Dice el Señor a mi Señor: «siéntate a mi diestra, hasta que ponga a tus enemigos por estrado de tus pies» (Sal 110:1).
Él casi selló su destino ese domingo. Al cabalgar sobre el humilde corcel (Mt 21:7; Zc 9:9), había agitado a toda la ciudad con esperanzas mesiánicas (Mt 21:10-11). Luego, el lunes, limpió el templo, y se rehusó a reprender los hosannas de los niños (Mt 21:15-16). Ahora, no había vuelta atrás, y lo confirmó con sus palabras el martes.
Con cada hora que pasaba, Jesús se acercaba más a las mandíbulas del león. En solo tres días, sería avergonzado y humillado, torturado y ejecutado. Cada paso hacia el Calvario se encontraba con un roce cada vez mayor. Sin embargo, por dentro, Él estaba cantando.
A medida que caminaba por ese angustioso camino, Él llevaba a cabo los Salmos y vivía la antigua Escritura en cada acto de fe. El martes, Él desenvainó el Salmo de su bendita funda, dejando perplejas a las mentes más brillantes de ese tiempo y silenciando las voces más fuertes. Ahora, el único recurso que ellos tendrían sería matarlo.
David lo llamó «Señor»
Cuando Juan el Bautista volvió del desierto, el Salmo 110 se encontraba dentro de los más grandes acertijos de la Escritura, y sin embargo, se transformó en el único capítulo más citado del Antiguo Testamento en el Nuevo. Todo comenzó aquí el martes antes de que Jesús muriera, cuando Jesús mismo puso su pie en la tierra tan santo y tan alto que nadie más se atrevió a pisar ahí.
Ese martes fue intenso. Él captó la atención con un burro y un látigo, y luego los alimentó un día completo con su enseñanza, mostrándoles a las élites de Jerusalén lo que los galileos habían visto: a quien habló con autoridad (Mt 7:29; Mr 1:22). Él no eludió el inevitable conflicto con los poderes, y entró en la guarida de ellos y se mantuvo firme. Cuando cuestionaron su autoridad, Él respondió con tres parábolas (Mt 21:28-22:14). Desconcertados como estaban, Él dejó lo suficientemente en claro que dirigió sus acertijos contra ellos. Al haber soportado sus desafíos con paciencia, Él entonces volcó las mesas con el Salmo 110.
Al fin, preguntó: «¿Cuál es la opinión de ustedes sobre el Cristo? ¿De quién es hijo?». Como esperaba, respondieron: «De David» (Mt 22:42). Luego, el Salmo 110 y el as: «Pues si David lo llama [el Cristo] Señor, ¿cómo Él es su hijo?» (Mt 22:45). ¿Cómo podría el más joven ser mayor que el más viejo? A menos que… pero el diálogo había terminado. «Y nadie le pudo contestar ni una palabra, ni ninguno desde ese día se atrevió a hacer más preguntas a Jesús» (Mt 22:46).
A la diestra de Dios
Jesús no dejaría atrás el Salmo 110 ese martes. Él volvería a desenvainar su revelación mientras era juzgado el jueves por la noche ante el sumo sacerdote. Él permaneció en silencio durante el desfile de falsos testigos (Mt 26: 59-63). Finalmente, él sumo sacerdote estalló: «Te ordeno por el Dios viviente que nos digas si tú eres el Cristo, el Hijo de Dios». Entonces Jesús voluntariamente selló su destino, combinando el Salmo 110 con la profecía de Daniel 7:13:
«Tú mismo lo has dicho; sin embargo, a ustedes les digo que desde ahora verán al Hijo del Hombre sentado a la diestra del Poder, y viniendo sobre la nubes del cielo». Entonces el sumo sacerdote rasgó sus vestiduras, diciendo: «¡Ha blasfemado! ¿Qué necesidad tenemos de más testigos? Ahora mismo ustedes han oído la blasfemia» (Mt 26:64-65).
Se retiró para ser condenado, azotado y crucificado, con el Salmo 110 fresco en su mente. Al otro lado de la tumba, sus apóstoles seguirían a su pionero y desatarían el mayor oráculo de David. Pedro predicó el Salmo 110 en Pentecostés (Hch 2:33-36) y ante el sumo sacerdote (Hch 5:31). Las últimas palabras de Esteban hicieron eco del Salmo 110 (Hch 7:55-56). Pablo pisó esa misma tierra santa (Ro 8:34; Ef 1:20; Col 3:1). ¿Y qué decir de Hebreos, que tiene el Salmo 110 en su centro y hace referencia a él ocho veces?
El gran acertijo de la profecía de David dio lugar a una de las grandes revelaciones del nuevo pacto. Podríamos incluso resumir el mensaje en el Nuevo Testamento de esta manera: el Salmo 110 se ha hecho realidad. Jesús no solo viene de la línea de David, sino que también es su Señor, que ahora está sentado a la diestra del Padre. Pero antes de que el gran oráculo alimentara la fe de la iglesia, estas palabras alimentaron la fe de Jesús mismo.
Nueve grandes promesas
¿Qué escuchaba Cristo mientras llevaba a cabo el Salmo 110 durante la semana de su pasión? ¿Cómo el gran oráculo de David le dio esperanza al Hijo mayor de David?
Jesús habría degustado al menos nueve promesas de la provisión de su Padre en estos siete cortos versos. El primero es implícito: «Hasta que ponga a tus enemigos por estrado de tus pies» (Sal 110:1). Dios lo hará; Él se encargará de la victoria. Luego, siguen ocho promesas explícitas, vistas en las ocho repeticiones que se hacen en tiempo futuro. ¿Cómo aterrizaron en Jesús estas promesas que alimentaron su fe mientras observaba la muerte y escuchaba una y otra vez el Salmo?
- Verso 1: derrotaré a tus enemigos y los pondré bajo tus pies, para tu gozo eterno.
- Verso 3: obraré en los corazones de tu pueblo para que te sigan con gusto, no a regañadientes.
- Verso 3: te resfrescaré continuamente, no te dejaré languidecer.
- Verso 4: soy Dios y no cambiaré de parecer.
- Verso 5: venceré a los líderes que se opongan a ti.
- Verso 6: les pagaré a los incrédulos que te amenazaron.
- Verso 6: destruiré a quienes tienen la intención de dañarte.
- Verso 7: te daré todo lo que necesitas para soportar.
- Verso 7: te sostendré en lo que se te avecina.
La diestra de su Padre
Mientras Jesús canta el verso 1, recuerda quién es Él para su Padre: su mano derecha. Qué animante entrar a esa santa semana sabiendo que Él era más que «hijo de David», e incluso más que «Señor de David». Él sigue el arduo camino del Calvario aún sabiendo algo más grande: Él es el Hijo de su Padre, que lo recibirá a su diestra.
¿Cuál es el significado más profundo de que Jesús esté a la diestra de su Padre? Esto: el mismo poder del Dios todopoderoso es por Él. Con una fuerza soberana inexpugnable, el Padre ejecutará perfecta justicia, a su perfecto tiempo, para cada detractor descubierto de su Hijo, hasta el más alto, «quebrantará reyes» y «quebrantará cabezas» (Sal 110:5-6). Por muy débil y vulnerable que este Cordero se vea ante sus trasquiladores, Él ha sido enviado por su Padre, con un cetro poderoso en su mano, para gobernar, incluso desde la cruz, en medio de sus enemigos (Sal 110:2).
Aquí, durante la más grande semana de la historia del mundo, el Hijo sabe que no está destinado para estar solo a la diestra del Padre, sino que actúa, por fe, como la mano derecha de su Padre. Sirve como el instrumento supremo humano a través del cual Dios canaliza su poder para volver a hacer al mundo.