¿Cuál es tu motivación para vivir?
“En una encuesta hecha recientemente . . . un 94% respondió que estaban esperando que algo ocurriera. Había varias cosas que la gente estaba esperando: esperaban casarse, esperaban conseguir un buen trabajo, esperaban tener un nuevo trabajo, esperaban tener hijos, esperaban que sus hijos crecieran, etc. Sin embargo, la respuesta predominante fue que las personas vivían esperando que algo más sucediera”. —William Barcley
Ese “algo más” es esa cosa, sea cual sea, en la que estamos pensando en este momento. Esperar que eso suceda parece un cautiverio: nos esforzamos lo más que podemos para escapar, damos golpecitos en la pared, esperando encontrar una grieta oculta o una puerta secreta para poder salir. Finalmente, nos sentamos, miramos al cielo y preguntamos: ¿Por qué? ¿Cuánto más? ¿Por qué pareciera que la vida que quiero nunca llega?
A estas alturas, sabemos que probablemente no obtendremos las respuestas que buscamos. Sin embargo, eso no quiere decir que no recibiremos respuesta alguna. Como J.I. Packer explica:
“Si se preguntan ‘¿por qué esto o esto otro aún no sucede?’ no obtendrán ninguna respuesta, porque ‘las cosas secretas le pertenecen al Señor nuestro Dios…’ (Deuteronomio 29:29); pero si se preguntan ‘¿cómo voy a servir y glorificar a Dios aquí y ahora en el lugar en el que me encuentro?’ siempre tendrán una respuesta”.
Tus oídos oirán detrás de ti estas palabras: ‘Este es el camino, anden en él’, ya sea que vayan a la derecha o la izquierda”. (Isaías 30:21)
Como alguien dijo una vez, “los cristianos pueden caminar en oscuridad, pero jamás como errantes”. El autor de Eclesiastés es la voz del Señor que va detrás de nosotros diciendo, “Sé que no hay nada mejor para [ustedes] que regocijarse y hacer el bien en su vida” (Eclesiastés 3:12). No vivan como el 94%, esperando que algo ocurra; hagan el bien ahora.
“A pesar de que hay muchas cosas que no podemos saber”, admite Zach Eswine, “el autor de Eclesiastés nos dice que la forma de avanzar en esos momentos no se encuentra en practicar lo que no sabemos, sino en permanecer fieles a lo que sí sabemos”.
Aunque parezca extraño e inesperado, la forma de callar las preguntas que nos hacemos, y hallar contentamiento y propósito en la espera, es “haciendo el bien”:
“El contentamiento llega al hacer el trabajo que nos tocó a cada uno . . . la pregunta que el cristiano con contentamiento hace es, ¿cuál es mi deber en mi situación actual? Llevar a cabo esa obligación es vital tanto para la fe como para el contentamiento del cristiano. Quizás no estamos donde quisiéramos y no hay nada pecaminoso en desear que la situación cambie ni en orar para que eso suceda. Sin embargo, debemos buscar cómo podemos servir a Cristo en el lugar en el que nos encontramos”. —William Barcley
Servir a Cristo “donde estamos” no es un premio de consuelo; más bien, es el secreto para el contentamiento en medio de la espera. Es la llave que abre el cerrojo de la celda de la infelicidad; es nuestra linterna en la neblina de situaciones confusas. Si hacemos el bien, aquí y ahora mismo, mientras esperamos, despertaremos un día y descubriremos que, más que seguir esperando, estamos viviendo.
Sé un hacedor de buenas obras
Hacer el bien no es muy popular en estos momentos. A decir verdad, el concepto de “hacedor de buenas obras” puede llegar a ser peyorativo en algunas culturas. Se puede entender como “una persona cuyos deseos y esfuerzos para ayudar a otros son vistos como algo incorrecto, molesto, inútil, etc.” ¡Ay!
Incluso en grupos cristianos reformados, en ciertas ocasiones, hemos hablado de la gracia como la cura para la dañina presión de hacer el bien. Tristemente, para muchas mujeres en la actualidad, esta perspectiva no bíblica vacía la vida cristiana y reduce la completa y hermosa influencia de la gracia.
El autor de Eclesiastés quiere cambiar todo eso. ¿Hacer el bien? “No hay nada mejor”:
“Sé que no hay nada mejor para ellos que regocijarse y hacer el bien en su vida; además, sé que todo hombre que coma y beba y vea lo bueno en todo su trabajo, que eso es don de Dios”. (Eclesiastés 3:12-13)
Fíjate en las alegres palabras que usa el autor de Eclesiastés. Hacer el bien es un “don de Dios”. Nosotros debemos “ve[r] lo bueno en todo [nuestro] trabajo”, pues “no hay nada mejor” que “hacer el bien en [la] vida”. ¿Se dieron cuenta? Hacer el bien es algo bueno; es un regalo de gracia.
“Porque la gracia de Dios se ha manifestado, trayendo salvación a todos los hombres . . . [para] purificar para Sí un pueblo para posesión Suya, celoso de buenas obras”. (Tito 2:11, 14)
La gracia que se nos entrega por medio del evangelio de Jesucristo no nos libra de hacer el bien; al contrario, nos libera y empodera para hacer el bien. El “don de Dios” para el hombre es la entereza, el deseo y la determinación para hacer buenas obras mientras vivamos —no con el fin de obtener la salvación, sino que en respuesta a la gracia de Dios—.
“El evangelio genera en nosotros un amor por Dios que nos lleva a hacer buenas obras que son de servicio a otros y agradan a Dios”, explica Matt Perman. “Aceptar la verdad de que Dios nos acepta independientemente de nuestras buenas obras es exactamente lo que nos lleva a realizarlas con excelencia”.
“Darnos cuenta de que somos entera y completamente aceptados por Dios independientemente de nuestras obras y por medio de la fe en Cristo nos lleva a tener una gran y radical disposición a hacer el bien, porque eso también provoca en nosotros un gran amor y gozo en Dios. Como Jesús dijo, “…a quien poco se le perdona, poco ama”. (Lucas 7:47), mientras que a quien se le perdona más, ama más (Lucas 7:41-43).” —Matt Perman
No existe un tira y afloja entre la gracia y las buenas obras, pues la gracia nos lleva a hacer buenas obras. “Cuanto más alguien estime como pérdida su propia justicia y se aferre por fe a la justicia de Cristo, más será motivado a vivir y trabajar para él” escribe Jerry Bridges.
No importa “el tiempo” o la época en la que se encuentren en la vida, hacer el bien es la respuesta a la gracia que Cristo nos entrega.
El bien que debemos hacer
El bien que debemos hacer es el que Dios nos ha enviado a hacer. “Porque somos hechura Suya, creados en Cristo Jesús para hacer buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviéramos en ellas” (Efesios 2:10).
El Creador de las galaxias y de las profundidades del océano también nos ha diseñado y nos ha creado a cada uno de nosotros individualmente, nos ha llamado por nuestro nombre, nos ha redimido de nuestros pecados, para después prepararnos personalmente para las buenas obras que él ha dispuesto para cada uno de nosotros.
Las Escrituras nos dicen que debemos dedicarnos a las buenas obras (1 Timoteo 5:10), ser celosos de buenas obras (Tito 2:14), tener testimonio de buenas obras (1 Timoteo 5:10), vestirnos con buenas obras (1 Timoteo 2:9-10) y estimularnos unos a otros a las buenas obras (Hebreos 10:24). La Biblia se entusiasma con las buenas obras, ¿no creen?
La vida en Cristo es como un largo y feliz día de trabajo —con Dios repartiendo nuestras obligaciones—. Él ha distribuido nuestros deberes a lo largo de las cartas del Nuevo Testamento. A continuación, se mencionan algunos:
· Instruyan a los niños.
· Practiquen la hospitalidad.
· Contribuyan para las necesidades de los santos.
· Dedíquense a la oración.
· Enseñen lo bueno.
· Amen a sus maridos.
· Amen a sus hijos.
· Sean hacendosas en el hogar.
· Sean amables.
· Amen con honra.
· Sean afectuosos unos con otros.
· Sirvan a los santos.
· Ayuden a los afligidos.
(Romanos 12:10-13; 1 Timoteo 5:10; Tito 2:3-5)
Llevar a niños de otras personas junto con los tuyos a la escuela, invitar a una familia a almorzar después de la iglesia, llevar a un amigo al doctor, lavar las sábanas de tu cama, desmalezar el jardín, orar por miembros de la iglesia, saludar a nuestro esposo con un beso y una sonrisa. Todas estas cosas y muchas otras son las buenas obras que Dios nos ha mandado a hacer.
“Sin embargo”, nos preguntamos al ver la larga lista de deberes que hay las Escrituras, “¿cómo es posible que yo pueda hacer todas estas cosas?” Antes de que alguien entre en pánico, permítanme tranquilizarlos: las buenas obras motivadas por la gracia no son abrumadoras.
Dios no nos ha llamado a llevar a cabo todas las buenas obras que se mencionan. Él ha preparado individualmente algunas de ellas para que cada uno de nosotros las realice. Las buenas obras no son un decatlón (cuatro carreras, tres saltos y tres lanzamientos); al contrario, son una caminata. Es un camino de contentamiento muy simple, sin comparación y un don de Dios.
El glamour de las buenas obras
Como nuestras tareas diarias, nuestra lista de buenas obras está llena de trabajo doméstico y manual. No obstante, las realizamos en la alegre compañía de otros cristianos, gracias a Jesucristo. Lo que les da glamour a las buenas obras es el Dios por quien las hacemos.
¡Fuimos “creados en Cristo Jesús para hacer buenas obras”! Somos “hechura suya”, por lo que podemos servirlo. Por lo tanto, tazones de cereales llenos hasta la mitad, bandejas de entradas llenas de correos electrónicos y listas de quehaceres como las que hemos descrito brillan de gloria cuando las recibimos como un regalo de Dios.
Si hacer el bien parece estar bajo nuestro nivel, hemos fallado en entender que es, en la práctica, mucho más de lo que merecemos. Por gracia, los pecadores rebeldes hemos sido perdonados y llamados a servir al Salvador del mundo. Jesús mismo nos entrega nuestras tareas directamente; estamos a su servicio. ¿Cómo no “regocijarnos en nuestro trabajo” sabiendo a quién servimos?
“¿Nos pide Dios que hagamos algo que no podemos hacer?” se pregunta Elisabeth Elliot. “Esta pregunta nunca nos volverá a molestar si es que tomamos en cuenta que el Señor del cielo toma una toalla y lava nuestros pies”.
“Dios ha dispuesto deberes para cada uno de nosotros. Para la mayoría de los seres humanos, durante la mayor parte de la historia, han habido pocas opciones disponibles. Tendemos a olvidar esto en una época en que las opciones parecen ilimitadas y en que “lo que uno hace” suele relacionarse específicamente con su capacidad de ganar dinero. Los deberes, sin embargo, incluyen lo que sea que debamos hacer por otros —hacer la cama, llevar a alguien a la iglesia, cortar el pasto, limpiar el garaje, pintar una casa—. A menudo, es posible “evitar” hacer obras como éstas, pues nadie nos está pagando. Simplemente, éstas deben hacerse, y si no las hacemos nosotros, nadie más las hará. No obstante, la naturaleza de las obras cambia cuando vemos que es Dios quien las establece para nosotros, ya que es un servicio para él. Cuando lo veamos, tal vez algunos le preguntemos, “Señor, ¿cuándo corté TU pasto? ¿Cuándo planché TU ropa?” Él responderá, ‘…en cuanto lo hicieron a uno de estos hermanos míos, aun a los más pequeños, a mí me lo hicieron’”. —Elisabeth Elliot
El propósito de las buenas obras es apuntar al Salvador: “Así brille la luz de ustedes delante de los hombres, para que vean sus buenas acciones y glorifiquen a su Padre que está en los cielos” (Mateo 5:16).
Lo curioso es que la vida no se siente tanto como una sala de espera cuando estás haciendo lo bueno para Cristo.
Lo que hay que hacer en este preciso momento
Cuando preguntamos: “¿qué debo hacer con mi vida?” siempre habrá una respuesta. Generalmente, la tenemos frente a nosotros: haz la próxima buena obra, luego, haz la siguiente y así sucesivamente y encontrarás la respuesta a tu pregunta.
“Cuando lo desconocido se mofe de tu mente en la época en la cual te encuentres”, sugiere Zach Eswine, “entrégate, allí donde estés, a lo que venga a continuación. El camino para avanzar suele más frecuentemente hallarse donde estamos”.
“Algunos de nosotros nos preguntamos cuál es la voluntad de Dios para nuestras vidas. Dentro de todas las cosas que no sabemos, debemos comenzar con las que sí sabemos . . . Cuando se trata de cuidar lo nuestro, nuestro cónyuge y familia, nuestro trabajo, nuestra comida y nuestra casa, Dios ya nos ha dicho que aprueba este uso del tiempo”. —Zack Eswine.
“Hacer el bien” es la verdadera meta de un cristiano. Sin importar dónde estemos, cuán confuso sea el panorama, cuán inseguros estemos de lo que debemos hacer a continuación o del lugar al cual debemos ir, podemos fijar nuestro norte en “hacer el bien” e ir confiadamente en esa dirección. Dios lo aprueba.
“Los estudiantes a menudo me preguntan cómo saber cuál es la voluntad de Dios. Les digo que para ellos es estudiar. Por supuesto que eso no es lo que quieren escuchar, pero ciertamente es una parte importante de la voluntad de Dios para ellos. No deben faltar a clases, plagiar en sus ensayos, copiar en los exámenes, tratar al profesor irrespetuosamente o evitar los deberes que tiene con su compañero de pieza”. —Elisabeth Elliot.
Los estudiantes deben estudiar; las madres, criar; los trabajadores, trabajar.
Si eres una madre con niños pequeños en casa, tus obligaciones están frente a ti. Por supuesto, estos deberes son agotadores, pero no son complicados: ama, sirve, sacrifica, disciplina, limpia, instruye, sonríe, abraza. O si tu deber es trabajar afuera, entonces ve. Hazlo cortésmente, trabaja diligentemente y habla con gentileza. Ama a tu prójimo, da gracias en todo momento, haz el bien, y sé alegre. Es así de simple.
Aquí está la cura para la inquietud, para el descontento de nuestros corazones y de nuestra época. Las buenas obras no están lejos de ti sino justo frente a tus ojos. “Cada deber es mesurado”, escribe Elisabeth Elliot. “Al aceptar la porción que se me entrega, las otras se anulan. Las decisiones se tornan más fáciles, las instrucciones se clarifican y, por lo tanto, mi corazón queda indescriptiblemente más tranquilo” —y, si puedo agregar, más feliz—.
De hecho, en cierta forma, “regocijarse y hacer el bien” funciona al revés, puesto que hacer el bien es regocijante. No felices por nuestra propia bondad, sino que gozosos en servir a nuestro buen Dios. Cuando nos regocijamos, ya no estamos esperando más, estamos viviendo.