Hace poco una amiga me contó sobre una franca conversación que tuvo con su hijo que está en situación de discapacidad. Es un brillante y conversador niño de trece años que está limitado a una silla de ruedas debido a una lesión en su médula espinal.
Una tarde, su madre le preguntó si había algo que él quisiera que las personas supieran de él, a lo que él respondió: «me gustaría que las personas supieran que no hay nada malo en mi cerebro». Muchas veces, otros han visto su discapacidad física y han pensado erróneamente que tiene una discapacidad mental también. La incomodidad de no entender su condición, combinada con no querer decir algo ofensivo, a menudo evita que los niños se conecten con él.
Mi amiga trabaja duro para entrenar a su hijo para que pueda conectarse con otros e incluso para ser capaz de reírse de las incomprensiones de los demás. No obstante, el dolor aún está ahí, dolor sentido por su hijo que se siente invisible ante sus pares y ante esa mamá que estaba sentada en primera fila.
Heridas por las heridas de nuestros hijos
No existe nada que hiera más que ver cómo otros hieren a los hijos que has cuidado y criado. Como madres, damos cualquier cosa para proteger a nuestros hijos del dolor y del sufrimiento, pero no siempre está en nuestro control hacerlo.
Como madre joven, siempre me sentí un poco ansiosa al ir a museos y parques llenos de gente con mis hijos pequeños. Parecía que casi cada vez que íbamos, mis pequeños iban al grupo de niños que esperaban subir al resbalín o que esperaban ver una nueva exhibición, pero niños más agresivos los empujaban hacia atrás. Recuerdo el enojo hirviendo dentro de mí mientras miraba cómo otros niños literalmente pisaban a los míos.
A medida que mis hijos crecieron, las situaciones han cambiado. Quizás no son empujados fuera de la fila para subirse a un par de columpios, pero en lugar de ello los dejan fuera de una invitación a una fiesta, o los sacan de un equipo o de un reparto, o son heridos por el comentario desagradable de un amigo. Como mamá, estas heridas son difíciles de procesar. Ver a mi hijo ser herido hace que la mamá osa en mí esté lista para gruñir. Quiero pedirles cuentas por las heridas que les han provocado. Quiero que experimenten el peso del mal que han hecho. Quiero que mis hijos sean vindicados.
Seis maneras de responder
Por tanto, ¿cómo nosotras, las madres, navegamos por el desorden de emociones cuando vemos que nuestros hijos son heridos o que otros son injustos con ellos? Es tentador querer decirle a nuestros hijos la injusticia de la situación y criticar las acciones de otros. Sin embargo, probablemente, eso no va a ayudar a la situación. Al contrario, creará amargura y descontento tanto en los corazones de ellos como en los nuestros. He aprendido a predicar un par de recordatorios enfocados en el Evangelio tanto para mis hijos como para mí misma cuando se han provocado heridas.
1. Recuerda que todos somos pecadores
No existen las personas perfectas y no existen los hijos perfectos. Todos nosotros pecamos y herimos a otros. Las personas decepcionarán a nuestros hijos y nuestros hijos los decepcionarán a ellos. Los buenos amigos de nuestros hijos fallarán en notar y en preocuparse cuando nuestros hijos estén luchando. Otros harán un comentario hiriente sobre ellos en el parque. «No hay justo, ni aun uno» (Ro 3:10).
Así como otros han herido insensiblemente a nuestros hijos, también nuestros hijos probablemente le han hecho lo mismo a otros. Una pregunta útil para hacerle a nuestros hijos cuando han sido heridos por otros es: «¿cómo podrías haber contribuido tú a la situación?». A menudo, estamos ciegos para ver nuestro propio pecado. Ten cuidado con no asumir que tu hijo es inocente de toda maldad.
2. Pasa por alto la ofensa
Los pensamientos negativos son como un espiral descendente. Sabemos que el comportamiento de nuestros hijos en una cancha de básquetbol fue criticado severamente por el entrenador, por lo tanto contemplamos cómo podemos cuestionar pasiva-agresivamente sus técnicas de entrenamiento. Es fácil repetir la situación en nuestras mentes e idear la respuesta perfecta de contraataque debido a nuestra herida. Sin embargo, Proverbios 19:11 habla de la gloria de pasar por alto una ofensa.
Una de las mejores maneras de seguir adelante después de una situación hiriente es, por la gracia de Dios, elegir el perdón. En lugar de permanecer en el mal cometido, permanece en lo que es bueno, correcto y verdadero (Fil 4:8). Es bueno que mi hijo tenga una oportunidad de jugar básquetbol. Es verdad que su desempeño necesita mejorar. Puedo estar agradecida de que el entrenador quiere hacerlo un mejor jugador. Al escoger dejar ir, estamos confiando en que Dios está en control de la situación y que él compensará. No digo esto para que nunca confrontes un mal cometido. Es bueno orar por sabiduría para decidir cuándo las ofensas deben ser confrontadas y cuándo deben dejarse pasar.
3. Cree lo mejor
En cada situación dolorosa, tenemos una opción. Podemos creer que la otra parte hirió a propósito a nuestros hijos o podemos creer que no tuvieron intención de herirlos. Podemos asumir que la actividad de la que fueron excluídos fue arreglada y hecha injustamente o podemos asumir que los jueces hicieron lo que mejor pudieron en escoger al grupo o equipo. Cuando parece que nuestro hijo ha sido menospreciado en alguna forma, nuestra tendencia natural y pecaminosa es asumir lo peor de la parte opositora. «Probablemente, tuvo menos tiempo de juego que otros porque perdió algunos de los entrenamientos dominicales». «¡Por supuesto, los hijos del entrenador son parte del equipo!».
Ese tipo de palabras crean amargura y descontento tanto en nuestros corazones como en los de nuestros hijos. Pablo nos recuerda: «[El amor] todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta» (1Co 13:7). A menos que tengamos una evidencia clara de que la malicia está actuando, deja que el amor permee nuestros pensamientos y mentes al asumir que la herida no fue intencional.
4. Confía en que Dios es soberano
Los errores o injusticias cometidas contra nuestros seres amados no están fuera del control de Dios. ¿Recuerdas cuando José fue encarcelado en Egipto? En Génesis, se nos recuerda tres veces que Dios estaba con José. El libro Read-Aloud Bible Stories [Historias bíblicas para leer en voz alta] repetidamente da esta simple respuesta a la herida e injusticia que José enfrentó en su propia vida: «¿José estaba feliz? No, pero Dios estaba ahí».
Se nos recuerda que incluso con tristeza y dolor en nuestros corazones, Dios no nos ha abandonado. Cuando nuestro adolescente es excluido de las reuniones sociales de otros o no encaja debido a sus convicciones cristianas, Dios está ahí. Él está obrando en medio de nuestras pruebas. La soledad que siente podría ser aquello que Dios use para hacer que crezca en su fe. Él ve, conoce y está en control de las heridas en las vidas de sus hijos. Nada está fuera de su control.
5. Recuerda que Dios es nuestro vengador
La famosa cita, «dales una cucharada de su propia medicina» es un antídoto del mundo para las heridas provocadas por otros. Queremos que otros paguen por las heridas que nos han hecho a nosotros o a nuestros seres queridos. Cuando un par nuestro le dice algo malo a nuestro hijo, nuestra inclinación pecaminosa es contestar con una palabra cortante o encontrar una manera de apuntar a las fallas de su hijo. Cuando somos tentados a pagar mal por mal, a impartir lo mismo que nuestros seres queridos recibieron, necesitamos recordar que Dios es quien venga.
Cuando los israelitas estaban llenos de miedo mientras veían que el ejército del faraón se acercaba al Mar Rojo, Dios les recordó su poder y fuerza para vengar: «No teman; estén firmes y vean la salvación que el SEÑOR hará por ustedes. Porque los egipcios a quienes han visto hoy, no los volverán a ver jamás. El SEÑOR peleará por ustedes mientras ustedes se quedan callados» (Ex 14:13-14). Perseveramos en amar a quien nos hirió al confiar en que Dios compensará los errores hechos (Ro 12-.19-21).
6. Extiende la gracia de Dios
Nuestras heridas y las de nuestros hijos son un recordatorio perfecto para extender la misma gracia que Dios nos ha dado por medio de Jesucristo. No somos dignos de ser perdonados. No ganamos el derecho de ser amados por nuestro modelo de comportamiento. ¡Es lo opuesto! Cuando éramos enemigos de Dios, Él murió por nosotros (Ro 5:10). Esto nos motiva a extender gracia a aquellos que nos han herido a nosotros y a quienes amamos. La misericordia de Dios será resaltada en nosotros cuando mostremos amor y perdón a aquellos que han herido los corazones de las personas que más amamos.
Tanto el espíritu alegre como el amargado son contagiosos. ¿Qué actitud de tu corazón está enmarcada en las palabras que salen de tus labios? Modelemos la gracia y la misericordia de Cristo a los discípulos que viven dentro de las cuatro paredes de nuestra casa. Ellos serán los primeros en notar si es que estamos respirando el aire tóxico de la amargura o el aire fresco de la gracia.
No para el débil de corazón
Escuché que alguien dijo que nuestros hijos son como nuestros corazones que caminan fuera de nuestro cuerpo. Es natural que sintamos una unión emocional con quienes llevamos en nuestro útero por nueve meses. Las alegrías de nuestros hijos se convierten en nuestras alegrías y las tristezas de nuestros hijos son las nuestras. No obstante, esas experiencias que son las más difíciles de navegar para nuestros hijos también pueden ser la mejor cancha de entrenamiento.
A medida que los pastoreamos por medio de sus dificultades, podemos apuntar a la oportunidad de convertirnos más como Cristo: no pagar mal por mal, sino que con una bendición; dejar pasar las palabras o las acciones hirientes, teniendo compasión de otra alma herida; creer lo mejor del profesor o entrenador que los trató con dureza; confiar en la bondad y en la fidelidad de Dios en medio de una prueba difícil.
Mientras aconsejamos a nuestros hijos, seamos diligentes para luchar con nuestras propias tentaciones que nos llevan hacia la amargura y el enojo. Nuestros hijos notarán si es que estamos cuidando sus heridas con chismes y calumnias o corriendo a la Palabra de Dios que es como un bálsamo sanador. Que Dios nos dé la gracia para modelar un amor tolerante, paciente y misericordioso hacia aquellos que han herido a nuestros hijos.