distante y desconocido, han obtenido la oportunidad de proclamar la gloria de Dios a aquellos con poco acceso al Evangelio.
4. Te relacionas más con quien está solo y herido
Cuando nos sentimos solos o descontentos, existe la tentación a revolcarnos en la autocompasión. Sin embargo, uno de los mejores antídotos es dejar de autocompadecerse y, en su lugar, debemos centrar nuestra atención a servir a alguien más que está en necesidad. Vivir lejos de la familia puede darnos una sensibilidad especial a aquellos que podrían estar heridos y solos.
Recuerdo el semestre que pasé estudiando en España. En una nueva cultura, con un idioma que estaba recién comenzando a entender, echar de menos el hogar era una batalla real. En la providencia de Dios, conocí una familia misionera que me acogió como su propia hija, invitándome cada semana a cenar y a estudiar la Biblia. El tiempo que pasé con estos preciados y hospitalarios creyentes aleccionó el aguijón de la nostalgia del hogar. Mi tiempo en el extranjero me dio una consciencia de la dificultad de ser una extranjera en una nueva tierra y cómo una simple invitación a cenar puede mostrar amor y preocupación.
Dios quiere que usemos el consuelo que hemos recibido de Dios para consolar a otros (2Co 1:4-5). Presta oído a alguien que está batallando con la depresión. Asiste a la presentación o al partido de su hijo. Ofrécele a una nueva mamá ayuda práctica como babysitting o comidas.
Cualquiera que deje a su familia
Cuando Dios nos llama a vivir lejos de nuestros seres queridos, recibimos el tiempo juntos como un regalo especial. El tiempo con ellos no se da por sentado porque no es parte de la vida rutinaria. Nuestros hijos esperan con ansias ver a sus primos y abuelos.
Criar tus hijos lejos de tus seres queridos es un desafío y un regalo. Cuando encuentras a tu corazón anhelando una circunstancia diferente, recuerda las bendiciones que el Señor da y cómo provee en maneras inesperadas: «El Señor es la porción de mi herencia y de mi copa; tú sustentas mi suerte. Las cuerdas me cayeron en lugares agradables; en verdad es hermosa la herencia que me ha tocado» (Sal 16:5-6).
Abraza la porción que Dios te ha asignado hoy. El alegre sacrificio de dejar a los que amas será más que compensado por el don de Dios mismo. Tu situación de mayor dolor puede convertirse en una gran bendición.